Por Leonado Parrini
El cine es
memoria. En el resplandor de la pantalla grande en la oscuridad de la sala de
proyección, suele ser memoria cruel. Ese mismo contraste provoca el cine cuando
en afán hurgador devela el silencio vertido sobre ciertos hechos.
Silenciar es el verbo inherente a la impunidad del poder. Chile es un país que guarda silencio sobre acontecimientos
esenciales de su historia; entre otros, los actos terroristas cometidos por el
Estado contra ciudadanos armados de la utopía de cambiar el mundo por un territorio
de justicia. El consuetudinario silencio de los chilenos
frente a la represión y atentados contra los derechos humanos cometidos por las
dictaduras militares, muestra cómo en el país sureño subyacen crímenes sin que
hasta el dia de hoy sean debidamente aclarados por la justicia. Este es el caso
del fotógrafo Rodrigo Rojas de Negri y las graves lesiones provocadas a Carmen
Gloria Quintana, quienes fueron quemados vivos por una patrulla militar en
1986.
Frente a casos de
represión no resueltos aun por la justicia, la presidenta Michelle Bachelet, ha
exhortado a los chilenos a romper el silencio. El propio padre de la Presidenta,
general de brigada de la Fuerza Aérea Alberto
Bachelet, fue torturado y asesinado en marzo de 1974 por militares en la dictadura
de Pinochet. “Basta ya de silencio”, exhortó Bachelet a la ciudadanía para que entregue
información que permita sancionar a los responsables de las masivas violaciones
de los derechos humanos cometidas por la dictadura de Augusto Pinochet. El
crimen de Rojas y tortura de Quintana se mantuvo impune hasta que la justicia
logró resultados con ayuda de un testimonio del conscripto Fernando Guzmán,
partícipe de los hechos. “Hay personas que saben la verdad de muchos casos que
permanecen sin resolver y Chile les pide que sigan el ejemplo del conscripto
Fernando Guzmán y que ayuden a reparar tanto dolor”, dijo la presidenta
Bachelet.
Memoria viva
La dictadura de
Pinochet, desde 1973 a 1990, dejó 3.200 víctimas entre muertos y desaparecidos durante los 17 años que duró el terror
gubernamental. Estos hechos fueron narrados en un documental realizado por el
cineasta Miguel Litin a su regreso clandestino a Chile. Basado en el testimonio
directo de los torturados, presos y familiares de las víctimas, el filme revela
cómo chilenos comunes y corrientes junto a gente de movimientos de la
resistencia operan en la clandestinidad. Litin sostiene una entrevista con un líder
de la insurgencia mientras es conducido con los ojos vendados hacia un hospital donde se encuentra “recluido
después de haber sido rescatado de un hospital público por un escuadrón
subversivo”. El documental tenía el propósito de “mostrar al mundo la
brutal represión durante la dictadura y avergonzar al régimen de Pinochet al
revelar las redes de gente joven trabajando para derrocar a la
dictadura”.
Hoy un nuevo
filme rompe el silencio en Chile, esta vez sobre un episodio de represión política
ocurrido en los años cuarenta. El director chileno Pablo Larraín, ve cómo Pablo
Neruda protagoniza una reveladora historia bajo el gobierno de Gabriel González
Videla. El poeta se ve obligado a salir de Chile cruzando la cordillera
a lomo de caballo para esquivar la represión anticomunista del gobierno. “Neruda entiende que, si logra
escapar, conseguirá que su voz sea más fuerte, más grande, más escuchada. En
esta vuelta, se transforma en un gigante, en una leyenda”, dice Larraín. Neruda en 1948, con 44 años, siendo senador critica al
Gobierno desde el Congreso y es desaforado. El policía Peluchonneau persigue a
Neruda y su esposa, que intentan infructuosamente salir del país. En la clandestinidad el poeta escribe
Canto General, su leyenda se agiganta y provoca que Pablo Picasso clame por su libertad.
El filme de Larraín
que está en rodaje en las locaciones de Santiago, Valparaíso y Buenos Aires, tendrá
su estreno en el 2016. Los actores protagónicos de la película son
latinoamericanos: Neruda es interpretado por el chileno Luis Gnecco; su esposa,
Delia del Carril, está representada por la actriz argentina Mercedes Morán. El
policía Óscar Peluchonneau que persigue al poeta, es encarnado por el mexicano
Gael García Bernal. Un esfuerzo de producción que, más allá de la ruptura del
silencio frente a la impunidad del poder, constituye un grito de esperanza de
los chilenos, todavía en sordina.