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viernes, 29 de noviembre de 2013

NUEVO ROCAFUERTE: EL ÚLTIMO BASTIÓN DEL YASUNI


Fotografias Leonardo Parrini
Por Leonardo Parrini

El deslizador surca las aguas del rio Napo a gran velocidad. La proa de la embarcación apunta en dirección nororiente; al frente, un sol abrazador que no da tregua, orienta como un faro la ruta que conduce al Yasuni. Es un día claro, ardiente, con una temperatura que puede fácilmente superar los 45 grados. Al paso veloz del bote, entre el follaje de los árboles que bordean el rio, asoman chozas de madera de chonta y paja. Son las moradas de las comunidades Kichwas y Waoranis que habitan las riberas del Napo. La ruta por el rio es tránsito obligado de los habitantes del mítico Yasuni y toca a su fin en el último bastión de la patria: Nuevo Rocafuerte.

Nuevo Rocafuerte, fundado el 23 de enero de 1942, es hoy cabecera cantonal del cantón Aguarico. Originariamente tuvo asentamiento en un lugar llamado Cabo Pantoja, frontera con Perú, situado a pocos kilómetros al nororiente de su actual ubicación. Luego de la Guerra del año 1941 que enfrentó a Ecuador con su vecino del sur, el pueblo quedó en manos peruanas, pero fue reconstruido con el empuje de sus hombres y mujeres, luego de que el invasor extranjero los expulsara de sus tierras ancestrales. La conflictiva relación con el Perú y los posteriores enfrentamientos bélicos marcaron la vida de Nuevo Rocafuerte. En la Guerra del Cenepa, en 1995, el pueblo fue evacuado y, al fragor de la apresurada salida, dos canoas chocaron en el rio y perdió la vida uno de los moradores: era la primera víctima de la guerra.

La vida cotidiana

Fernando Alomia, oriundo del sector, desciende de la canoa y se encamina a uno de los almorzaderos del lugar atendido por doña María. Pide un seco de gallina y mientras la mujer saca una presa del ollón, el hombre se dispone a beber, copiosamente, de una botella de plástico un sorbo de agua bien helada para amainar el sofocante calor. Mi abuelo vivía al otro lado del rio –dice-, con la vista perdida en las aguas apacibles del Napo, que en esta época del año bajan peligrosamente de nivel. Éramos una familia dedicada a la agricultura, plantábamos arroz, yuca y también pescábamos bagre y penchi en el río. Las precarias condiciones de vida lo hicieron salir del terruño natal. Femando abandonó el lugar en 1981 y se fue a estudiar al Coca y, desde entonces, nunca más volvió a residir en la finca al otro lado del río.

Atrás quedó el tiempo en que los caucheros brasileros provenientes del Amazonas, hacían su agosto comprando caucho peruano o chilquilla, una especie de barniz natural que se daba al otro lado de la frontera. Hoy, algunos habitantes de Nuevo Rocafuerte se dedican a la extracción de maderas finas como Laurel, Caoba, Canelo, Cedro y Guayacán y una muy dura llamada Wambula, usada en la construcción de pilares para las casas. Otros se dedican a la agricultura de auto subsistencia o trabajan para la empresa estatal petrolera Petroamazonas como obreros en el campo Pañacocha, o canoeros en el río Napo. El primer plato que recomiendan probar los residentes es el llamado maito, un pescado envuelto en hojas de plátano, preparado al vapor, con sal y sin aliños. Este platillo se lo acompaña con yuca y cebolla, pero otros prefieren consumirlo con plátanos. Otra delicia típica son unos gusanos fritos con choclo y queso.  

Las actividades comienzan muy temprano esta calcinante mañana en este pequeño pueblo de menos de un millar de habitantes. Sofía barre la vereda del local de comidas que atiende en el malecón. Pedrito, mochila a la espalda, sale de su casa en un biciclo en dirección a la única escuela del sector. Una canoa con motor fuera de borda cruza el embarcadero conducida por una mujer que lleva a su pequeño hijo a la escuela. A escasos metros de distancia, frente a la Capitanía, un grupo de militares de la Armada hace flexiones de pecho en plena calle. Un perro cruza el malecón ladrando, una lancha surca el río pegada a la ribera de enfrente. José, recostado sobre una hamaca que cuelga en el corredor de una casa de madera, habla por celular con su hijo y promete, a su regreso, llevarle tortugas, monos y otros animales de la selva. Una mujer que lleva un niño en sus brazos entra en el hospital del pueblo construido por aportes de la comunidad católica. En la única escuela del pueblo, ha comenzado la algarabía antes de iniciar las clases esta mañana.

