Por Leonardo Parrini
¿Mamá, si no decidiste tenerme,
por qué decidiste matarme? Escrita así esta pregunta atribuida a una niña o
niño abortado suena estremecedora. Como todas las cosas que relacionamos en la
vida, bajo un prisma emocional, que confiere a nuestras convicciones el
carácter moral de verdad absoluta. Me explico. Sugiero que la discusión sobre
la permisividad legal y moral del aborto está contaminada por las ideologías
imperantes como un pretexto, precisamente, para defender o satanizar dichas
ideologías. Frente al aborto, abortamos primero nuestra capacidad reflexiva de
entender un tema nada fácil, pero urgente de rescatar de las manos de los
moralismos extremos.
El aborto, como toda práctica
humana, responde a una decisión individual, o social de carácter histórico,
determinada por la concepción ideológica de quien lo practica o rechaza. El
meollo de la discusión se centra en torno a la idea de la vida como un hecho y
como un derecho. Las posturas opuestas al aborto parten de la premisa que el
embrión es vida, y esa idea concede de entrada una ventaja moral a los opositores
del aborto. La pregunta es: ¿dónde empieza y termina la frontera de la vida y
si ésta es una mera relación micro celular o, por el contrario, responde a un
estado desarrollado de células vivientes en capacidad de relacionarse con el
entorno en niveles de auto conciencia propia? Una segunda cuestión tiene que
ver con la idea de reconocer el poder sobre la vida a un ser superior, a una
deidad, -como ente creador de la misma- en tal sentido, automáticamente, se
entiende que sólo Dios tiene potestad de generar y quitar la vida. Y el tercer
aspecto es el que dice relación con el énfasis moral que la sociedad cristiana
occidental pone en el aborto como un crimen, frente a otros crímenes legalmente
castigados, pero moralmente menos sancionados que la práctica abortiva
clandestina.
La discusión por ese cauce se
encamina a defender, con prioridad, la posición ideológica antes que aquello
que dicha ideología sanciona o defiende, sin profundizar las motivaciones que
tiene la mujer para abortar como sujeto de derechos reproductivos. Así el
aborto aparece como un pretexto moral para la defensa de una ideología alineada
con la postura antiabortiva. Postura que arranca de una concepción diferencial
de los roles de género, que otorga el carácter matricial al género femenino, es
decir, la mujer es esencial y prioritariamente mater, cuya obligatoriedad y responsabilidad gestacional sobre la
vida, recae exclusivamente en ella. La mater, en sus orígenes etimológicos, es
el ser nutriente, que deriva de
esencia o vida. El páter, por el contrario, tiene asignado, desde la antigüedad, un rol como
homo sui iuris, bajo cuyo control estaban todos los bienes y personas
que pertenecían a la casa familiar. El páter ejecuta patria protestas sobre los hijos y resto de personas alieni
iuris que estaban sujetos a su voluntad, sobre la mujer casada, los
esclavos y otros hombres. Filio o hijo, producto de la unión páter mater,
significa etimológicamente el ser amamantado por la mater y gobernado por el páter
familia.
Por eso es que el tema del
aborto bajo la óptica de inamovilidad en los roles de género, implica aceptar
que el hombre provee y la mujer reproduce. Así la sociedad, automáticamente,
quita el derecho a la mujer sobre su vida reproductiva y la voluntad autónoma de
tener o no hijos, dejando estos aspectos en manos del hombre y las
instituciones creadas por él. En la polémica del aborto no se discute sólo el
tema de la vida; en el fondo se está discutiendo quién la administra.
La frontera de la vida fetal es
difusa, no es fácil definir con precisión dónde la vida, en el sentido moral
más que biológico, comienza y termina. Puesto que vida no es la mera relación
biológica intercelular, sino que supone la existencia de condiciones avanzadas
de auto conciencia en capacidad de interactuar con el medio. Hasta donde la ciencia responde, el embrión adquiere
ese estado de conciencia a partir del tercer mes de permanencia intrauterina.
La discusión ética del aborto
ha estado dominada por dos posiciones extremistas. Éstas son identificadas
por los eslóganes de ‘la vida’ y ‘la elección’. La vida como un hecho o como un
derecho, divide a los abortistas de aquellos que no lo son. En este aspecto
interviene un tercer elemento. Si el aborto es un crimen contra la vida, ¿por
qué es más execrable que otros crímenes contra un ser vivo, y cómo es que entonces
está legalmente menos sancionado por las condenas establecidas en el código
penal? Extrañamente, aparece como un acto moralmente menos censurable el crimen,
o la violación una niña de cinco años, que el aborto. Esto responde al hecho de
que ante el aborto se activan mecanismos de censura moral de fuerte carga
ideológica, que vienen prejuiciados y establecidos frente a los roles de género
y la necesidad de preservar el ideario hegemónico, occidental cristiano, en
este lado del mundo.
