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lunes, 9 de marzo de 2015

CAMBIA ECUADOR…TODO CAMBIA


Por Leonardo Parrini

Algo debe cambiar para que todo siga igual. ¿Es esta sentencia de Chevalley di Monterzuolo enunciada en el clásico libro El Gatopardo de Giuseppe Tomasi, lo que define la situación que se vive hoy en el Ecuador? El gatopardismo reformista en la política del país sudamericano que maquilla la realidad de injusticia bajo la apariencia de una revolución ciudadana que deja intacto el trasfondo de una nación profundamente inequitativa. Tanto la derecha política como la izquierda tradicional ecuatorianas, han coincidido en que el reformismo cosmético del régimen de Rafael Correa, mantiene un país intocado en la profundidad de su organización social.

El Primer mandatario ecuatoriano en una declaración de prensa emitida con motivo de la celebración del octavo aniversario de su llegada al poder, ha manifestado que “Ecuador, ya cambió”. En su discurso conmemorativo Correa expresó: “Hemos sentado bases firmes, cimientos sólidos transcurridos estos ocho años del Gobierno del pueblo, que nos permite decir con orgullo que Ecuador ya cambió, hemos vuelto a tener patria”. Inventariados los cambios proclamados por el Presidente Correa, las transformaciones que se advierten en la nación andina son en el orden de la “recuperación del petróleo, la efectiva recaudación de impuestos a los evasores y la inversión pública, que es la más alta de América Latina…Recuperamos todos los recursos que podíamos recuperar y los asignamos a sus mejores usos…Somos la economía latinoamericana de menor desempleo, la que más desigualdad reduce, la que más crece, en la que más decrece la pobreza”, enfatizó el mandatario. En el inventario oficial  se mencionan “logros en todos los sectores, como desarrollo social, infraestructura, seguridad, energía, uso del agua, calidad del Estado, turismo, cuidado ambiental, sistema de justicia, seguridad social, equidad de género y política internacional”. Miles de obras que están por doquier en la patria entera. Carreteras de primera, un Ministerio de Educación que cuenta con los mayores recursos, nos permiten dejar atrás “un país desazonado”. Vamos a convertir a Ecuador en un país de revolución y conocimiento, anhelos de la patria justa, equitativa, esperanzada, concluyó el Presidente ecuatoriano.

La reacción opositora no se hizo esperar. En entrevista del periodista Diego Oquendo el “psicólogo social” Jaime Costales Peñaherrera, ensaya un “examen clínico de los eventos históricos de la sociedad ecuatoriana”, y ha reconocido que hay cambios “en infraestructura salud, vialidad, educación”, pero que no obstante “son cambios superficiales y que lo que hay es un proceso vertiginoso de desgaste de la democracia y perdida de las libertades”, en manos de un “Gobierno populista”. El diagnóstico hecho por el entrevistado que afirma que en Ecuador “el milagro fue producido por miles de dólares, pero hay cosas fallidas y fundamentalmente pérdida de libertades”, encaja en las críticas formuladas  por la derecha opositora que, a falta de mejores propuestas, esgrime un detrimento de valores democráticos y libertarios, sin fundamentos aparentes en la nación sudamericana. “Permitir que se perpetúe un gobierno autoritario, populista, caudillista, sería una tragedia social y política. Necesitamos un recambio para el 2017 para tener una presidencia serena, estable, prudente de cambios profundos no de maquillaje”, concluye Costales.

Coincidentemente, diario El Comercio de Quito en un compendio de los cambios registrados en los siete años de gobierno de Rafael Correa destaca: “El aumento de ministerios, el incremento de medios bajo control estatal o el cambio de correlación de fuerzas en la Legislatura”. Cambios en el escenario económico en razón de que “el Presupuesto General del Estado haya crecido casi cuatro veces más bajo la actual administración”, por el aumento del precio del petróleo. A la vuelta de 7 años, el Estado se ha convertido en un protagonista mediático. Bajo su tutela hay al menos 19 medios, entre estatales, públicos e incautados, señala el diario capitalino. La nueva orientación desde la Vicepresidencia, Lenin Moreno fue el rostro visible de la gestión social del Gobierno. Su trabajo en favor de las personas con capacidades especiales, así como su talante más conciliador con las voces críticas, marcó una suerte de equilibrio con el estilo más frontal y confrontativo de Rafael Correa durante seis años y cuatro meses.  

