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miércoles, 23 de julio de 2014

NO SOY PALESTINO


Por Leonardo Parrini

No soy palestino, pero ese pueblo hoy me duele en los huesos. Ese esqueleto que me hace ser un común denominador del género humano. No soy palestino y estoy sufriendo sus muertos y solidarizando con el colega periodista que, mientras reportaba para la televisión, lloró ante la cámara porque tuvo que narrar los niños muertos, las mujeres violadas, los hombres calcinados bajo el fragor del estallido de los misiles israelíes.

Gaza es un pedazo de infierno. Y lo peor está por venir. El castigado enclave palestino nunca ha sufrido un bombardeo tan intenso en toda su historia y la violencia va en aumento. Quinientos ochenta muertos y 3.600 heridos. Un 80% de bajas civiles. Los números crecen a gran velocidad. La ONU dice que el 43% de Gaza se ve afectado por “avisos de evacuación” o declarados “zonas prohibidas” por Israel. En los últimos cuatro días, el número de los que buscan refugio en las escuelas gestionadas por la ONU ha subido un 400%. Pero incluso la ONU se está quedando sin suministros.

Toda Gaza huele a muerte, se oye decir en las destruidas arterias urbanas de una ciudad convertida en campo de batalla sin un enemigo visible. La gente huye sin saber dónde ir a refugiarse de los bombardeos diarios. El cielo se incendia. Es la tercera campaña de bombardeos en seis años en Gaza. Los habitantes de Gaza abandonan sus casas y no tienen un sitio donde ir entre los escombros de una ciudad totalmente destruida. Los campos de cultivo arden en llamas y las pequeñas fábricas fueron reducidas a escombros. Toda forma de sobrevivencia y sustento material ha sido destruida. No existen ya suministros de agua, comida, víveres. Se cuentan en más de cien mil personas desplazadas que copan las vías de evacuación. Los blancos predilectos de los misiles israelíes son hospitales, casa pobladas con familias que mueren abrazadas bajo el fuego, escuelas con niños y calles llenas de escombros. “Los que sufren más son los niños que necesitan de forma urgente ayuda psicológica”, dijo el lunes el portavoz de la ONU en Gaza Chris Gunness.

No soy palestino y ya no tiene sentido la cómplice imparcialidad. El cobarde silencio es una ofensa a la conciencia humana frente a un crimen sin nombre, o acaso con un nombre propio: Israel. No soy palestino y me repugna una guerra unilateral, sin enemigos equivalentes, sin equilibrio en las fuerzas, sin sentido del honor de la guerra, si es que un acto de barbarie tiene sentido de tal. Una guerra entre misiles y niños desnudos, una guerra entre bombas y mujeres indefensas. Una guerra entre el tercer ejercito más dotado del mundo y un pueblo de precarios combatientes. La crónica dice: Sólo el domingo, 13 soldados de una sola brigada, la Golani, murieron en uno de los mayores combates entre israelíes y palestinos de los últimos 20 años. Shayahía, en la zona oriental de Ciudad de Gaza, fue el escenario de una terrible masacre en la que más de 60 civiles palestinos murieron y una gran parte de esa pequeña localidad quedó completamente destruida. Y parece el relato de una novela de terror.

Es inconcebible y difícil de aceptar que los dirigentes israelíes decidieran penetrar por la fuerza de infantería en un territorio sin defensas, contra un adversario que sólo lucha por sobrevivir. Un contingente de combatientes que se crece en la lucha por la vida. Y esa es la mayor debilidad de los militares israelitas: cometer el mismo error de los norteamericanos en Vietnam, dejar crecer a su enemigo que se cohesiona, se fortalece, se nutre de la sangre para empoderarse de una fuerza moral sin límites, que le permite doblegar la adversidad bélica y propinar a su enemigo golpes que asegura al final darle una derrota política y militar. Ocurrió en el Líbano en el 2006 cuando los israelíes se vieron obligados a salir de ese territorio. En el 2009 la operación Plomo Fundido de Israel fortaleció a Hamas y convirtió a Gaza en una tierra invivible. Es un error que pasará factura a Israel: haber atacado con tanques el hospital Al Aqsa en Deir al-Balah, en consecuencia que los proyectiles impactaron la recepción, la zona de cuidados intensivos y los quirófanos y la mayoría de los heridos eran médicos. Un error porque una acción tan desproporcionada y reñida con  el más elemental sentido humanitario fortalece política y moralmente al enemigo.

Los observadores internacionales se preguntan: ¿Pero cuáles son los auténticos objetivos israelíes en Gaza? ¿Destruir a Hamás? No es muy probable. Israel necesita a Hamás para prolongar el sitio y mantener en marcha a su industria militar. Y es muy posible que destruir a Hamás cree grupos islamistas más radicales en las cenizas del enclave palestino. Recuérdese a ISIS (grupo yihadista iraquí y sirio). ¿La ocupación de Gaza? Eso supondría un suicidio económico y militar para Israel. ¿Una demostración de fuerza ante una nerviosa opinión pública israelí? No es suficiente. La gente quiere resultados. Y no sólo en el recuento de cadáveres.

Es tal la magnitud de los hechos, que los propios israelíes ya cuestionan la inconcebible masacre de inocentes. La organización israelí de derechos humanos B’Tselem ha reclamado el martes un alto el fuego inmediato: “Los horribles sucesos de Gaza han alcanzado un nivel intolerable. Israel bombardea viviendas habitadas, familias enteras han quedado enterradas bajo los escombros, y las calles están llenas de ruinas. Diez organizaciones israelíes de derechos humanos han enviado una carta al Fiscal General para denunciar graves violaciones del derecho internacional. Cuestionan la legalidad de la operación en Shayahía, “en particular, la violación potencial de los principios fundamentales de las leyes de guerra, sobre todo el principio de distinguir entre combatientes y civiles”.
 
No soy palestino, pero me avergüenza como ser humano el crimen de Israel. Me avergüenza que el dolor de ese pueblo islámico se haya convertido en un cliché y las víctimas en una estadística, en una noticia más, en el paisaje de un mundo absurdo. El conflicto no tiene solución. En esto coincido con la activista y periodista  Amira Hass. “Ya he tirado la toalla. He dejado de buscar en el diccionario la palabra con la que describir la escena en la que un padre grita ante el cuerpo decapitado de su hijo: “Despierta, despierta, te he comprado un juguete”. No soy palestino, pero mi atribulado corazón palpita con  ellos. Palestina somos todos.

1 comentario:

  1. es verdad no somos palestinos pero es repugnante y asqueroso el silencio y la imparcialidad del mundo frente a esta realidad... no justifico el fanatismo y el extremismo de los grupos islamicos, pero que culpa tienen los inocentes en este conflicto... israel como la alemania nazi en su tiempo quedara marcada como un asesino carnicero y sistematico con una impresionante maquinaria belica apoyada por USA... sin mas palabras

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