Considerada una de las peores catástrofes ecológicas, el derrame de crudo provocado el 22 de abril por la explosión de la plataforma Deepwater Horizon operada por la British Petroleum, es el más grave ecocidio de la historia en contra de la humanidad. El desastre del pozo Mississipi Canyon de aguas profundas, ubicado a 130 millas al sur este de Nueva Orleans, arroja cinco mil barriles diarios al mar y se extiende ya en un área de mil quinientos kilómetros.
A un mes de la tragedia la mancha de petróleo del tamaño de Jamaica, amenaza a varios estados de Norteamérica, al punto que Obama declaró la emergencia nacional en los EEUU. El impacto ecológico afecta a unas 400 especies de la zona que habitan las profundidades del mar que, ante el oscurecimiento de la fosa marina provocada por la mancha, perecerán sin remedio, causando de paso una perdida sin precedentes a la industria pesquera de la región.
Los esfuerzos por mitigar el daño ambiental no son suficientes, pese a que 69 embarcaciones luchan por recuperar el crudo derramado por la plataforma que contenía 2,6 millones de litros de petróleo en depósito y extraía 1,27 millones de litros diarios. Cien mil pies de barreras desplegadas en la zona para contener el crudo, ni 76 mil galones de dispersantes pueden contrarrestar los efectos contaminantes del derrame. La mancha alcanzará las proporciones de la catástrofe del Exxon Valdez, el petrolero que se hundió frente a las costas de Alaska en 1989 y que arrojó al mar 11 millones de galones de crudo.
El desastre provocado por el aumento de la presión en la plataforma de propiedad de la Transocean, arrendada a la British Petroleum, deja varios cuestionamientos como manchas negras en la conciencia internacional. ¿Frente a los efectos económicos y ecológicos, quién paga las pérdidas provocadas por el ecocidio del Golfo de México? La respuesta es obvia: los responsables de la British Petroleum deben asumir el costo de la limpieza que asciende a 10 mil millones de dólares, según expertos; además, la indemnización a los afectados directa e indirectamente por el desastre. Más aun cuando se conoce que EEUU impedirá comprometer gastos fiscales en el desastre, cuyas causas hay que buscarlas en la negligencia operativa de la plataforma.
Los efectos de una industria con defectos
El ecocidio del Golfo de México saca a la superficie el debate acerca los efectos de la industria petrolera mundial en la geopolítica del planeta, sus consecuencias ambientales y el impacto en las democracias dependientes de los recursos del petróleo. El petróleo mueve la economía internacional y determina rutas del crudo que se convierten en motivo de guerras por la hegemonía petrolera. Muchos discursos guerreristas, entre otros el de Irán en el oriente medio, que mantiene el 25% de las reservas, son camuflados como defensa de la democracia y los derechos humanos por las naciones que buscan el control de las fuentes petrolera. Tal es el caso de los EEUU que con un 5% de la población mundial y el 25% de consumo del crudo del planeta, no escatima esfuerzos bélicos por el manejo geopolítico de la mayor zona petrolera mundial.
Los países petroleros auspician regímenes autoritarios, gracias a la tenencia de recursos hidrocarburíferos que les confiere poderes cuasi ilimitados frente a otras naciones. No es exagerado decir que los países petroleros se vuelven intolerantes, minando las formas democráticas de sus pueblos. Venezuela es un caso típico en América Latina, mientras que la presión de las naciones árabes cierra la llave petrolífera cada vez que los conflictos se agudizan con las potencias occidentales; esto ocurrió en 1973, cuando la OPEP respondió con el chantaje perolero en contra del apoyo norteamericano al peón israelita.
Se sabe que el petróleo es una energía no renovable que cuenta con reservas para los siguientes 80 años. Ante esta inexorable realidad se vuelve imperativo que la humanidad agote esfuerzos por reemplazar esta energía por otras más limpias. Expertos afirman que el crudo puede ser sustituido, en el 2030, por energías como la eólica en un 34%, carbón en un 2.5% y por el gas en un 8.6% según expertos. Una de las medidas urgentes es la reducción paulatina del consumo de crudo y sus derivados estimulado por el uso de automotores. No obstante, la conclusión obvia es que no tiene sentido el ahorro de energía si se consume más combustible, gracias a la desenfrenada producción automotriz mundial que, a la postre, resulta ser causante directa de contaminación ambiental. Los influjos hidrocarburíferos que mueven miles de millones de dólares, hacen que, gracias al lobby político, las siete hermanas petroleras norteamericanas, que ahora incluyen a Venezuela y África, ejerzan una influencia mayor que los propios estados industrializados en la constante negativa de reducción de las emisiones de CO2.
El desastre de la plataforma del Golfo de México hace prever la necesidad de poner fin a la explotación petrolera marina en alta mar, reduciendo de este modo los efectos del calentamiento planetario, vinculados directamente con la explotación de los hidrocarburos debido a la emisión de gases industriales. El petróleo, además de ser un estimulo para los conflictos bélicos, es una industria cuya explotación resulta de alto impacto para las ecologías y las economías de la mayoría de países del mundo que no puede darse el lujo de un nuevo ecocidio como el del Golfo de México. Es hora de que la mancha negra que oscurece nuestras conciencias se convierta en verde esperanza y así augurar mejores días para un agobiado y maltratado planeta.
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