El futuro petrolero

Observo detenidamente el lugar, como paneo de una cámara cinematográfica, e imagino el esfuerzo que esta gente realiza, históricamente abandonada por el Estado. Tuvieron que vencer el aislamiento, las distancias y las invasiones extranjeras, antes de intentar sobrevivir con decisión, a punto de iniciar una historia distinta que todos esperan, gracias al nuevo destino petrolero del Yasuni con la apertura del bloque 43 ITT.

El Estado decidió explotar el petróleo que subyace en el Yasuni y Nuevo Rocafuerte vive hoy en sus comunidades el llamado proceso de consulta previa, cuyas respuestas influirán en la inserción del pueblo a las actividades hidrocarburíferas que deben darse en esta zona del cantón Aguarico. La historia está a punto de cambiar para este emblemático bastión amazónico, cuando los recursos de la extracción petrolera beneficien a esta comunidad olvidada en el punto más oriental del territorio ecuatoriano. Por el momento, a través de los 300 kilómetros de cauce del rio Napo es común ver los transbordadores llevar la maquinaria y camiones pesados  a los campos petroleros del bloque 31. 

Así lo ha prometido el Presidente Rafael Correa: no saldrá un dólar petrolero de la Amazonía, sin que antes esta región sea la primera en vencer, definitivamente, la pobreza con los recursos del 12% de los excedentes petroleros que les corresponde por ley. El deslizador fluye veloz, como mis pensamientos, mientras me lleva de regreso a la ciudad del Coca. Ahora el sol es una esfera anaranjada, estampada sobre un cielo carmesí, que entibia el ambiente sobre la inmensidad del corazón palpitante del Yasuni.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

CHILE ¿LA COPIA FELIZ DEL EDÉN?


Por Leonardo Parrini

Siempre esta estrofa del himno nacional chileno me pareció excesiva: la copia feliz del Edén. Desbordante de ese sentimiento de superioridad que insufla a los chilenos a compararse desde arriba con los demás países del continente. La humildad no ha sido, precisamente, característica de los hermanos del sur, sino su sentido desproporcionado de mirarse a sí mismos superlativos, acaso como herencia del pensamiento europeo que tanto arraigo tiene desde siempre en la sociedad chilena. Un sustrato de inamovilidad política, de privilegios económicos y de conservadurismo social, caracteriza a esa sociedad en la que el himno nacional se descuajaringa en adjetivos, tales como el campo de flores bordados o la copia feliz del Edén, metáforas que camuflan una realidad adversa y diversa que, cada cierto tiempo, emerge en el país como el magma de sus volcanes.

Los ecos de las elecciones chilenas del domingo anterior confirman nuestra hipótesis de que Chile es un país aspiracional que siempre reclama cambios, pero que no los consolida. Chile es un país que suele dar señales de utopías transformacionales que, sin embargo, al momento de remover las estructuras sociales entra en crisis de gobernanza y desdice lo andado. Así ocurrió en 1973 cuando un sangriento golpe militar encabezado por Pinochet, oscuro militar sin abolengo ni apellido, puso freno violento al proceso de cambios revolucionarios que había emprendió Chile bajo el liderazgo del médico Salvador Allende. Se ponía, una vez más en evidencia la incapacidad del país sureño de superar una estructura social y política que se estremece, pero que a la hora de la verdad no se derrumba tan fácilmente.

En los años fundacionales de la República liberal, en 1895, el gobierno transformador y laico de José Manuel Balmaceda, terminó en tragedia con el suicidio del Primer mandatario, ante el acorralamiento del Congreso conservador. Años después, en 1938, el movimiento obrero llevó al poder a Pedro Aguirre Cerda, bajo el impulso del Frente Popular, pero la respuesta reaccionaria terminó en un baño de sangre en manos del dictador Gabriel González Videla que puso fin a la democracia y a la libertad en campos de concentración, persiguió a sus opositores y mandó al exilio a Pablo Neruda.

Este rasgo de la sociedad chilena, politizada cual más, ideologizada como ningún otro país sudamericano, revive un constante pujo que no termina en el nacimiento de una nueva sociedad. El parto social no engendra una vida distinta por más que pujen los sectores llamados a protagonizar los cambios, siempre urgentes, en el país más excluyente del planeta. La chilena se ha evidenciado como una sociedad conservadora, que engendra en sus entrañas brotes de cambios que aborta para mal, en medio de crisis de enormes proporciones y costo social.

