Por Leonardo Parrini
Hace cuatro décadas
Marshall McLuhan, teórico de la comunicación canadiense, dijo que el medio es
el mensaje. Sin duda hacía referencia a una situación discutible: no importa lo
que digas con tal que lo digas por tal o cual medio; lo dicho se vuelve
creíble, se convierte en realidad mediática y, por lo mismo, aceptable. Amerita
decir que esta afirmación enunciada en los albores del internet y de los medios
electrónicos de hoy, insinuando que el medio es más importante que el mensaje,
sonaba a una provocación. Así como el medio es entendido como una extensión del
cuerpo humano, el mensaje no podría limitarse entonces simplemente a contenido
o información, porque de esta forma excluiríamos algunas de las características
más importantes de los medios: su poder para modificar el curso y el
funcionamiento de las relaciones y las actividades humanas, sugería McLuhan. En
eso radica el encanto de la prensa.
La idea de
McLuhan se ha cumplido al pie de la letra en situaciones flagrantes con
protagonismo de los medios de información que construyen imaginarios colectivos,
a partir de sus propias lecturas y escrituras de la realidad. En esa línea de
pensamiento versa la crítica que formula el crítico brasilero Leonardo Boff Koinonía a las empresas mediáticas, cuando señala que “el odio es promovido
desde la prensa comercial con falsedades y mentiras” haciendo referencia a la oposición
al gobierno de la Presidenta Rousseff. “Todo lo que es conquista social
incomoda a una élite perversa. Puedo imaginar la enorme dificultad que tienen
las clases propietarias con sus poderosos medios de comunicación para aceptar
la profunda transformación ocurrida en el país…Ellos quieren volver al pasado,
a la restricción de las políticas sociales, a la reducción de las políticas
públicas”, concluye el analista.
El montaje encantador
No es aventurado
extrapolar la situación brasilera a la realidad del Ecuador, país en el que la
prensa sistemáticamente construye versiones de la realidad a partir de sus
editoriales. Opiniones de prensa que son impuestas a una sociedad desprovista
de referentes que contrapesen los paradigmas que promueven situaciones,
personajes y formas de vida, acordes con los modelos ideológicos sugeridos por grupos
de poder económico que actúan en la tramoya del acontecer político nacional.
En este
ejercicio de diseño del pensamiento colectivo la prensa se promueve a sí misma.
En una portada de la revista Vistazo, de junio de 2010, el medio impreso
guayaquileño promovía en el titular a “Las voces en que creemos”, acompañado de
una fotografía con los personajes que la
revista consideraba conspicuos voceros del periodismo nacional. Más allá de la
solvencia profesional de los nombres sugeridos, -Alfonso Espinoza de los
Monteros, Jorge Ortiz, Andrés Carrión, Alfredo Pinoargote, Felix Narváez, entre
otros y otras-, la promoción daba por hecho
que ellos son los más creíbles. Opinión que habría que contrastar con las
preferencias del público en alguna encuesta hecha de manera seria e imparcial.
El sistemático posicionamiento
de temas, personajes e ideas en la diaria labor de la prensa ecuatoriana, es
una constante que caracteriza su quehacer periodístico. Convertirse en caja de
resonancia de opiniones reaccionarias y alarmistas, es pan de cada día en sus editoriales,
notas y entrevistas. Para la prensa oponente al Estado no existen rasgos positivos
en la realidad nacional.
En estos días de
ceniza volcánica y política, la versión de la prensa y su labor promotora de
personajes “en que creemos”, o deberíamos creer, no cesa. Recientemente diario
El Universo publica una extensa reseña de los nuevos protagonistas saltados a
la palestra en el paro de agosto. Rostros como Salvador Quispe, Carlos Pérez
Guartambel, Manuela Picq, entre otros, son perfilados en sendas biografías con
el propósito de venderlos como interlocutores válidos ante la opinión pública. La
promoción de personajes tiene el fin de lograr empatía con el lector, mediante la
creación de historias existenciales emotivas -culebrones mediáticos, dicen los
españoles-, para sensibilizar al público en torno a la vida y obra de sus
apadrinados.
Los afanes promocionales
se conjugan con la difusión de ideas, propuestas y análisis provenientes de los
sectores más reaccionarios opositores al régimen. Una conferencia de Francisco Huerta
Montalvo es reproducida por la prensa en la cual el viejo político
liberal acuña la idea de instaurar “un gobierno interino” que reemplace, ya
mismo, a Rafael Correa con el sofisticado argumento –golpista, por lo demas-,
de que “para recuperar la democracia todos los métodos son buenos para salir de
la tragedia”, ya que “dictadura es dictadura, de pésima calaña”. Erguido en espontáneo
vocero de la oligarquía guayaquileña, Huerta llama a vencer “el miedo que ha
comenzado a convertirse en epidemia”. Y se lamenta “como viejo político,
estemos pensando qué hacen los indios para ver qué hacemos nosotros”. Acto
seguido el mismo reconoce que “hay que liberarse de la dictadura con
instrumentos que son contrarios a la elemental arquitectura de lo que es una democracia,
pero no queda alternativa”. Puesto que su visión de futuro no es alentadora, Huerta
llama a un golpe de mano revestido de un interinazgo que se anticipe a las
elecciones del 2017, porque “lo otro tiene el riesgo que no logremos un candidato
de unidad que gane las próximas elecciones”.
La visión apocalíptica
de Ecuador es una necesidad mediática para provocar desazón. Recientemente la
agencia de noticias económicas Bloomberg Business, afirma que “todo está saliendo
mal al Ecuador”, debido a “un desolador balance de la situación ecuatoriana “,
con crisis económica y política a la que se suman “fenómenos naturales en el Cotopaxi
y la eventual acción de la corriente del Niño” en los próximos meses. A eso añade
la caída de popularidad de Rafael Correa en las encuestas, el precio del petróleo
a 40 dólares el barril, disminución del financiamiento externo, “la represión a
la prensa” y la acción de tribunales para “silenciar a opositores”, es decir “el
lado oscuro” de la prosperidad, como señala la agencia Bloomberg. En eso radica
el catastrofismo a ultranza de la prensa.
Este fenómeno de
odio social promovido en las páginas y pantallas mediáticas, se explica por lo
que analiza el francés Rene Girard, al señalar que “cuando en la sociedad surgen los conflictos, el opositor principal
consigue convencer a los demás de que el culpable es tal o cual persona o
partido. Todos entonces se vuelven contra él, convirtiéndolo en chivo
expiatorio sobre el cual colocan todas las culpas y corrupciones (Le bouc
émissaire, 1982). Así desvían la mirada de sus propias corrupciones y,
aliviados, continúan con su lógica también corrupta”.
No está lejos de
la realidad la caracterización presidencial de “la prensa corrupta” –encantadora
como prefiero llamarla- por ese acto de encantamiento de la realidad, a través
de la mitificación, la impostura o la mentira. Una constante que el jurista alemán
Karl Schmitt explica en la necesidad de la prensa para “garantizar su
identidad, tiene que identificar un enemigo y descalificarlo con todo tipo de
prejuicios y difamación”. Ese proceso está siendo sistemáticamente realizado
contra los gobiernos progresistas de Latinoamérica en un verdadero bulling
colectivo. A esta prensa no le interesa un diálogo de ideas, no confronta fuentes proporcionalmente
con igualdad de espacio para las partes beligerantes, no investiga a fondo y
sus voceros se caracterizan por una superficial mirada, arrojada con desdén a
una realidad supuesta e impuesta en sus editoriales y noticias con fines que resultan, a todas luces, encantadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario