Estamos bien en el refugio, los 33. Siete palabras que hicieron estallar de júbilo a diecisiete millones de chilenos cuando, después de dos semanas de búsqueda, los equipos de rescate lograron ubicar con vida a los mineros de un yacimiento de cobre y oro, literalmente tragados por un derrumbe en el socavón de 700 metros de profundidad. Como prueba de vida los mineros pintaron la punta del martillo de la sonda que alcanzó el refugio donde se encuentran.
La odisea aun no termina para los treinta y dos mineros chilenos y un boliviano que permanecen con vida en un refugio de la mina San José, ubicada en el desierto de Atacama, 800 kilómetros al norte de Santiago. El accidente deja en evidencia que Chile, país telúrico y cuprífero, ha mantenido siempre relaciones duras, sin ambages, con una naturaleza generosa, pero agreste y violenta.
Ubicado en la cornisa que forma la cordillera de los Andes frente a la fosa marina del Pacifico sur, Chile se extiende como territorio rico en recursos naturales extraídos con el trabajo persistente de una clase obrera, doblemente persistente en sus propósitos de sobrevivencia. Acaso es esa persistencia proletaria simbolizada en el minero Mario Gómez de 63 años, líder de sus compañeros, que ha derrochado inteligencia, tesón y valentía, lo que permite mantener con vida a los trabajadores atrapados. La batería extraída de una camioneta que se encontraba en el socavón obstruido, es su única fuente de luz. Un ducto de agua que fue restablecido por los propios mineros les permite luchar contra la mortal deshidratación, mientras que un canal de aire habilitado por los ingeniosos obreros con una de sus maquinas de trabajo, los mantiene vivos.
Una dura lección
A la luz de estos hechos la industria minera chilena extrae evidentes falencias que deben servir de paradigma en las urgentes transformaciones que ameritan las relaciones laborales en el país. El Gobierno de Piñera anunció medidas; un régimen dirigido por empresarios que empiezan a enterarse, en la cruda realidad, que Chile está lejos de ofrecer garantías técnicas y sociales para sus trabajadores. Mientras que el país, eufórico por la noticia de sobrevivencia de los mineros, ya ha empezado a movilizarse exigiendo dignidad en las condiciones de trabajo.
El rescate de los mineros se proyecta todavía unos tres a cuatro meses, puesto que es necesario introducir una sonda más ancha que permita extraer a los trabajadores atrapados. Mientras tanto, se anuncian juicios a la empresa minera de Marcelo Kemeny y Alejandro Bohn, por presuntas faltas de seguridad industrial. ¨Yo creo que simplemente no se hacía topografía, porque él solo (el gerente) no podía hacerlo, tenía que tener ayudante, pero no podía tener ayudante porque no le daban el dinero para contratarlo", manifestó Vicente Tobar, ex Jefe de Prevención de Riesgo de la mina.
En Chile se dice que no hay mal que por bien no venga. La tragedia de la mina atacameña confirma que la seguridad industrial en Chile debe ser tecnológica y administrativamente mejorada. El país debe aprender de esta lección. Con una loca geografía y una historia tenaz, Chile se enfrenta en lucha sin cuartel a las dos grandes contradicciones humanas: la del hombre consigo mismo y del hombre con la naturaleza que otorga, pero que también factura un alto precio.
Las treinta y tres banderas chilenas que ondean en lo alto del monte junto a la mina, simbolizan la vida de esos treinta y tres héroes del trabajo. Su ejemplo deberá ser un factor de cambio real en un país habituado a la superación de tragedias sociales y naturales, experiencias que engrosan el tenaz comportamiento de los chilenos frente a la adversidad.
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