El domingo anterior Chile volvió a emitir señales de urgente necesidad de transformación de sus estructuras, maniatadas a una Constitución hecha por la dictadura de Pinochet y a un sistema económico engañoso que emite falsas señales de progreso y bienestar social para todos los chilenos. Bástenos señalar la insultante concentración de poder económico en manos de grupos monopólicos que imperan en el país; mientras que millones de jóvenes estudiantes, secundarios y universitarios, se han pasado los últimos diez años luchando por lograr acceso a una educación gratuita y de calidad.

Se escuchan nuevamente voces de cambio en el país de Gabriela Mistral y es la propia derecha la que decide dar un nuevo maquillaje a sus conservadoras posturas para enfrentar a las tendencias de izquierda llamadas, naturalmente, a impulsar esos cambios. No obstante, los chilenos no olvidan que no ocurrió un vuelco profundo con el retorno a la democracia en 1990. Las fuerzas de izquierda marxistas y socialdemócratas gobernaron 20 años hasta perder el poder frente a Sebastián Piñera y dejaron una deuda política y social de cambio inconcluso que les costó el gobierno.

Hoy el país de Víctor Jara se enfrenta a la disyuntiva entre la derecha tradicional, representada por Evelyn Matthei, y la izquierda también tradicional, liderada por Michelle Bachelet. Ambas depositarias de la tradición de dejar el país intacto, con muchos pujos y pocos alumbramientos de un nuevo orden, que los chilenos reclaman a los cuatro vientos. Corren vientos de cambio en el país de la dulce patria, como exalta su himno nacional, pero que carga una amarga historia en sus espaldas. Es de esperar que esta vez esos cambios acerquen la realidad al idílico tono del himno patrio, y que Chile, el país más desigual del mundo, por lo menos intente emular la copia feliz del Edén.

domingo, 17 de noviembre de 2013

CHILE: DOS MUJERES Y UN CAMINO

Por Leonardo Parrini

Como el título de una vieja telenovela, la realidad política de Chile enfrenta a dos mujeres en el camino de la Presidencia de la República. Dos mujeres que tienen algo en común: ser representantes de un género que irrumpió potente en la arena política del país sureño y ser herederas de un pasado complejo y dramático.

Una historia en que sus respectivos progenitores, militares ambos, se encontraron en un recodo del destino, para luego separarse con roles tremendamente diferentes: el uno, el general de Aviación Alberto Bachelet, detenido, torturado y asesinado por la dictadura de Pinochet por mantener su lealtad con el Presidente Salvador Allende. El otro, Fernando Matthei, militar que al momento del golpe de Estado de septiembre de 1973, se encontraba en Londres y que regresó a Chile para dirigir la Academia de Guerra Aérea, el mismo sitio donde fue torturado Bachelet, en subterráneos destinados para el funesto efecto.

Las dos mujeres, Michelle y Evelyn, fueron incluso amigas desde la infancia, pero la vida se encargó de trazarles sendas muy distintas. Michelle Bachelet, nacida en septiembre de 1951, se hizo médica pediatra y alternó la carrera de medicina, la política y su maternidad de tres hijos, con decisión y temple. A sus 62 años Michelle va por su segunda oportunidad como primera Mandataria chilena apoyada por una nueva mayoría integrada por comunistas, socialistas y demócrata-cristianos, una fórmula que ostenta el 47% de las preferencias en las encuestas. 

Bachelet ha propuesto reformas que buscan corregir el modelo económico y político heredado de la dictadura de Augusto Pinochet, cuyos cambios sugieren ajustes tributarios que intenta recaudar 8 mil millones por medio de impuestos empresariales que serían destinados a la gratuidad de la educación, sentida aspiración de la juventud chilena. Además Bachelet propone romper los cerrojos antidemocráticos de la Constitución impuesta por el pinochetismo, vieja deuda de la izquierda con el país. 

Evelyn Matthei, heredera de una tradición derechista familiar, se dedicó a los estudios de piano e ingeniería comercial, y se integra a la política en los años ochenta en el partido Renovación Nacional, llegando a ser ministra del gobierno de  Sebastián  Piñera.

El fracaso político de la derecha en Chile, en los últimos cuatro años, constituye su mayor debilidad electoral, con apenas un 14% de preferencia en las encuestas. Matthei plantea una reforma al sistema judicial con un observatorio ciudadano, pero sin proponer cambios de fondo, porque considera que las consecuencias sociales y económicas podrían ser rechazadas por los chilenos. Matthei ha llamado a mantener la continuidad del Gobierno de Piñera.

A pocas horas de conocerse el desenlace de esta historia, Chile enfrenta por primera vez el voto voluntario que deberá señalar el camino propuesto por las dos mujeres líderes. Trece millones de chilenos habilitados para emitir su voto podrían poner su marca en la nueva democracia que se deberá inaugurar, una vez que una de ellas asuma la Presidencia del país más desigual del mundo.