El sentido de los cambios

No hace falta escudriñar muy a fondo en la realidad nacional para constatar que el país ecuatoriano se encuentra en un proceso de cambio en las bases de su sistema político, social. Sin soslayar los logros infraestructurales, el real sentido del cambio en Ecuador se refiere a una trasformación en algunos aspectos claves del alma nacional.

El cambio esencial que vive el Ecuador hoy es de haber sido un “país ingobernable” como declamaban los sectores políticos que tradicionalmente habían venido regentado los gobiernos anteriores, para convertirse en una nación de viable gobernanza. Y el término hace alusión a un hecho que permite “designar la eficacia, calidad y buena orientación de la intervención del Estado que proporciona a éste buena parte de su legitimidad en una nueva forma de gobernar”. Una forma de gobernanza, cuyo modelo de gestión implica acciones para gobernar, dirigir, ordenar, disponer u organizar el país en función, ya no de grupos económicos, sino considerando los intereses nacionales y los derechos colectivos e individuales de sus ciudadanos. 

¿Que tuvo que suceder en Ecuador para llegar a este estatus quo?

El primer gesto del nuevo Ecuador se evidenció en la sinceración de la política en la nueva visión del proyecto político de actual régimen, que dio a cada componente nacional su lugar y su significado real al superar la demagogia, la represión estatal y el populismo clientelar de los anteriores gobiernos. Esto se tradujo en una profundización de la democracia y participación ciudadana que abrió las puertas a la reivindicación de los derechos colectivos e individuales históricamente postergados. Derechos ahora garantizados en la Constitución del 2008 que define al Ecuador como Estado plurinacional, intercultural y laico. Esta definición implicó un cambio radical en el rol del Estado, en tanto administrador de la cosa pública. El nuevo protagonismo del Estado que le devolvió la soberanía sobre la administración del país y de sus recursos estrategicos, refleja lo que Jorge Enrique Adoum alguna vez reclamó como la vocación de futuro que el Ecuador no tenía. De esta manera se supera el complejo de inferioridad histórica del país del no se puede, de la ineficiencia pública y de la corrupción  privada. Una nación que exhibía el cuarto lugar en America Latina como el país más corrupto de la región y que vio huir al exilio a ex presidentes, vice presidentes y burócratas condenados por peculado, robo, enriquecimiento ilícito y tráfico de influencias. El Ecuador, en ese contexto, vivió la peor inestabilidad política de su historia en menos de 10 años entre la década de los ochenta y noventa. Inestabilidad que era fruto de la corrupción política y económica de una nación descompuesta en sus bases éticas, con una bancocracia deshonesta de banqueros prófugos de la justicia que propinaron el peor atraco a millones de ciudadanos en el feriado bancario que cogeló sus fondos y que llevó a la quiebra a casi todo el sistema financiero ecuatoriano. El país de la partidocracia ineficiente, manejada por grupos de poder que vinculaban sus empresas a los medios de comunicación y a campañas electorales para perpetuarse en el poder gracias a millonarias inversiones en márketing político.

Ese y no otro es el Ecuador que añora una oposición sin ideas innovadoras, sin sentido de país, que se maneja con viejos clises de frases desprovistas de sentido -como defender democracias y libertades supuestamente perdidas. Un discurso estereotipado que camufla sus verdaderos intereses en boca de ventrílocuos de la vieja política neoliberal fracasada en todo el continente latinoamericano. Allí en el imaginario de la retrograda partidocracia no hay sentido de gobernanza, ni visión de país. Su rol electoral demagógico y regionalista no les permite participar constructivamente en las elecciones, y acaso ya no pueden hacer de las suyas en empresas electorales, de allí su desesperación política y su desesperanza histórica.

El Ecuador de los cambios avanza, pero lo hace en las aguas agitadas de una realidad aun perfectible. Las transformaciones en la esencia del alma nacional deben ser consolidadas en una revolución cultural que refleje el cambio de pensamiento, palabra y de acción del nuevo Ecuador. El primer deber de todo revolucionario es hacer la revolución, sin aferrarse a concepciones inamovibles de fundamentalismos religiosos o morales y así transformar la forma de ser de un país. Y aquello empieza a hacerse realidad desde la cultura que es memoria. No hay que temer a romper los esquemas que nos encadenen al viejo país del gatopardismo en el cual sólo había que cambiar “algo para que siga todo igual”. Cambia Ecuador, todo cambia.  

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