Por Leonardo Parrini
Don Burro que irrumpió como “candidato”
sugerido por el pueblo ecuatoriano para los comicios presidenciales de febrero,
nos recuerda el texto Para leer al Pato
Donald de Armand Mattelart, donde el autor esboza valores ideológicos imperantes
en los comics de Disneylandia, mundo de fantasía que tiene parangón con el
mundo real en algunos sentidos. El personaje del burro candidato nos remite a
Ecualandia, como símbolo en el país imaginario de los políticos nostálgicos
desplazados del poder.
¿Quién no leyó de niño las
historietas de Disneylandia en que patos y ratones ejercen el poder sobre
perros y cuervos? Un mundo donde no pasa nada real, en una eterna aventura, producto
de un guión que privilegia la fantasía, sin responsabilidad social ni familiar.
Un espacio yermo donde no existen relaciones productivas y reproductivas, ni autoridad
materna o paternal. Disneylandia es el mundo sin historia real, como ley de
causa y efecto, y la geografía es nada más un territorio exótico por explorar y
descubrir. Un espacio donde no existen relaciones de producción, sino
simulacros de comercio, como el puesto ambulante de venta de limonada de los
tres sobrinos del Pato Donald, el eterno cesante. Un mundo ficticio en el que
la fortuna de Rico Mc Pato no tiene origen claro -como muchas fortunas del
mundo real- que, por tanto, no tiene un destino productivo y redistributivo y
se almacena en la bóveda, como un banco, signo opulento de poder y estatus
social.
En Ecualandia, los políticos
nostálgicos del poder tampoco conciben la historia como un proceso real, sino
como un hecho discursivo demagógico, alegatos entre leguleyos o escenarios
mediáticos. Así, aspiran al voto popular sin planes y programas concretos, ni
respuestas específicas a los requerimientos del pueblo. Ninguna propuesta sobre
la creación de fuentes de trabajo, seguridad social y ciudadana, condiciones
laborales estables, propiedad sobre los medios de producción, acceso a vivienda
digna, justicia social y redistribución de la riqueza, derechos del consumidor,
costos de la salud, educación de nuevos valores, paternidad responsable,
derechos de la mujer sobre su vida reproductiva, futuro laboral de los jóvenes y
un largo etcétera.
Dos mundos de paralela fantasía
En Disneylandia no existen
relaciones de padre e hijos, solo tíos y sobrinos. En Ecualandia no hay un
proyecto para la familia en la promesa electoral, y nada dicen los candidatos
sobre maternidad adolecente, aborto y derechos de la madre soltera. En
Disneylandia nadie trabaja, todos son exploradores por mandato del viejo ricachón,
Mc Pato, que asigna mercenarios roles a sus sobrinos. En Ecualandia nadie dice
nada sobre un proyecto de gobierno que implique poner fin a las formas de
explotación laboral, desigualdades profesionales de género o la necesidad de relaciones
justas entre patronos del capital y dueños de la fuerza de trabajo.
En Disneylandia las relaciones
de poder están dadas por longevidad, el viejo manda; y por la riqueza, el rico
ordena. El dinero permanece intocable en las bóvedas del Rico Mc Pato. En
Ecualandia, bancocrática y especulativa, el dinero reposa en los bancos con
acceso selectivo de una elite privilegiada, calificada sujeto de crédito.
En Disneylandia, la vida es
una eterna aventura cotidiana de relaciones consuetudinarias que se repiten. Un
estancamiento de la historia y de la geografía como espacio alegórico en el que
los patos y ratones que ostentan el poder, siempre tienen a mano “un plan” para
salir de los desajustes y restaurar la fantasía. En Ecualandia sucede algo
parecido. En un espacio donde no se concibe la lucha de clase y, por lo mismo, un
artilugio surreal suplanta los mecanismos que recomponen los conflictos
sociales.
En los mundos de paralela
fantasía de Disneylandia y Ecualandia se venden irrealidades, como lógica de
convivencia posible. En el primero como script de una historieta, en el segundo
como plataforma de candidatos nostálgicos
del poder. No es descabellado que Don Burro –rey bobo del reino animal- alcance el poder simbólico como parodia del político
clientelar sin imaginación de cambio. Pero ustedes, electores conscientes,
pueden estar tranquilos, Don Burro no es oficialmente candidato. Disneylandia y
Ecualandia son dos mundos de pura fantasía.
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