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sábado, 6 de noviembre de 2010

RECORDANDO A BRUNO


















Giordano Bruno

Por José Murgueytio

Solo en nuestra galaxia –que es una entre miles de millones que pueblan el universo- existen al menos 46 mil millones de planetas del tamaño de la Tierra, lo cual indica que los mundos potencialmente habitados y habitables en la Vía Láctea podrían ser del orden de los miles de millones, mucho más de lo que se suponía hasta hace poco.

 Esta es la sorprendente conclusión del censo planetario más amplio jamás realizado, que acaba de ser difundida. El estudio fue contratado por la NASA y efectuado por la Universidad de California en el transcurso de los últimos cinco años, durante los cuales los astrónomos, autores del análisis, utilizaron dos potentes telescopios en Hawái, para escanear una muestra conformada por 166 estrellas en un espectro de 80 años luz desde la Tierra (un año luz equivale a 9,46 billones de kilómetros) y deducir estadísticamente, sobre este registro, la cifra arriba indicada.

 Aunque la galaxia sea hervidero de mundos que pueden tener civilizaciones, entrar en contacto con éstas supone enormes períodos de tiempo, debido a la inmensidad de las distancias y a que el vehículo portador del mensaje que anuncia su existencia, la luz, viaja a una velocidad finita de 300.000 km por segundo. Las búsquedas iniciaron hace apenas unos 60 años. El planeta habitable más cercano a la Tierra encontrado hasta hoy, gira alrededor de una estrella roja enana y se encuentra a 20 años luz, tiene una masa tres veces la de la Tierra, posee una fuerza gravitatoria suficiente como para retener una atmósfera y es muy probable que contenga agua. Si en este planeta hay vida inteligente con un desarrollo tecnológico cercano o mayor que el nuestro (supuestos muy fuertes), recibir la respuesta a una señal enviada desde aquí tomaría 40 años. Es posible, por otra parte, que hayamos recibido mensajes extraterrestres en algunos instantes de nuestra historia pasada, cuando aún no podíamos escucharlos. Quizás hace un millón de años, cuando homo erectus domesticaba el fuego, llegó una señal inteligente de una civilización que ya no existe…

 Los resultados del reciente censo galáctico representan una caudalosa confirmación de la idea expuesta por el sacerdote dominico Giordano Bruno, a fines del siglo XVI, sobre la pluralidad de sistemas solares y de mundos habitables como la Tierra. Ante la renuencia a aceptarla por quienes consideraban que contradecía el plan divino, Bruno respondió señalando que un firmamento pletórico de vida se aviene mejor con la idea de un Dios universal. Sin embargo, la colisión con la jerarquía vaticana de todas maneras se produjo y el Papa ordenó la intervención del Santo Oficio. Bruno permaneció prisionero durante siete años y ante su negativa a retractarse, fue quemado vivo en 1.601, acusado de blasfemia, conducta inmoral y herejía. “Tembláis más vosotros al anunciar esta condena que yo al recibirla" dijo a sus jueces. También fueron incinerados los libros que escribió. “El hombre, en su soberbia, creó a Dios a su imagen y semejanza”, sentenció Nietzsche. La humanización de Dios, tan elocuente en los escritos bíblicos, en efecto no encaja con la idea de un creador y monitor de múltiples formas de vida, tan exóticas como podrían ser organismos complejos que crecen en océanos de metano o bajo lluvias de amoníaco. Menos aún si está de por medio el dogma de la unicidad del plan divino, concebido para la exclusiva salvación de los hombres (se ha de entender que también de las mujeres, pero de nadie más). No debería resultar extraño, por lo mismo, que el Papa Juan Pablo II hubiera pedido perdón por la condena a Galileo Galilei pero que nada dijera, en ese único gesto de reparación histórica, sobre el atroz asesinato de Bruno. Giordano Bruno es el personaje que mejor encarna, con su lucidez intelectual y a costa de su propia vida, el inestimable valor de la díada con que la modernidad hizo su entrada a la historia: libertad de pensamiento y juicio crítico.

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