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viernes, 4 de enero de 2013

VENEZUELA SIN CHÁVEZ O LA ETERNIZACIÓN DEL PODER

Por Leonardo Parrini

Federico Fellini, en una escena clásica de uno de sus filmes, mostró a Cristo descendiendo sobre Roma suspendido en el aire por cables desde un helicóptero e instituyó un icono del advenimiento de Dios sobre la tierra. Esa imagen de parafernalia me da vueltas en la cabeza cuando pienso en los dirigentes del socialismo del siglo 19 y del 21 que, a la más pura usanza cristiana, iconifican a sus líderes, a través del culto a la personalidad que, aparentemente, se contrapone al fuerte sentido de colectivismo que impera en los regímenes socialistas. Nada más alejado de la realidad. El individualismo exaltado para la enfervorización de las masas adictas a los golpes de efecto, a la espectacularidad de la política de pódium, forma parte de las ideologías colectivistas.

El fundamentalismo ideológico, tiene rasgos en común. Puestas en escena de grandes eventos que marcaron la historia y la geografía de las ideas políticas del siglo XX, en un tinglado de fenomenales proporciones  levantado con recursos de la propaganda que, dicho sea de paso, parecer ser invento faraónico, por el despliegue escénico que solían hacer en sus ceremonias oficiales y en la momificación de sus líderes para de ese modo eternizarlos.

No se volvió a repetir desde Egipto, sino en la felliniana Roma, despliegues tan fenomenales en eventos de masas con recursos escenográficos e histriónicos de tales magnitudes para deificar al César. Una recurrencia frecuente del hombre regente del hombre, es distanciarse de la condición humana para asemejarse a un dios, dominante sobre los otros hombres. Eso hicieron los asesores de Cleopatra, Julio César, Napoleón, Mussolini, Hitler, Stalin, Mao y, en nuestro continente sudaka Hugo Chávez, o mejor, el aparato de propaganda de su gobierno, consciente de que el líder debe ser reemplazado por el icono, antes de que materialmente ya no exista.

Gajes de la política, decía un viejo analista que tampoco ya existe; pero no, aquello va mucho más allá de la propaganda. Se trata de ingresar en el universo de los símbolos que, como estructura significativa, reemplaza al sujeto significado ausente. Los cubanos, buenos como son para los actos de masas y montajes propagandísticos, lo sabían claramente, cuando una fotografía del Che Guevara tomada en un acto cotidiano por un modesto fotógrafo, Alberto Díaz (Korda) en 1960, se convirtió en el icono más famoso del mundo -después de Cristo crucificado-, en ambos casos la imagen remplazó y ocupó el lugar del personaje deificado. ¿Qué habría sido de la figura de Ernesto Guevara sin ese símbolo? El recuerdo de un político revolucionario latinoamericano, nada más. El icono, cargado con toda la fuerza significante, cruza la historia, la trasciende y se eterniza en la memoria colectiva de las masas para potenciar lo que representa como signo posterizado, convertido en imagen trascendente que tiene el mismo efecto del embalsamiento de los difuntos egipcios.

Nacimiento del mito

Este mismo mecanismo ya fue puesto en marcha en Venezuela estos días en que, ante la incertidumbre del desenlace vital de Chávez afectado por un cáncer terminal, los sucesores del régimen iniciaron un proceso de iconización del lider con la venta de estatuillas, estampas, suvenir que lo petrifica, o mejor, lo plastifica en una imagen para trascender más allá en la historia. La prensa lo describe así: En un nuevo video difundido sin cesar, se puede ver, con fondo musical solemne, fotos de un Chávez adolescente bajo un cielo nublado, del presidente abrazando a niños y ancianos, y que termina con un Chávez meditabundo, bajo una lluvia torrencial y en contrapicado, mientras aparece en sobreimpreso la frase: “ ¡Yo soy Chávez! ” Con esta “hegemonía comunicacional”, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV-oficialista) se concentra en la exaltación de Chávez y de sus logros, porque parece claro que la ausencia de Chávez puede ser permanente. Rompecabezas y bustos con la imagen del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, son exhibidos en una tienda de un mercado de Caracas, Venezuela. El problema es que Chávez es el proyecto de la revolución bolivariana. Las autoridades hoy exaltan la figura de Chávez para establecer un vínculo entre el presidente, su legado, y el destino del proyecto político. Hacer de él un mito crea un basamento para seguir el proyecto, agrega el periódico. Por eso la oposición venezolana está pidiendo, rabiosamente, que se aclare el estado de salud de Chávez para dar los pasos necesarios en la sucesión del poder.

