Precoces lecturas del ideario
marxista - El 18 Brumario, entre otros escritos-, también juveniles de Marx, le
hicieron vislumbrar la imagen de un mundo, aparentemente, caótico que respondía
a las corrientes internas de un sistema contradictorio y temporal. En el Paris
de los años sesenta, Cueva halló en la Ecole des Hautes Etudes los primeros
esbozos de explicación a su pregunta
adolescente sobre la libertad en textos claves del maestro del
existencialismo J.P. Sartre, quien, luego de desbaratar su alegría
juvenil, le entregó la señal de un camino que no abandonaría por
el resto de su vida: el extrañamiento ante un mundo contrahecho que era preciso
cambiar.
Con estos antecedentes no es
raro que a su regreso a Quito el joven Cueva, recién desembarcado del avión,
fundara el grupo Tzántzico, integrado por jóvenes inconformes que se tomaron
literalmente el Café 77, lugar de confluencia y tertulia de elementos
revolucionarios que, como era de
suponer, fue clausurado por una de las dictaduras militares criollas de turno.
Los tzántzicos hicieron circular la revista Pucuna, publicación en la que Cueva
expuso sus primeras apreciaciones sobre el fenómeno cultural ecuatoriano. Eran
lúcidas opiniones de contrapunto que ya dejaban entrever al pensador crítico
que puso de cabeza el pensamiento social de los años sesenta y setenta con
reflexiones contundentes acerca de la realidad nacional y latinoamericana.
Cueva fue el sociólogo del
hecho cultural ecuatoriano. Dejó encendida una luz inédita hasta entonces, bajo
la cual descubrió la relación entre las viejas formas de dominación colonial y
la creación cultural del país, influida, dominan y coartada por la visión
clerical del feudalismo colonialista español.
Sus aportes más lúcidos los propuso en la obra Entre la ira y la esperanza en la que demuestra la implicancia del
hecho colonial sobre la cultura republicana del Ecuador que impuso una forma
estética, tanto en el sermón cuanto en la poesía de corte culterano, que
“bloqueó la relación entre el habla social y la lengua de la cultura y
condicionó la producción artístico, literaria, impidiendo la creación de una
cultura nacional”.
Sus criterios sobre el
populismo, basados en el análisis de los regímenes velasquistas, le valieron la
detracción y el escarnio de los sectores conservadores e incluso de la
izquierda. En su obra El Proceso de dominación política en Ecuador,
Cueva ensaya una creativa visión de la impronta de Velasco Ibarra, como mítico
símbolo criollo, desentrañando la tramoya del populismo y sus implicancias
socio políticas en el país.
Pero es en su extenso debate
sobre la teoría de la dependencia y de las relaciones del Ecuador y el continente con los centros de poder
internacional, donde Cueva marca distancias con sectores radicales de la ultraizquierda
latinoamericana y establece matices propios que resultan característicos de su
pensamiento sociológico, esto es, “el análisis concreto de la situación
concreta”, en el que Cueva da cuenta de una destellante claridad para ver las
relaciones dialécticas del hecho social.
A veinte años de su muerte,
Cueva es un pensador que goza de buena salud intelectual y plena vigencia
ideológica; prueba de ello es que hoy los centros universitarios ecuatorianos
lo convocan y evocan como el más importante interrogador a contravía que nos dejó
la tarea de contestar con urgencia por qué en el mundo todavía no hay espacios
de libertad.