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martes, 4 de diciembre de 2012

DISNEYLANDIA Y ECUALANDIA DOS MUNDOS DE PURA FANTASIA



Por Leonardo Parrini

Don Burro que irrumpió como “candidato” sugerido por el pueblo ecuatoriano para los comicios presidenciales de febrero, nos recuerda el texto Para leer al Pato Donald de Armand Mattelart, donde el autor esboza valores ideológicos imperantes en los comics de Disneylandia, mundo de fantasía que tiene parangón con el mundo real en algunos sentidos. El personaje del burro candidato nos remite a Ecualandia, como símbolo en el país imaginario de los políticos nostálgicos desplazados del poder.  

¿Quién no leyó de niño las historietas de Disneylandia en que patos y ratones ejercen el poder sobre perros y cuervos? Un mundo donde no pasa nada real, en una eterna aventura, producto de un guión que privilegia la fantasía, sin responsabilidad social ni familiar. Un espacio yermo donde no existen relaciones productivas y reproductivas, ni autoridad materna o paternal. Disneylandia es el mundo sin historia real, como ley de causa y efecto, y la geografía es nada más un territorio exótico por explorar y descubrir. Un espacio donde no existen relaciones de producción, sino simulacros de comercio, como el puesto ambulante de venta de limonada de los tres sobrinos del Pato Donald, el eterno cesante. Un mundo ficticio en el que la fortuna de Rico Mc Pato no tiene origen claro -como muchas fortunas del mundo real- que, por tanto, no tiene un destino productivo y redistributivo y se almacena en la bóveda, como un banco, signo opulento de poder y estatus social.

En Ecualandia, los políticos nostálgicos del poder tampoco conciben la historia como un proceso real, sino como un hecho discursivo demagógico, alegatos entre leguleyos o escenarios mediáticos. Así, aspiran al voto popular sin planes y programas concretos, ni respuestas específicas a los requerimientos del pueblo. Ninguna propuesta sobre la creación de fuentes de trabajo, seguridad social y ciudadana, condiciones laborales estables, propiedad sobre los medios de producción, acceso a vivienda digna, justicia social y redistribución de la riqueza, derechos del consumidor, costos de la salud, educación de nuevos valores, paternidad responsable, derechos de la mujer sobre su vida reproductiva, futuro laboral de los jóvenes y un largo etcétera.

Dos mundos de paralela fantasía

En Disneylandia no existen relaciones de padre e hijos, solo tíos y sobrinos. En Ecualandia no hay un proyecto para la familia en la promesa electoral, y nada dicen los candidatos sobre maternidad adolecente, aborto y derechos de la madre soltera. En Disneylandia nadie trabaja, todos son exploradores por mandato del viejo ricachón, Mc Pato, que asigna mercenarios roles a sus sobrinos. En Ecualandia nadie dice nada sobre un proyecto de gobierno que implique poner fin a las formas de explotación laboral, desigualdades profesionales de género o la necesidad de relaciones justas entre patronos del capital y dueños de la fuerza de trabajo.  

En Disneylandia las relaciones de poder están dadas por longevidad, el viejo manda; y por la riqueza, el rico ordena. El dinero permanece intocable en las bóvedas del Rico Mc Pato. En Ecualandia, bancocrática y especulativa, el dinero reposa en los bancos con acceso selectivo de una elite privilegiada, calificada sujeto de crédito.

En Disneylandia, la vida es una eterna aventura cotidiana de relaciones consuetudinarias que se repiten. Un estancamiento de la historia y de la geografía como espacio alegórico en el que los patos y ratones que ostentan el poder, siempre tienen a mano “un plan” para salir de los desajustes y restaurar la fantasía. En Ecualandia sucede algo parecido. En un espacio donde no se concibe la lucha de clase y, por lo mismo, un artilugio surreal suplanta los mecanismos que recomponen los conflictos sociales.

En los mundos de paralela fantasía de Disneylandia y Ecualandia se venden irrealidades, como lógica de convivencia posible. En el primero como script de una historieta, en el segundo como  plataforma de candidatos nostálgicos del poder. No es descabellado que Don Burro –rey  bobo del reino animal-  alcance el poder simbólico como parodia del político clientelar sin imaginación de cambio. Pero ustedes, electores conscientes, pueden estar tranquilos, Don Burro no es oficialmente candidato. Disneylandia y Ecualandia son dos mundos de pura fantasía.

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