Por Leonardo
Parrini
No soy palestino,
pero ese pueblo hoy me duele en los huesos. Ese esqueleto que me hace ser un común
denominador del género humano. No soy palestino y estoy sufriendo sus muertos y
solidarizando con el colega periodista que, mientras reportaba para la
televisión, lloró ante la cámara porque tuvo que narrar los niños muertos, las mujeres
violadas, los hombres calcinados bajo el fragor del estallido de los misiles
israelíes.
Gaza es un
pedazo de infierno. Y lo peor está por venir. El castigado enclave palestino nunca ha
sufrido un bombardeo tan intenso en toda su historia y la violencia va en
aumento. Quinientos ochenta muertos y 3.600 heridos. Un 80% de bajas civiles.
Los números crecen a gran velocidad. La ONU dice que el 43% de Gaza se ve
afectado por “avisos de evacuación” o declarados “zonas prohibidas” por Israel.
En los últimos cuatro días, el número de los que buscan refugio en las escuelas
gestionadas por la ONU ha subido un 400%. Pero incluso la ONU se está quedando
sin suministros.
Toda Gaza huele a muerte, se oye decir en las destruidas arterias
urbanas de una ciudad convertida en campo de batalla sin un enemigo visible. La
gente huye sin saber dónde ir a refugiarse de los bombardeos diarios. El cielo
se incendia. Es la tercera campaña de bombardeos en seis años en Gaza. Los
habitantes de Gaza abandonan sus casas y no tienen un sitio donde ir entre los
escombros de una ciudad totalmente destruida. Los campos de cultivo arden en
llamas y las pequeñas fábricas fueron reducidas a escombros. Toda forma de
sobrevivencia y sustento material ha sido destruida. No existen ya suministros
de agua, comida, víveres. Se cuentan en más de cien mil personas desplazadas que
copan las vías de evacuación. Los blancos predilectos de los misiles israelíes son
hospitales, casa pobladas con familias que mueren abrazadas bajo el fuego,
escuelas con niños y calles llenas de escombros. “Los que sufren más son los
niños que necesitan de forma urgente ayuda psicológica”, dijo el lunes el
portavoz de la ONU en Gaza Chris Gunness.
No soy palestino y ya no tiene sentido la cómplice
imparcialidad. El cobarde silencio es una ofensa a la conciencia humana frente
a un crimen sin nombre, o acaso con un nombre propio: Israel. No soy palestino y me repugna
una guerra unilateral, sin enemigos equivalentes, sin equilibrio en las fuerzas,
sin sentido del honor de la guerra, si es que un acto de barbarie tiene sentido
de tal. Una guerra entre misiles y niños desnudos, una guerra entre bombas y
mujeres indefensas. Una guerra entre el tercer ejercito más dotado del mundo y
un pueblo de precarios combatientes. La crónica dice: Sólo el domingo, 13 soldados
de una sola brigada, la Golani, murieron en uno de los mayores combates entre
israelíes y palestinos de los últimos 20 años. Shayahía, en la zona oriental de
Ciudad de Gaza, fue el escenario de una terrible masacre en la que más de 60
civiles palestinos murieron y una gran parte de esa pequeña localidad quedó
completamente destruida. Y parece el relato de una novela de terror.
Es inconcebible y difícil de aceptar que los dirigentes israelíes decidieran penetrar por la fuerza de infantería en un territorio
sin defensas, contra un adversario que sólo lucha por sobrevivir. Un contingente
de combatientes que se crece en la lucha por la vida. Y esa es la mayor debilidad
de los militares israelitas: cometer el mismo error de los norteamericanos en Vietnam,
dejar crecer a su enemigo que se cohesiona, se fortalece, se nutre de la sangre
para empoderarse de una fuerza moral sin límites, que le permite doblegar la
adversidad bélica y propinar a su enemigo golpes que asegura al final darle una derrota política y militar. Ocurrió en el Líbano en el 2006 cuando los israelíes se vieron
obligados a salir de ese territorio. En el 2009 la operación Plomo Fundido de Israel
fortaleció a Hamas y convirtió a Gaza en una tierra invivible. Es un error que
pasará factura a Israel: haber atacado con tanques el hospital
Al Aqsa en Deir al-Balah, en consecuencia que los proyectiles impactaron la recepción,
la zona de cuidados intensivos y los quirófanos y la mayoría de los heridos
eran médicos. Un error porque una acción tan desproporcionada y reñida con el más elemental sentido humanitario fortalece
política y moralmente al enemigo.
Los observadores internacionales se preguntan:
¿Pero cuáles son los auténticos objetivos israelíes en Gaza? ¿Destruir a Hamás?
No es muy probable. Israel necesita a Hamás para prolongar el sitio y mantener
en marcha a su industria militar. Y es muy posible que destruir a Hamás cree
grupos islamistas más radicales en las cenizas del enclave palestino. Recuérdese
a ISIS (grupo yihadista iraquí y sirio). ¿La ocupación de Gaza? Eso
supondría un suicidio económico y militar para Israel. ¿Una demostración de
fuerza ante una nerviosa opinión pública israelí? No es suficiente. La gente
quiere resultados. Y no sólo en el recuento de cadáveres.
Es tal la magnitud de los hechos, que los propios
israelíes ya cuestionan la inconcebible masacre de inocentes. La organización
israelí de derechos humanos B’Tselem ha reclamado el martes un alto el fuego
inmediato: “Los horribles sucesos de Gaza han alcanzado un nivel intolerable.
Israel bombardea viviendas habitadas, familias enteras han quedado enterradas
bajo los escombros, y las calles están llenas de ruinas. Diez organizaciones
israelíes de derechos humanos han enviado una carta al Fiscal General para
denunciar graves violaciones del derecho internacional. Cuestionan la legalidad
de la operación en Shayahía, “en particular, la violación potencial de los
principios fundamentales de las leyes de guerra, sobre todo el principio de
distinguir entre combatientes y civiles”.
No soy palestino, pero me avergüenza como ser
humano el crimen de Israel. Me avergüenza que el dolor de ese pueblo islámico se haya
convertido en un cliché y las víctimas en una estadística, en una noticia más,
en el paisaje de un mundo absurdo. El conflicto no tiene solución. En esto coincido
con la activista y periodista Amira Hass. “Ya he tirado la toalla. He dejado de buscar en
el diccionario la palabra con la que describir la escena en la que un padre
grita ante el cuerpo decapitado de su hijo: “Despierta, despierta, te he
comprado un juguete”. No soy palestino, pero mi atribulado corazón palpita con ellos. Palestina somos todos.
es verdad no somos palestinos pero es repugnante y asqueroso el silencio y la imparcialidad del mundo frente a esta realidad... no justifico el fanatismo y el extremismo de los grupos islamicos, pero que culpa tienen los inocentes en este conflicto... israel como la alemania nazi en su tiempo quedara marcada como un asesino carnicero y sistematico con una impresionante maquinaria belica apoyada por USA... sin mas palabras
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