GRANDES TEMAS - GRANDES HISTORIAS

E c u a d o r - S u d a m é r i c a

lunes, 4 de noviembre de 2013

FREUD: ENTRE LA VIDA, EL AMOR Y LA MUERTE


Por Leonardo Parrini

Revisando un hermoso libro con las mejores entrevistas periodísticas realizadas por la prensa mundial del siglo XX, nos detenemos en aquella que George Sylvester Viereck realizó, en 1930, a Sigmund Freud, maestro conocedor del “insondable misterio del comportamiento humano”. Freud parte diciendo que “mis setenta años me han enseñado a aceptar la vida con jubilosa humildad”, luego de una existencia entregada a la exploración del alma humana. Tarea que no estuvo exenta de riesgos como enfrentar a la Esfinge, cuando Freud transita con tanto acierto la mitología griega donde descubre las metáforas que enriquecen su teoría del Psicoanálisis.

Navegante acucioso del inconsciente, el maestro austriaco suele ser catalogado como revolucionario descubridor de nuevos horizontes en la psicología analítica. El Psicoanálisis creado por Freud, consiste esencialmente en evidenciar la significación inconsciente de las palabras, actos, producciones imaginarias (sueños, fantasías, delirios) de un individuo. Este método se basa principalmente en las asociaciones libres del sujeto, que garantizan la validez de la interpretación. 

El Freud desconocido

Mi modestia no es ninguna virtud, confesó Freud en la entrevista a Viereck, porque “no aspiro a la gloria póstuma”. No obstante ésta llegó junto al reconocimiento de la humanidad por este hombre que en su actitud -más sencilla que el pan de cada día-, llegó  decir que “no permito que ninguna reflexión filosófica  eche a perder el placer que me procuran las cosas sencillas de la vida”.

Indagado sobre la posibilidad de trascender después de su muerte, Freud  manifestó que “cuando uno percibe el egoísmo que subyace a toda conducta humana”, no siente el menor deseo de renacer, aun cuando -como diría Nietzsche-, la eterna concurrencia de las cosas nos revistiera de nuevo con nuestro envoltorio mortal: el deseo de prolongar la vida más allá de lo natural me parece tremendamente absurdo, concluye Freud.

Sigmund Freud consideraba que “no hay razón para que deseemos vivir más tiempo”, puesto que la propia muerte “es posible que no sea una necesidad biológica” y que muramos “porque necesitamos hacerlo”, dado que en toda existencia humana conviven, simultáneamente, el deseo de supervivencia con un ambivalente deseo de aniquilación.

La muerte es la pareja natural del amor, juntos gobiernan el mundo, afirma Freud, porque ambas realidades son igualmente trascendentales. En todo ser humano el amor a la vida, el deseo de vivir, es lo suficientemente intenso como para contrarrestar el deseo de morir, aun cuando este último acaba siendo el deseo más poderoso.

La convicción teórica de Freud evidencia que la sabiduría no exime de maldad, puesto que “comprenderlo todo no es perdonarlo todo”, y que “tolerar el mal no es en absoluto corolario del conocimiento”. En esa línea de pensamiento, Freud, cuestiona su propio método de obtener el conocimiento humano: el Psicoanálisis despoja a la vida de sus últimos encantos al vincular cada sentimiento al racimo de complejos que lo originan. Descubrir que todos alojamos en el corazón a un salvaje, un criminal o una bestia, no nos hace más felices.

Una de las cualidades humanas que se extingue en quienes lideran el mundo, es la humildad. Achicharrados en los fuegos fatuos de la vanidad y la prepotencia los líderes del nuevo milenio hacen gala del distanciamiento existente entre los Estados que gobiernan y sus pueblos gobernados. El poder insufla en los hombres la mezquindad contra sus semejantes. Freud dice que la mezquindad es el modo que tiene el hombre de vengarse contra la sociedad por las restricciones que ésta les impone. Contrario a la mezquindad de los hombres, el amor –en sus variantes sexuales- son para Freud fuente de respuesta a la complejidad humana, y en eso coincide con Walt Witman, en que todo nos faltaría si nos falta el sexo, impulso primario al que la vida misma debe su perpetuación. Sin duda una idea optimista. Freud negó toda la vida ser un pesimista. Su mirada al mundo, al amor y a la muerte, así lo confirman: vivió y murió amante de las cosas sencillas de la vida, con jubilosa humildad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario