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miércoles, 26 de agosto de 2015

LA PRENSA ENCANTADORA

Por Leonardo Parrini         

Hace cuatro décadas Marshall McLuhan, teórico de la comunicación canadiense, dijo que el medio es el mensaje. Sin duda hacía referencia a una situación discutible: no importa lo que digas con tal que lo digas por tal o cual medio; lo dicho se vuelve creíble, se convierte en realidad mediática y, por lo mismo, aceptable. Amerita decir que esta afirmación enunciada en los albores del internet y de los medios electrónicos de hoy, insinuando que el medio es más importante que el mensaje, sonaba a una provocación. Así como el medio es entendido como una extensión del cuerpo humano, el mensaje no podría limitarse entonces simplemente a contenido o información, porque de esta forma excluiríamos algunas de las características más importantes de los medios: su poder para modificar el curso y el funcionamiento de las relaciones y las actividades humanas, sugería McLuhan. En eso radica el encanto de la prensa.

La idea de McLuhan se ha cumplido al pie de la letra en situaciones flagrantes con protagonismo de los medios de información que construyen imaginarios colectivos, a partir de sus propias lecturas y escrituras de la realidad. En esa línea de pensamiento versa la crítica que formula el crítico brasilero Leonardo Boff Koinonía a las empresas mediáticas, cuando señala que “el odio es promovido desde la prensa comercial con falsedades y mentiras” haciendo referencia a la oposición al gobierno de la Presidenta Rousseff. “Todo lo que es conquista social incomoda a una élite perversa. Puedo imaginar la enorme dificultad que tienen las clases propietarias con sus poderosos medios de comunicación para aceptar la profunda transformación ocurrida en el país…Ellos quieren volver al pasado, a la restricción de las políticas sociales, a la reducción de las políticas públicas”, concluye el analista.

El montaje encantador

No es aventurado extrapolar la situación brasilera a la realidad del Ecuador, país en el que la prensa sistemáticamente construye versiones de la realidad a partir de sus editoriales. Opiniones de prensa que son impuestas a una sociedad desprovista de referentes que contrapesen los paradigmas que promueven situaciones, personajes y formas de vida, acordes con los modelos ideológicos sugeridos por grupos de poder económico que actúan en la tramoya del acontecer político nacional.

En este ejercicio de diseño del pensamiento colectivo la prensa se promueve a sí misma. En una portada de la revista Vistazo, de junio de 2010, el medio impreso guayaquileño promovía en el titular a “Las voces en que creemos”, acompañado de una fotografía con los personajes que la revista consideraba conspicuos voceros del periodismo nacional. Más allá de la solvencia profesional de los nombres sugeridos, -Alfonso Espinoza de los Monteros, Jorge Ortiz, Andrés Carrión, Alfredo Pinoargote, Felix Narváez, entre otros y otras-, la promoción daba por hecho que ellos son los más creíbles. Opinión que habría que contrastar con las preferencias del público en alguna encuesta hecha de manera seria e imparcial.

El sistemático posicionamiento de temas, personajes e ideas en la diaria labor de la prensa ecuatoriana, es una constante que caracteriza su quehacer periodístico. Convertirse en caja de resonancia de opiniones reaccionarias y alarmistas, es pan de cada día en sus editoriales, notas y entrevistas. Para la prensa oponente al Estado no existen rasgos positivos en la realidad nacional.

En estos días de ceniza volcánica y política, la versión de la prensa y su labor promotora de personajes “en que creemos”, o deberíamos creer, no cesa. Recientemente diario El Universo publica una extensa reseña de los nuevos protagonistas saltados a la palestra en el paro de agosto. Rostros como Salvador Quispe, Carlos Pérez Guartambel, Manuela Picq, entre otros, son perfilados en sendas biografías con el propósito de venderlos como interlocutores válidos ante la opinión pública. La promoción de personajes tiene el fin de lograr empatía con el lector, mediante la creación de historias existenciales emotivas -culebrones mediáticos, dicen los españoles-, para sensibilizar al público en torno a la vida y obra de sus apadrinados.

Los afanes promocionales se conjugan con la difusión de ideas, propuestas y análisis provenientes de los sectores más reaccionarios opositores al régimen. Una conferencia de Francisco Huerta Montalvo es reproducida por la prensa en la cual el viejo político liberal acuña la idea de instaurar “un gobierno interino” que reemplace, ya mismo, a Rafael Correa con el sofisticado argumento –golpista, por lo demas-, de que “para recuperar la democracia todos los métodos son buenos para salir de la tragedia”, ya que “dictadura es dictadura, de pésima calaña”. Erguido en espontáneo vocero de la oligarquía guayaquileña, Huerta llama a vencer “el miedo que ha comenzado a convertirse en epidemia”. Y se lamenta “como viejo político, estemos pensando qué hacen los indios para ver qué hacemos nosotros”. Acto seguido el mismo reconoce que “hay que liberarse de la dictadura con instrumentos que son contrarios a la elemental arquitectura de lo que es una democracia, pero no queda alternativa”. Puesto que su visión de futuro no es alentadora, Huerta llama a un golpe de mano revestido de un interinazgo que se anticipe a las elecciones del 2017, porque “lo otro tiene el riesgo que no logremos un candidato de unidad que gane las próximas elecciones”.

La visión apocalíptica de Ecuador es una necesidad mediática para provocar desazón. Recientemente la agencia de noticias económicas Bloomberg Business, afirma que “todo está saliendo mal al Ecuador”, debido a “un desolador balance de la situación ecuatoriana “, con crisis económica y política a la que se suman “fenómenos naturales en el Cotopaxi y la eventual acción de la corriente del Niño” en los próximos meses. A eso añade la caída de popularidad de Rafael Correa en las encuestas, el precio del petróleo a 40 dólares el barril, disminución del financiamiento externo, “la represión a la prensa” y la acción de tribunales para “silenciar a opositores”, es decir “el lado oscuro” de la prosperidad, como señala la agencia Bloomberg. En eso radica el catastrofismo a ultranza de la prensa.

Este fenómeno de odio social promovido en las páginas y pantallas mediáticas, se explica por lo que analiza el francés Rene Girard, al señalar que “cuando en la sociedad surgen los conflictos, el opositor principal consigue convencer a los demás de que el culpable es tal o cual persona o partido. Todos entonces se vuelven contra él, convirtiéndolo en chivo expiatorio sobre el cual colocan todas las culpas y corrupciones (Le bouc émissaire, 1982). Así desvían la mirada de sus propias corrupciones y, aliviados, continúan con su lógica también corrupta”.

No está lejos de la realidad la caracterización presidencial de “la prensa corrupta” –encantadora como prefiero llamarla- por ese acto de encantamiento de la realidad, a través de la mitificación, la impostura o la mentira. Una constante que el jurista alemán Karl Schmitt explica en la necesidad de la prensa para “garantizar su identidad, tiene que identificar un enemigo y descalificarlo con todo tipo de prejuicios y difamación”. Ese proceso está siendo sistemáticamente realizado contra los gobiernos progresistas de Latinoamérica en un verdadero bulling colectivo. A esta prensa no le interesa un diálogo de ideas, no confronta fuentes proporcionalmente con igualdad de espacio para las partes beligerantes, no investiga a fondo y sus voceros se caracterizan por una superficial mirada, arrojada con desdén a una realidad supuesta e impuesta en sus editoriales y noticias con fines que resultan, a todas luces, encantadores.

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