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martes, 17 de julio de 2012

LA VIEJA EUROPA


Por Leonardo Parrini

Europa, considerada el viejo continente, no lo es tanto por su edad histórica, sino por su heredad ideológica, arraigada en vetustas concepciones que aun pesan, como lastre, en la necesidad de desarrollar un sistema político acorde con los tiempos. Reintegración política, descomposición social, derrumbe de las viejas convicciones y exuberancias virtuales son signos inequívocos de una sociedad postmoderna, a la cual Europa accede contra su propia identidad, desacralizando los pilares de un modernismo decimonónico ya superado en sus fracasos ante el predominio de la incertidumbre por sobre las utopías.

El siglo XX, problemático y febril como dice el tango, descubre una Europa herida en sus entrañas por feroces conflictos fruto de ambiciones expansionistas, racismos y doctrinas apologéticas de la violencia que alcanza niveles paroxísticos en las dos guerras mundiales de 1914 y de 1939. Circunstancias de la historia europea que suceden como si el viejo continente no acumulara, con sabiduría y sensibilidad, la experiencia de sus épocas de oro, cuando el pensamiento y la razón iluministas lo hicieron renacer de la noche feudal y lo condujeron, rampante y liberal, por los derroteros del modernismo capitalista.

Hoy que una crisis europea generalizada remese los cimientos del viejo continente en sus pilares económicos, sociales e ideológicos, la otrora Europa iluminada se debe un examen de conciencia que confirme cuánto aprendió de sus precursores del pensamiento moderno. Un examen de conciencia y a fondo a la asignatura de fe en sí misma que desentierre las raíces de un territorio de descubridores, no de colonizadores; de emprendedores, no de bucaneros; de juglares, mas no de mercenarios de ultramar. 

Una Europa en crisis que debería volver los ojos al nuevo mundo con una mirada distinta hacia Latinoamérica y aprender de ella su optimismo y vocación de futuro. Tal vez así pueda hallar respuesta a su drama ontológico que afecta el ser y el alma de una Europa, cuyo reloj de la historia avanza en contra.

Europa que lo ha vivido todo: barbarie y oscurantismo medioeval, inquisición y renacimiento, guerras y catástrofes nucleares debe, más temprano que tarde hallar el rumbo de una convivencia armónica y solidaria consigo misma y con los demás pueblos de la tierra.

Qué falta hace en la agenda histórica del viejo continente una dosis de utopía latinoamericana, la incerteza sudaca que la vuelva intuitiva. Una sabiduría chamánica que rescate su fe en el porvenir. La magia ancestral de nuestros territorios que restaure la sonrisa en su faz arrugada por viejos colonialismos, desprecio a migrantes hambrientos, pánico a mercados derrumbados y obscenas monarquías crepusculares.

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