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domingo, 10 de febrero de 2013

DE RECUERDOS POÉTICOS Y TELÚRICOS


Chile,1960
Por Leonardo Parrini

No me removía la memoria telúrica hacía rato un temblor como el de ayer que, según reportes, fue de 6.9 grados en la escala del señor Charles Richter y que tuvo epicentro localizado en el suroeste de Colombia. El sacudón fue horizontal y tan largo, que me dio tiempo de evocar los movimientos telúricos que he vivido en mi vida. Esos de verdad, que devastan ciudades completas y hunden al país en un caos, con víctimas fatales que se cuentan por miles y daños materiales incalculables. Claro, cataclismos de esa magnitud no los he vivido en Ecuador, sino en Chile, país telúrico por naturaleza.

Habitábamos con mi madre, María Elena, el viejo caserón de la calle Maruri, en el número 419, a unas cuantas casonas del inmueble de dos pisos en el 513, donde el joven Neruda escribió su inolvidable Crepusculario en 1919, texto en el que describe los atardeceres más hermosos del mundo en versos de Los Crepúsculos de Maruri. El caserón de Maruri resistió, que yo recuerde, varios terremotos durante mi infancia. 

El primero que sacude mi memoria ocurrió el 4 de septiembre de 1958, jornada de las elecciones presidenciales que llevaron al poder a Jorge Alessandri R., el mandatario más reaccionario elegido en votación popular durante la segunda mitad del siglo XX, conspicuo burgués, pederasta y represor del pueblo, según sus opositores. Don Choche, como le llamaban las señoras empingorotadas de los barrios altos santiaguinos, fue el segundo terremoto que le sucedió al país ese 4 de septiembre, por ser recordado como uno de los gobiernos más nefastos de la historia de Chile. Ese día que fue elegido Alessandri, durante 6 minutos se sucedieron tres remezones de intensidad 7.3 el más fuerte, con epicentro a pocos kilómetros de Santiago hacia la cordillera, en El Cajón del Maipo. El terremoto ocurrió a nueve minutos de las 6 de la tarde, hora en que los lugares de votación aún estaban atestados de gente y fue allí donde se dio el mayor número de heridos por el desplome de las viejas escuelas y colegios donde se sufragaba ese día. El caserón de Maruri se estremeció tan violentamente que, abrazados con mi madre, ambos rodamos por el suelo.

Dos años más tarde, en 1960, tuvo lugar el terremoto más devastador que registra la humanidad con epicentro en la fluvial ciudad de Valdivia, a 841 kilómetros al sur de Santiago. El remezón se sintió con brutal intensidad en la capital, y esa vez que no alcancé a refugiarme en los brazos de mi madre, rodé los 32 peldaños de la escalera que conducía a la calle. Mi madre se quedó hasta el último instante en la planta alta, todo el tiempo que demoró en apagar la vieja cocina a gas y desconectar el circuito eléctrico de la casona, antes de llegar a abrazarme con telúrica ternura sobre los adoquines de la poética calle Maruri.

La fuerza de la ternura

En 1971, en el también telúrico y revolucionario gobierno de Salvador Allende, ocurrió un terremoto esta vez al norte de Santiago. El 8 de Julio, a las once de la noche con cuatro minutos, un sismo de magnitud 7,7 en escala de Richter, sacudió la zona central de Chile, con epicentro próximo a las ciudades de Illapel, Los Vilos, Salamanca, Combarbalá, Petorca y La Ligua. Se reportaron 85 muertos y 451 heridos en la zona afectada. Personalmente, tuve la penosa tarea de rescatar algunos de ellos, en la localidad de Petorca, donde quedaron sólo 4 casas en pie, durante las jornadas de ayuda voluntaria que realizamos como estudiantes. Recuerdo que esa ocasión decidí emborracharme, la primera noche de campamento, para evadirme del dantesco espectáculo ante la destrucción total del pueblo.

No obstante mis telúricas vivencias en los terramotus chilensis, la palabra me subyuga y, curiosamente, el término telúrico lo consigno para designar una cualidad, más bien, positiva. Me explico. Así como existen países telúricos, hay también seres humanos telúricos, según decía mi padre. ¿Y cómo son?  El diccionario dice que telúrico es relativo a la tierra, su sinónimo más cercano es tectónico, palabra que tiene relación con los plegamientos, las deformaciones, fallas de la corteza terrestre y las fuerzas internas que los originan. Por esa razón los terremotos son de origen tectónico, si no, volcánico. 

Mi padre usaba el término telúrico para referirse a sus amigos poetas o aquellos que sin ser sus amigos, admiraba. Así descubrí que Pablo Neruda, Pablo De Rokha, y Pablo Picasso fueron seres telúricos, además de poéticos. Como mi propio padre, que me legó su obra en algunos libros suyos de resonancia en Chile, entre ellos: Había una vez, Infancia Robada, Caracol, Relatos Prohibidos y Cuba Si, además de algunos artículos de prensa de la autoría de Vicente Parrini. Mi padre, telúrico como el mismo, terrenal de fuerzas irascibles, violento en medio de su ternura, acude a mi mente cada vez que la tierra se remece bajo mis pies. Y mi espíritu, acaso también telúrico, reclama ese abrazo protector de mi madre que me hacía estremecer más que los mismos terremotos.

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