Por
Leonardo Parrini
A
la hora de la verdad, la fiesta brava en Quito, sede de la
principal feria taurina de América está de capa caída, puesto que fue suspendida y por vez primera, desde 1960, no tocará trompetas
este año para anunciar el primer tercio en corrida de apertura de feria.
No
somos aficionados a los toros, pero sí a la política y la suspensión de la Feria
Jesús del Gran Poder -vaya nombre para un espectáculo de por sí violento- da cuenta del poder que ha adquirido el movimiento anti taurino ecuatoriano que logra, en forma inédita,
poner de capa caída al lucrativo negocio de los toros. Fiesta popular, salvajismo
medieval, lucrativo negocio, tradición colonialista o lo que fuere, la feria quiteña es emblemática
de las fiestas de fundación española de la ciudad, tan cuestionada por los
movimientos políticos de izquierda que, en furibunda lidia, tercian con
reiteradas críticas en contra de una festividad de tintes más colonialistas que
nacionalistas.
Corren
malos tiempos para la Madre Patria. Mater España, mientras se debate en una huelga
nacional convocada por las poderosas sindicales obreras en contra de las políticas
neoliberales del gobierno de Rajoy; en Quito, principal reducto taurino, entran
a matar una tradición impuesta por la cultura de un país y una monarquía que todavía
se siente con el derecho a dictar edictos a sus ex colonias o a increpar a sus mandatarios:
“por qué no te callas”, como inquirió el rey español a Hugo Chávez tiempo atrás.
De
capa caída, taurina España, describe el
ánimo que le acompaña en la pérdida de un lugar de prestigio y todos sus
beneficios consecuentes. Sus toreros y rejoneadores ilusionados con
debutar en Quito se quedaron, eso sí con la bata alzada, expresión criolla que define
la frustración de los diestros para quienes su afición es sangre pura, en el doble
sentido de un fervor por la muerte e ideología medieval que corre por sus
venas.
Sancho
Dávila, empresario taurino, reconoció en Quito que las razones para suspender la feria quiteña son varias: “Nos temíamos que en mitad de la Feria, esta pudiese ser
suspendida, por una decisión judicial, porque estaba demandada la Ordenanza
Taurina…No íbamos a poder promocionar la Feria como queríamos. Así que, con la
Municipalidad, hemos tomado esta triste decisión”. Versión que, a la hora de la
verdad, no corresponde a la fidelidad los hechos, según fuentes municipales.
Corren nuevo tiempos
Nuevos
tiempos corren en Quito y en el Ecuador de hoy. La actividad taurina, estrechamente
ligada a sectores pudientes capitalinos y aniñados ecuatorianos, representa, quiéralo
o no, las rancias costumbres de la oligarquía criolla, hoy de capa políticamente
caída. Malos tiempos para un sector
social de un país que decidió el camino de una revolución inspirada en nuevos
valores ideológicos, éticos y estéticos. Un tiempo de cambio que puso en la
mira a aquellas manifestaciones reaccionarias, colonialistas, antipopulares o,
incluso, tradicionales ecuatorianas, representadas por una partidocracia
desplazada del poder y puesta en descrédito por una nueva mirada ante la vida política del país. Bajo
el ideario de la revolución ciudadana, el Ecuador votó en consulta popular si estaba
o no de acuerdo en espectáculos que impliquen maltrato o muerte animal. La
capital de los ecuatorianos, sede de la primera feria taurina de América, se pronunció
en contra de la muerte de los toros.
Cambiando
de tercio, nos permitimos ser más suspicaces que un toro de lidia. ¿Qué tan
buen negocio político representa dar un golpe de efecto propagandístico, suspendiendo
la principal celebración de la fiesta de Quito de cara a una elección presidencial?
Adornados como toro con banderillas, no es exagerado colegir que los argumentos de atentado a la libertad de
empresa o a las propias tradiciones de la ciudad, bien pudieren ser usados en
la campaña contra el régimen. Un pase de pecho, electoralmente, perfecto. Pero a
la hora de la verdad, en las elecciones presidenciales de febrero, se verá si
los quiteños han sido tan taurinos o los toros son una actividad sustentada por la publicidad y el dinero invertido en un negocio millonario capaz de revertir
la conciencia popular.
Vamos a ver, majo, si la nueva mirada de un pueblo en
proceso de cambio -definida por otros valores que dan a la vida una nueva dimensión-
es capaz de sostenerse en la arena electoral. La vida tiene otro sentido en el Ecuador de
hoy, incluso para los astados, hasta donde
vivir también es un derecho inalienable de los toros. Como no hay quinto malo,
nobles o no, me inclino por el indulto de las víctimas de un espectáculo, cuyos
referentes medievales y violentos se contradicen con el buen vivir de un
pueblo que, ¡cómo no!, empezando por sus fiestas tradicionales, debe ser consecuente
con su identidad y vocación de futuro. Enhorabuena.
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