Por Leonardo Parrini
Los ecos de la visita de Obama a Cuba resuenan en las calles cubanas en
el análisis de los transeúntes o comentarios de café, mientras en las esferas
del Gobierno se hace el balance de un hecho singular, histórico por sus
antecedentes y trascendencia. Los acercamientos entre el Pentágono y La Habana,
marcados por el inicio de la normalización de relaciones diplomáticas entre
ambos países, deben ser vistos, sin lugar a dudas, como una victoria
trascendental del pueblo y la revolución cubanos. En un proceso sin
concesiones, miles y miles de isleños desplegaron durante más de medio siglo
una capacidad de resistencia, sacrificio y consecuencia sin precedentes. La
lucha del pueblo cubano por mantener el proceso revolucionario en contra de los
peores designios, ya forma parte de la cultura y compromiso ético
intrínsecamente entronizados en los genes del país de Martí. Cuba ha demostrado
al mundo un paradigma singular como pueblo libertario en sus decisiones y
solidario con el resto de América Latina, aun en las peores condiciones de un
bloqueo que la aisló del contexto internacional y condenó a las más
insospechadas privaciones materiales.
En ese contexto de guerra abierta, sin declaración en los papeles, más
sí en el terreno de las invasiones a su territorio, atentados a sus dirigentes,
chantaje político y otras argucias desplegadas por cinco gobiernos
norteamericanos, desde el advenimiento de la Revolución en 1959, Cuba hoy se
yergue victoriosa con superlativa dignidad de pueblo soberano de cara a sus
amigos y enemigos.
Obama en La Habana marcó el hito del primer presidente norteamericano
que visita oficialmente la isla, y lo hace con sincera postura de mejorar las
relaciones con su gobierno, en el marco del reconocimiento a su política
revolucionaria, conforme al derecho que le asiste al pueblo cubano de manejar
su propio destino. Un reconocimiento a la institucionalidad cubana y a sus
resultados en educación, junto a la aceptación explícita “a la ayuda solidaria de Cuba hacia otros pueblos
del mundo, y su aporte a causas nobles tales como la salud mundial, y la
eliminación del apartheid en África”.
En sus alocuciones públicas,
Obama dejó entrever la implícita aceptación de que las decisiones sobre los
modelos socioeconómicos en Cuba corresponden a los cubanos, y que el pueblo
caribeño ha ganado hace mucho rato el derecho a organizar la sociedad de manera
diferente a como otros lo hacen. Ante cientos de tentativas hostiles de los
anteriores gobiernos norteamericanos en contra de Cuba, Obama manifestó el reconocimiento
del fracaso de dicha política exterior frente la resistencia del pueblo isleño.
Resistencia dada no sin sacrificio, altísimo costo social, desbastadoras
consecuencias económicas y hondos efectos políticos que Cuba supo sortear
durante medio siglo de bloqueo. Sin duda, aquello supone reconocer el
aislamiento y fracaso de los EEUU en América Latina por su oprobiosa política
hacia la isla revolucionaria.
El futuro es un albur y en esa
incertidumbre el Gobierno cubano enfrenta el desafío de dar pasos firmes hacia
un total desbloqueo de su economía y un auténtico reencuentro social entre los
cubanos. Retos que implican vigilar el no retorno a la Cuba de los años 50,
condenada a la odiosa diferencia entre ricos y pobres, dictadores mafiosos y
condición de patio trasero del imperio gringo.
El Gobierno cubano reconoce
las diferencias y separa a Obama de la calaña de administraciones
norteamericanas anteriores, invasoras y terroristas, que buscaron doblegar al
pueblo cubano por la fuerza, sin embargo no se puede soslayar el hecho de que
el Presidente estadounidense es transitorio. Detrás del Gobierno visible,
permanece el dominio oculto de los grupos de poder norteamericanos que rechazan
el actual entendimiento cubano norteamericano y que son los mismos que pugnan
por retornar al poder republicano en los EE.UU. El futuro impone nuevas formas
de pensar la política cubana. Los desafíos dejaron de ser en el terreno militar
una prioridad dramática, y ahora se impone la lucha ideológica y la
consolidación de una economía que lleve al pueblo cubano a la prosperidad con
dignidad.
Los EE.UU no renunciarán a
tratar al sector privado como la tabla de salvación cubana y lo fortalecerán en
sus relaciones comerciales con la isla. Aquello no debe implicar denostar el
mayoritario esquema estatal cubano, responsable de las decisiones futuras. Las
estadísticas hablan de que el sector no estatal en Cuba solo aporta el 12% del
PIB y representa el 30% del empleo, siendo evidentes sus imitaciones para
generar valor a la economía del país. El desafío económico cubano se mueve en
tres direcciones: eficiencia y crecimiento de la empresa estatal socialista,
relación de la economía con la ciencia y la tecnología en la mira del comercio
exterior y evitar la expansión de las desigualdades sociales con políticas
públicas claras. En esa trilogía EE.UU debe procurar armonizar sus políticas
hacia Cuba. La esencia de la ideología del Estado socialista cubano, enfrenta
el reto de potenciar la creatividad humana movilizada por ideales de equidad
social y solidaridad en las relaciones futuras con el país del norte.
Una ardua batalla está en
manos de las nuevas generaciones de jóvenes cubanos que enfrentan condiciones
distintas a las que combatieron sus ancestros revolucionarios en el siglo XX.
Los une el porvenir, no obstante, hoy más que nunca la era deberá parir un
nuevo corazón revolucionario, insuflado del inmortal espíritu martiano que
caracteriza a los cubanos.