La santidad de la vida es el
corazón de nuestra conciencia moral, diría un cristiano. Etiquetar al aborto
como ‘asesinato’ es una estrategia sumamente emotiva, señala con lucidez el
monje budista Bhikkhu
Sujato: Cuando un soldado
mata a otro en tiempos de guerra, sólo lo llamamos ‘matar’, no asesinar. Cuando
un Estado mata a un criminal, lo llamamos ‘ejecución’. Cuando una persona se
mata a sí misma lo llamamos ‘suicidio. Por tanto, el etiquetar al aborto como
‘asesinato’ es absolutista y simplista. La aceptación de esta teoría es
dependiente de la fe en dogmas revelados como se definen dentro de una
comunidad religiosa en particular, y no tiene relevancia fuera de esa
comunidad.
Consideraciones
morales o derechos reproductivos
¿Cuándo el feto merece consideración
moral? Cuando tiene un estado de conciencia, porque la vida es inherente a la
conciencia activa o al alma; por tanto, un embrión sólo a partir de ese estado
animado, -que aparece al tercer o cuarto mes-, es considerado un ser viviente, según
estudios científicos y concepciones que los respaldan. Ese estado de conciencia
es tan rudimentario que antes de surgir no podía permitirle conciencia del
dolor, que es lo que moralmente nos incomoda de la muerte física. Cierto es que
el primer trimestre de surgimiento de la vida, es éticamente una fecha arbitraria
que refleja el límite de la ciencia sobre el conocimiento del embrión, pero que
no nos dice nada sobre el estatus moral del feto.
La oposición al aborto viene
acompañada de la postura machista que determina que el hombre es quien decide
sobre los derechos reproductivos de la mujer. También la posición antiabortista
tiene estrecha vinculación ideológica con la defensa, a ultranza, de la familia
como institución base del sistema económico y cultural, mediante el cual es posible
la reproducción del orden social vigente.
El hecho de asumir la defensa
de una institucionalidad que no da paso al aborto legal, da cuenta del mismo
principio moral que boga por la predominancia inamovible de los roles de
género, que otorga a la mujer la maternidad prioritaria, postura que al final
de día conculca derechos a la pareja. De este modo, queda vulnerada la
prerrogativa a la libre determinación reproductiva y asociativa parental, entre
otros derechos, la unión matrimonial de ciudadanos homosexuales y lesbianas y
la adopción de menores en el seno de una pareja de orientación sexual
alternativa a la convencional.
Sin pretender la última
palabra, consideramos necesario superar la oposición al aborto como un pretexto
para consolidar la idea global del dios creador de materia y espíritu que
permite la vida y del páter omnipresente que la administra. En última instancia,
cuestión de fe, y por lo mismo inexplicable e irreductible por la vía de la
razón. La discusión sobre la legalidad o
no del aborto, es un tema contaminado de ideología entre quienes defienden, o
censuran, la posibilidad de un cambio en la inamovilidad del rol de género que restituya
los derechos femeninos sobre la vida sexual y reproductiva de la mujer. Esta
misma concepción de inmutabilidad social es contraria al estatus actual de
nuestra especie como realidad en constante cambio, e incluso, a sus
posibilidades de evolución futura. Ya cierta sociología posmoderna ha
anticipado la idea de que la mutación de la familia, como ente matriz de la
sociedad, se encamina a un núcleo no necesariamente unido por relaciones de
consanguinidad. Esa idea deja abierta la opción a la existencia de comunidades
familiares congregadas por lazos afectivos, más no necesariamente biológicos.
Si el aborto en la mayoría de
los países ha sido técnicamente ilegal, aunque practicado y generalizado de
manera no oficial, mantenerlo en la ilegalidad hace criminales a mujeres que a
menudo han pasado por una experiencia traumática. Al mismo tiempo, esa
ilegitimidad viene a consentir la muerte de la madre y del hijo cuando en la
mayoría de las veces la clandestinidad no garantiza la seguridad quirúrgica del
aborto y deja el mercado con puertas abiertas a los médicos abortistas sin
escrúpulos. Para tomar posiciones frente a la permisividad legal o no del aborto,
antes, debemos abortar nuestros propios prejuicios y abordar el tema desnudos
de ropajes ideológicos a ultranza y
reflexionar qué está en juego, si la vida del feto o el entramado
ideológico que sustenta al ordenamiento social vigente.
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