GRANDES TEMAS - GRANDES HISTORIAS

E c u a d o r - S u d a m é r i c a

lunes, 9 de septiembre de 2013

A CUARENTA AÑOS DEL DERROCAMIENTO DE SALVADOR ALLENDE


Por Leonardo Parrini

Han trascurrido cuarenta años desde que el 11 de septiembre de 1973 los militares chilenos dieron el golpe de Estado que terminó con la vida del Presidente Salvador Allende. Fecha mítica, marcada con sangre en el calendario de los chilenos, que mantiene viva la evocación de ese martes de invierno cuando los aviones de la fuerza aérea, en sobrevuelo rasante sobre La Moneda, bombardearon con cohetes las ventanas del despacho presidencial y provocaron el dantesco incendio que precedió el asalto de las tropas golpistas al palacio de gobierno.

En los interiores de la sede gubernamental en llamas, un puñado de hombres liderados por el Presidente Allende resistió el asedio, por aire y tierra, de las FF.AA. que pocos días antes habían jurado lealtad al sistema democrático vigente. Mitológicos, como son Chile y los chilenos, no advirtieron que detrás de la metáfora democrática acechaba la traición castrense a un país fracturado por irreconciliables odios de clases. Un enfrentamiento exacerbado por el proceso revolucionario que se propuso transformar la estructura política y social de Chile, considerado el país más excluyente del mundo.

Al momento del golpe militar del 73 habían transcurrido mil días desde que Allende asumiera el poder el 4 de septiembre de 1970, sorteando toda clase de obstáculos legalistas y políticos. Allende, al no obtener la mayoría absoluta de votos, tuvo que ser ratificado en el Congreso por las fuerzas de izquierda, con apoyo de parlamentarios derechistas y democratacristianos que condicionaron el reconocimiento del triunfo electoral de la Unidad Popular a la firma de un estatuto de garantías que dejó a Allende con las manos atadas para gobernar, conforme su programa de gobierno.

Salvador Allende asumió el poder como presidente de un gobierno popular, antiimperialista y democrático que se propuso “echar las bases del socialismo”. En esa línea de acción creó un área estatal de la economía mediante expropiaciones de las industrias estratégicas del cobre, textiles, metalmecánicas, alimentarias y petroquímicas, entre otras, que pasaron a control de comités de obreros y empleados. Una profunda reforma agraria expropió los latifundios superiores a las 10 mil hectáreas y puso las tierras productivas en manos de los campesinos. En el plano político, el mayor logro de la revolución liderada por el Presidente Allende -con “sabor a empanadas y vino tinto”-, fue el fortalecimiento de las organizaciones de trabajadores, estudiantes y pobladores. Nunca antes el país vivió un proceso de participación ciudadana de mayor envergadura.  

En el campo cultural, el Estado fomentó la producción artística, literaria, musical y cinematográfica, y la editorial estatal Quimantú inundó el país de libros de autores chilenos y extranjeros. Un proyecto docente revolucionario quedó sin efecto por la oposición tenaz de los sectores eclesiásticos que veían disminuidos sus privilegios, como propietarios y regentadores de gran parte del negocio educativo privado.     

El régimen de Allende ostenta un antecedente inédito: ser el primer gobierno chileno que crece, electoralmente, luego de dos años de ejercicio en el poder. En las elecciones parlamentarias de marzo de 1972, la Unidad Popular obtuvo un 43,6% de la votación, superando el 36,3% de los sufragios que llevaron a Salvador Allende a la presidencia. Ese resultado fue una nítida muestra de la aceptación popular al proceso que conducía a la sociedad chilena hacia el socialismo por la vía pacífica. Las fuerzas reaccionarias lo entendieron con claridad y, a partir de entonces, se entregaron a la subversión armada en busca de un golpe de Estado violento y sanguinario.

En octubre de 1972, un paro nacional de transportistas paralizó Chile y abrió las puertas a la desestabilización que concluyó en el golpe militar del 11 de septiembre del 73. Desde ese momento las sonadas fascistas, organizadas por partidos y movimientos de ultra derecha, se tomaron las calles hasta convertirlas en escenario de batallas campales entre la oposición y las fuerzas revolucionarias que defendían al régimen de Allende.

¿Por qué cayó Salvador Allende?

El gobierno de la Unidad Popular no pudo sostenerse porque no creó condiciones de consolidación política, económica y social. La principal causa del derrocamiento de Allende fue el efecto de la estrategia norteamericana de desestabilizar al régimen financiando, a través de la transnacional International Telephone and Telegraph ITT, a movimientos de ultra derecha que generaron las condiciones para el golpe militar dirigidos por la CIA. La segunda causa directa de la caída del gobierno de Allende, fueron las acciones contrarrevolucionarias perpetradas, con odio visceral, por la clase política desplazada del poder y que jamás había abandonado sus privilegios en Chile. Acción política que siempre contó con el eco favorable de una prensa alineada, históricamente, a los intereses de los grandes grupos económicos de Chile, y que orquestó una estruendosa campaña terrorista mediática en contra del régimen de Allende.

La tercera causa fue la permanente división política al interior del movimiento revolucionario, estimulada por sectores ultraizquierdistas y fracciones socialistas que no comprendieron que la unidad y la organización de masas era la única garantía del proceso revolucionario y que en cambio practicaron el foquismo político con acciones opositoras al gobierno de Allende. La falta de cohesión política se convirtió en trampa mortal para el proceso revolucionario chileno.

En el terreno económico el sistema estatal de abastecimiento fue insuficiente a la hora de satisfacer las necesidades básicas de la población que hacía largas colas para conseguir víveres, que eran acaparados y escondidos por comerciantes mayoristas y minoristas opuestos al gobierno. Estos hechos crearon un creciente descontento popular. En términos sociales e ideológicos, la revolución chilena logró convencer a la mitad de la población; la otra mitad mantuvo una rabiosa oposición al primer experimento socialista latinoamericano que llegaba al poder por la vía electoral en Chile.

A la luz de la historia la enseñanza del episodio revolucionario chileno continúa vigente. El actual proceso de cambios que tiene lugar en países como Ecuador, Venezuela y Bolivia, puede enriquecerse con una transparente lección: el enemigo principal de la revolución no descansa en su objetivo de hacer reversible la transformación estructural de la sociedad y, junto a ese enemigo, los quintacolumnistas de ultraizquierda que no entienden el imperativo de la unidad, provocan tanto o más daño al proceso a nombre de la propia revolución.

Chile experimentó hace cuatro décadas una revolución profunda, en cuando a la implementación de un programa de gobierno popular, antiimperialista y democrático que construía las bases de una sociedad socialista por la vía pacífica. ¿Por qué ese programa no contempló la defensa del proceso revolucionario en términos armados? La respuesta divide hasta hoy a los chilenos. En el escudo de Chile reza airosa la consigna: por la razón o la fuerza. La razón del pueblo chileno no fue defendida, en su momento, por la fuerza. ¿Estuvo allí la mayor debilidad de la revolución chilena? La historia tiene la palabra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario