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viernes, 10 de enero de 2014

EL AÑO DEL CRONOPIO: CENTENARIO DE CORTÁZAR


Por Leonardo Parrini

La calle Simpson es una estrecha arteria urbana de Santiago, donde en el número 7 desde siempre, estuvo la sede de la Sociedad de Escritores de Chile, SECH. Fue una tarde en el otoño del 68 cuando mi padre me llevó a un encuentro literario, como se llamaba en esa época a las reuniones de intelectuales, pintores y músicos que se reunían con un vino de por medio a platicar de libros, de la política, del arte de vivir y de morir, trascendiendo más allá los extramuros de este mundo. Hasta ese lugar, una casona de muros altos de piedra vista, llegó Julio Cortázar invitado por el entonces Presidente del gremio los escritores chilenos, Juvencio Valle. Mi primera impresión del gran cronopio cuando ingresó en la amplia sala de sesiones de la casona, fue deslumbrante: un ser enjuto de un metro noventa y cinco, de barba poblada y negra, ojos pequeños y una piel tan tersa, como la de un niño. Eterno adolescente, Cortázar, fue un caso singular de imperecedera juventud física y espiritual. Avancé mi mano para estrechar la suya huesuda y tibia, segura en el gesto amable del saludo al que interpuso una sonrisa, cuando mi padre me presentó como su hijo, lector empedernido.

Han trascurrido cuarenta y seis años de entonces y cien desde que Cortázar nació un 26 de agosto de 1914, en Bruselas, y este año 2014, centenario del natalicio del escritor trasandino, es el año del Cronopio. Difícil encontrar circunstancias que no hayan sido dichas en relación con la vida y obra de Cortázar, sin caer en el lugar común del marketing editorial. Evocar mi primer encuentro con el escritor que había sido a través de Bestiario, obra maestra que contiene esa joya literaria que es el cuento La Casa tomada, un relato que me marcó los sueños de juventud. O esos otros exponentes del talento creativo de Cortázar que son los textos de Alguien Anda por ahí o Las armas secretas. Y aquel vuelo inolvidable que nos transportó por la Autopista del Sur…

Si se exceptúan algunos juegos retóricos excesivos, alguna innecesaria pirueta del ingenio, su prosa narrativa dispone de un dinamismo creador ciertamente ejemplar, asegura Caballero Bonald acerca de la obra de Cortázar. Una literatura forjada en el avatar de una existencia vivida a contravía, convencido de que la vida cotidiana debía considerarse bajo presupuestos estéticos, según sugiere Santiago Gamboa.  

Desde que descubrimos los libros de Cortázar en la biblioteca de la Academia de Humanidades donde cursamos parte de nuestra adolescencia estudiantil, siempre sus textos nos parecieron imprescindibles  para hallar el gozo en una narración envolvente, a ultranza de las páginas abiertas a mundos concebidos con fantasía provista de fecunda imaginación, por lo subversiva e inconforme. Prueba de ello será siempre esa maravillosa Historias de cronopios y de famas. Este libro forma parte de una obra que hoy, al menos en Argentina, se lee en los buses, en las escuelas, en el barrio. Son textos que emanan de lo cotidiano de la mano de su autor y vuelven a esa atmósfera de la mano de los lectores.

No es concebible, de igual manera, la literatura latinoamericana sin Rayuela, su obra magna, puesto que sencillamente, una parte nada desdeñable de la mejor literatura escrita desde entonces en español no existiría, o al menos no existiría como la conocemos, según propone Javier Cercas. Los textos de Cortázar, vendedor de libros tras el escaparate de una librería de Paris, es la mejor invitación a la no conformidad ni resignación. Allí está Rayuela, aquella pulsión absurda e inocente de un humorismo más blando que ácido y la ternura del amor como montaña rusa con risas y perplejidad, como bien sentencia Jordi García.

En el centenario de su natalicio empiezan a proliferar los homenajes, exposiciones, encuentros, lecturas, coloquios, ferias de libros y demás tributos que se prolongarán este año en Buenos Aires y otras capitales sudamericanas. Las conmemoraciones incluyen la inauguración del centro cultural en Chivilcoy, en Buenos Aires, en donde Cortázar dio clases en la Escuela Normal de Maestros. Y como acontecimiento editorial está la biografía que sacará Alfaguara: Cortázar de la A a la Z.

A cien años de su natalicio, en el año del Cronopio, el mejor homenaje a su vida y obra, es leer y releer a Cortázar. Ir al encuentro con la ronca ternura de su literatura irreverente y promisoria que tiene la extraña virtud, como su autor, de abolir el tiempo. Una obra sin cuya atmósfera de misterios y revelaciones, la vida no sería esas posibles entradas a mundos concebidos más allá del umbral de la magia.

1 comentario:

  1. Los cronopios son presentados como criaturas ingenuas, idealistas, desordenadas, sensibles y poco convencionales, en claro contraste con los famas, que son rígidos, organizados y sentenciosos; y las esperanzas: simples, indolentes, ignorantes y aburridas.

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