Por Leonardo Parrini
Marilyn Monroe que estás en el cielo, título del libro del escritor chileno
Alfonso Alcalde, resume en una frase la emoción de evocar a la diosa platinada
de Hollywood que en 1962, el 5 de agosto, puso fin a su vida con una sobredosis
de barbitúricos. Norma Jean era el nombre real de la muchachita violada a los
nueve años, que a los dieciséis se había querido suicidar; y, que luego se convertiría
en el producto más codiciado del negocio cinematográfico americano de los años
cincuenta.
El 21 de junio de 1962, seis semanas antes de su muerte, Bert Stern,
fotógrafo neoyorkino de espectáculos, hizo una sesión de fotografías de la diva
de 36 años, en la suite 216 del Bel Air Hotel, en Los Ángeles. Marilyn
apareció en el recibidor del hotel, “sonriente, esbelta, casi transparente, hermosa,
trágica y compleja", diría Stern. Ya en la habitación convertida en
estudio, entre la actriz y el
fotógrafo sólo mediaron tres botellas de Dom Pérignon, champán que se evaporó como el temor inicial del
fotógrafo que nunca esperó que Marilyn, después de hacerlo aguardar cinco
horas, le dijera que tenía todo el tiempo necesario para hacer las fotos:
¿Quieres fotografiarme desnuda, verdad? Stern confiesa su emoción al oír la
sugestiva pregunta: “olvidé que estaba casado, estaba enamorado y era mucho más
guapa de lo que esperaba”. Luego se sumió en el ensueño de retratar a la mujer
más deseada del mundo, durante los tres días que duró la sesión fotográfica.
De las 2.571 imágenes de
Marilyn Monroe registradas por Stern para la revista Vogue, ninguna fue publicada en ese momento, sino una decena de imágenes,
cinco semanas después de su trágica muerte; inicialmente, habían sido
rechazadas por considerárselas demasiado explícitas de la desnudez del cuerpo y del
alma de Marilyn. Una selección de fotografías de la sesión fue publicada en la
revista Eros, en 1982. La colección completa
de fotografías, bautizada The last sitting
(La última sesión), apareció en un
libro homónimo con notas del escritor norteamericano Norman Mailer.
Marilyn fue
retratada posando en toda la simultaneidad de percepciones posibles. La rubia
ingenua, la actriz célebre, la mujer cotidiana, la hembra exótica, la diva
desnuda, la diosa altiva. La Hasselblad 6x6 y la Nikon 35 milímetros de Stern, -cámaras
ante las que posaron también Elisabeth Taylor, Twiggy y Audrey Hepburn-, jamás registraron una variedad tan intensa y sublime de expresiones femeninas,
que cuando capturaron la imagen latente de Marilyn, del templo de su cuerpo, como dice el verso de Ernesto Cardenal en
su Oración por Marilyn Monroe.
"Necesitaba descubrir
algo no capturado", cuenta Stern en el libro. Richard Avedon le había
hecho unas lujosas fotos para la revista Life,
"estupendas para el mundillo, pero no íntimas. No daban ninguna sensación
de quién era ella". Es así que dispuso los elementos para crear una atmósfera
íntima, de luz difusa y sombras tenues, una cama semi desordenada donde Marilyn dispusiera su
arrolladora y sublime belleza.
Marilyn, la empleadita de
tienda de nombre Norma Jean, que como
toda empleadita de tienda soñó con ser estrella de cine, como escribió
Cardenal, lucía esbelta, con suaves y sensuales formas, mientras transparentaba
su cuerpo bajo un pañuelo de seda. "Estaba llena de ideas", asegura
Stern. La luz refulgía en su piel color champán y los primeros surcos en sus
labios acusaban la madurez de la otrora adolescente en pubertad. Una cicatriz
en su abdomen, de una reciente operación, la volvía más terrenal. "Vi la
cicatriz. Una imperfección que sólo la hacía parecer más vulnerable y acentuaba
la suavidad de su piel”, confesaría años más tarde Stern.
Ernesto Cardenal no invocó su nombre en vano, en la Oración por Marilyn Monroe, el sex simbol más apetecido del cine hollywoodense, el ángel más castigado del american way of life.
…Perdónala, Señor, y perdónanos a
nosotros
por nuestra 20th Century
por esa Colosal Super-Producción en la que todos hemos trabajado.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes.
Para la tristeza de no ser santos
se le recomendó el Psicoanálisis.
Recuerda Señor su creciente pavor a la cámara
y el odio al maquillaje insistiendo en maquillarse en cada escena
y cómo se fue haciendo mayor el horror
y mayor la impuntualidad a los estudios.
por nuestra 20th Century
por esa Colosal Super-Producción en la que todos hemos trabajado.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes.
Para la tristeza de no ser santos
se le recomendó el Psicoanálisis.
Recuerda Señor su creciente pavor a la cámara
y el odio al maquillaje insistiendo en maquillarse en cada escena
y cómo se fue haciendo mayor el horror
y mayor la impuntualidad a los estudios.
…La hallaron muerta en su cama con la mano
en el teléfono.
Y los detectives no supieron a quién iba a llamar.
Fue como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga
y oye tan solo la voz de un disco que le dice: Wrong number
O como alguien que herido por los gangsters
alarga la mano a un teléfono desconectado.
Señor: quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar
y no llamó (y tal vez no era nadie
o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de los Ángeles)
¡contesta Tú al teléfono!
Y los detectives no supieron a quién iba a llamar.
Fue como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga
y oye tan solo la voz de un disco que le dice: Wrong number
O como alguien que herido por los gangsters
alarga la mano a un teléfono desconectado.
Señor: quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar
y no llamó (y tal vez no era nadie
o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de los Ángeles)
¡contesta Tú al teléfono!
Bert Stern,
el hombre que retrató por última vez a Marilyn Monroe, murió recientemente en
Nueva York, al lado de su esposa Shannah Laumeister. Su
mujer dijo del célebre fotógrafo: "Siempre será recordado como
alguien que amó a las mujeres, que amó hacer fotos y sentir de una manera
intensa las cosas que se ponían frente a su cámara. Sus imágenes vivirán para
siempre. Las que hizo a Marilyn Monroe van más allá de la simple fotografía,
son arte".
Stern se
llevó el palmarés de ser el último fotógrafo de la diosa rubia del cine americano.
Esta vez fue a un encuentro con Marilyn sin cámaras, sin champán y sin
sonrisas. Ella lo habrá recibido alada, divina y eterna. Porque como todas las
mujeres amadas, resucitas en cada sueño, Marilyn, que estás en el cielo.
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