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domingo, 23 de octubre de 2011

CRONICAS EXISTENCIALES DE CARMEN SILVA




















Por Leonardo Parrini

Volver a admirar la pintura de Carmen Silva, expuesta ahora en la muestra Retorna al Ecuador, en el Centro Cultural Metropolitano en Quito, resulta una experiencia reveladora al descubrir que la artista chilena es ella en una sola y, al mismo instante, ella en todas las mujeres retratadas en sus cuadros. Mujeres de enormes ojos color agua marina; desmesurados como los suyos, de no ser por la poderosa  afección que destellan.

Carmen, que habitó en Ecuador exiliada por la dictadura de Pinochet entre 1973 y 1986, se afincó en Quito donde hecho raíces que germinaron entrañables afectos en amigos y discípulos. Ahora, al cabo de tres años de su partida definitiva en 2008, la artista retorna al Ecuador de la mano de una obra que trasciende por su enorme poder estético y comunicacional.

Discípula de grandes exponentes de la plástica mundial, como André Racz, Nemesio Antúnez, Bernard Buffet, William Hayter, Sewel Sillman y Roberto Matta, recibió enseñanzas que cultivaron en ella el sentido de la fina poética desplegada en sus cuadros. Dotada, por sí misma, de un raro dominio del dibujo, Carmen Silva, no exacerba de color sus pinturas, sino en detalles simbólicos de rojos que reclaman nuestra atención para significarnos el dolor físico o moral de sus personajes inmersos en atmósferas de tonos apastelados.

Militante de la solidaridad y la ternura, nada del sufrimiento humano le fue ajeno, será por eso acaso que la temática subyacente en la obra de Carmen Silva es, frecuentemente, una crónica existencial del amor, la desolación, la violencia o la dura tarea de sobrevivir en un espacio inhóspito, que tan bien simbolizan los grises y azules acerados difuminados sobre el lienzo como fondo de sus oleos, dibujos y técnicas mixtas, manufacturados  con virtuosismo por una artista que se describe a sí misma como una “periodista de la pintura”.

Volver a tener a Carmen Silva entre nosotros, es evocar a nivel sensorial incluso, su presencia ausente. Es de nuevo verla caminando por el campus de la Universidad Central en Quito, arrebujada en sus negros y largos vestidos con su chal de lana sobre los hombros; dueña de esa atmósfera de misterio que exhalaba su querida presencia y que hoy descubrimos, como una transparente revelación, plasmada sobre la tela de sus maravillosos cuadros.

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