El otro rasgo común de las ideologías fundamentalistas, que dan lugar a regímenes de masas, es el utilitarismo de la muerte. Ésta no es vista como el fin de la vida, sino como el comienzo del mito. En la otra cara de una misma moneda, la muerte es un gesto extremo, exaltado como un acto político potente y trascendente que da inicio a la mitificación del lider. Los cubanos, que saben de estas cosas, instituyeron el célebre Patria o muerte, Venceremos. ¿Puede haber una declaración más extrema? Si, en la decisión de Cristo de inmolarse por los demás. Cristo, ese momento extremo, dijo algo equivalente a uno de los ladrones crucificados junto a él: Mañana entrarás conmigo al reino de los cielos. La muerte en las ideologías fundamentalistas es vista como la decisión de eternizarse, pero antes, esa decisión es heroicamente aceptada por el lider que muestra un desprendimiento total de la vida en función de los demás.

El sentido de la muerte como acto político extremo, la inmolación como argumento político, a través del gesto y la palabra, resulta una maniobra exaltativa del sentido mesiánico con que cristianos y socialistas se sienten predestinados en la tierra. Todo ese Mise en scene tiene el propósito de deificar e iconizar a sus líderes que deberán trascender para perennizarse en la memoria de los pueblos. Los cristianos lo hicieron con Jesús crucificado y los marxistas con el Che posterizado.

Deificación del poder

El tercer acto de la puesta en escena es la enfervorización de las masas, a través del fenómeno iconográfico. No puede haber más fervor que el de una ancianita con una estampa del Jesús del Gran Poder, aferrada a su pecho en la procesión del Viernes Santo. Es equivalente al fervor de un joven revolucionario que levanta el puño en alto, puesto la camiseta con la clásica iconografía del Che. Enfervorizar a las masas a través del manejo deísta del poder y de su representante, aunque esté ausente, forma parte de la perennación de ese poder.

Chávez, el día que muera, nacerá convertido en mito iconificado como un componente funcional a la continuidad de un proceso que empezó con él y debe tener continuidad sin él. La gran contradicción de los sistemas políticos fundamentados en el liderazgo unipersonal, es que centralizando el poder del influjo sobre la masa en la persona individual del lider, no dan paso a formas de poder colectivo. Los buros políticos son meras instancias de obsecuente certificación burocrática y, por tanto reiterativa  reafirmación de figura del lider-caudillo.


El fenómeno de simbolización del individuo es necesario para la cohesión social, sin dudas. Imprescindible para la continuidad de los procesos políticos sin su mentor, sin su lider, limitado en el tiempo y en el espacio por la contingencia histórica. Habrá que imaginar un lugar donde deberá permanecer eternamente Chávez después de su muerte. Cristo está sentado a la diestra de Dios-padre, en el imaginario católico. Lenin, Marx y el Che Guevara permanecen de pie junto al pueblo, en el limbo histórico creado por el ideario marxista. Esa fue la forma con que entraron en la historia y permanecen instalados en ella.

La oposición venezolana se frota las manos a la espera del desenlace que todos intuyen. Si el 10 de enero, Chávez, no asume el gobierno, sus enemigos políticos exigirán que se pongan en marcha los mecanismos constitucionales para la sucesión de poder. Caso contrario, Venezuela puede entrar en un periodo del poder de facto. En tanto, una compleja maquinaria de proyección de imagen del lider está en marcha, proyectando sobre el telón de fondo de la historia su figura señera que deberá seguir ejerciendo el influjo sobre las masas enfervorizadas, so pena de un desbande que ponga en peligro el andamiaje revolucionario en la tierra de Bolívar.


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