La suerte del régimen libio está echada. A estas horas la única cuestión pendiente es el destino de Muammar Gadafi: ¿se rendirá o luchará hasta el fin?, ¿será Allende o Noriega?, ¿vivo o muerto? y, si vivo, ¿qué le espera? El exilio es altamente improbable: no tiene quien lo reciba y, además, su inmensa fortuna, depositada en bancos de Estados Unidos, Inglaterra, Francia e Italia está bloqueada. Lo más probable será que siga la suerte de Slobodan Milosevic y termine enfrentando las acusaciones del Tribunal Penal Internacional (TPI), que lo acusará por genocida al haber ordenado a sus tropas que disparen contra de su pueblo.
Haciendo gala de una obscena doble moral, el TPI va a acoger una petición de un país, Estados Unidos, que no sólo no ha firmado el tratado y que no le reconoce jurisdicción sobre sus nacionales sino que lanzó una pertinaz campaña en contra del mismo obligando más de un centenar de países de la periferia capitalista a renunciar a su derecho a denunciar ante el TPI a ciudadanos norteamericanos responsables de violaciones semejantes -o peores- que las perpetradas por Gadafi.
En una entrevista reciente Samir Amin manifestó que toda la operación montada en contra de Gadafi no tiene que ver con el petróleo porque las potencias imperialistas ya lo tienen en sus manos. Su objetivo es otro, y esta es la segunda razón de la invasión: "establecer el Africom (el Comando Militar de Estados Unidos para África) actualmente con sede en Stuttgart, Alemania, dado que los países africanos, no importa lo que se piense de ellos, se negaron a aceptar su radicación en África."
Lo que requiere el imperialismo es establecer una cabeza de playa para lanzar sus operaciones militares en África. Hacerlo desde Alemania aparte de poco práctico es altamente irritativo, por no decir ridículo. Ahora tratarán de que el régimen lacayo que se instale en Trípoli acepte la amable “invitación” que seguramente le cursará la OTAN. De todos modos, el operativo no será para nada sencillo, entre otras cosas porque el Consejo Nacional de la Transición (CNT) es un precipitado altamente inestable y heterogéneo de fuerzas sociales y políticas débilmente unidos por la argamasa que sólo le proporciona su visceral rechazo a Gadafi, pese a que no son pocos quienes hasta hacía pocos meses se contaban entre sus más obsecuentes y serviles colaboradores.
Hay fundadas sospechas para creer que el asesinato aún no aclarado del ex jefe militar de los rebeldes, Mohammed Fatah Younis, ex ministro del Interior de Khadafy y ex comandante de las fuerzas especiales libias, fue causado por un sector de los rebeldes en represalia por su actuación en el aplastamiento de una revuelta islamista en la década de los noventas.
Otro ejemplo, no menos esclarecedor que el anterior, lo ofrece el mismísimo presidente del CNT. Según Amin, Mustafá Abdel Jalil es “un curioso demócrata: fue el juez que condenó a las enfermeras búlgaras a la muerte antes de ser promovido a Ministro de Justicia por Gaddafi," cargo en el que se desempeñó desde 2007 hasta 2011.
El CNT, en suma, es un bloque reaccionario y oportunista, integrado por islamistas radicales, socialistas " (estilo Zapatero o Tony Blair"), nacionalistas (sin nación, porque Libia no lo es) y, como señala el analista internacional Juan G. Tokatlian, "bandidos, empresarios, guerrilleros y ex militares" para ni hablar del faccionalismo tribal y étnico que ha marcado desde siempre la historia de ese territorio sin nación que es Libia. Por eso no existen demasiadas razones para suponer que el CNT inaugurará un período democrático. Sus miembros no tienen mejores credenciales que Gadaffi y pesa sobre ellos la irredimible infamia de haber invitado a las potencias imperialistas a bombardear sus ciudades y aldeas para viabilizar su derrocamiento.
Por eso, lo más probable es que una vez derrotado el régimen las sangrientas luchas intestinas y la ingobernabilidad resultante tornen inevitable para las potencias imperialistas entrar en otro pantano, como Irak y Afganistán, para establecer un mínimo de orden que permita organizar su rapiña. Desgraciadamente, lo que le espera a Libia no es la democracia sino un urbulento protectorado europeo-norteamericano y, como dijera Winston Churchill de su país en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, sangre, sudor y lágrimas.
Por eso, lo más probable es que una vez derrotado el régimen las sangrientas luchas intestinas y la ingobernabilidad resultante tornen inevitable para las potencias imperialistas entrar en otro pantano, como Irak y Afganistán, para establecer un mínimo de orden que permita organizar su rapiña. Desgraciadamente, lo que le espera a Libia no es la democracia sino un urbulento protectorado europeo-norteamericano y, como dijera Winston Churchill de su país en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, sangre, sudor y lágrimas.
Dr. Atilio Boron, director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED), Buenos Aires, Argentina
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