GRANDES TEMAS - GRANDES HISTORIAS

E c u a d o r - S u d a m é r i c a

sábado, 6 de noviembre de 2010

RECORDANDO A BRUNO


















Giordano Bruno

Por José Murgueytio

Solo en nuestra galaxia –que es una entre miles de millones que pueblan el universo- existen al menos 46 mil millones de planetas del tamaño de la Tierra, lo cual indica que los mundos potencialmente habitados y habitables en la Vía Láctea podrían ser del orden de los miles de millones, mucho más de lo que se suponía hasta hace poco.

 Esta es la sorprendente conclusión del censo planetario más amplio jamás realizado, que acaba de ser difundida. El estudio fue contratado por la NASA y efectuado por la Universidad de California en el transcurso de los últimos cinco años, durante los cuales los astrónomos, autores del análisis, utilizaron dos potentes telescopios en Hawái, para escanear una muestra conformada por 166 estrellas en un espectro de 80 años luz desde la Tierra (un año luz equivale a 9,46 billones de kilómetros) y deducir estadísticamente, sobre este registro, la cifra arriba indicada.

 Aunque la galaxia sea hervidero de mundos que pueden tener civilizaciones, entrar en contacto con éstas supone enormes períodos de tiempo, debido a la inmensidad de las distancias y a que el vehículo portador del mensaje que anuncia su existencia, la luz, viaja a una velocidad finita de 300.000 km por segundo. Las búsquedas iniciaron hace apenas unos 60 años. El planeta habitable más cercano a la Tierra encontrado hasta hoy, gira alrededor de una estrella roja enana y se encuentra a 20 años luz, tiene una masa tres veces la de la Tierra, posee una fuerza gravitatoria suficiente como para retener una atmósfera y es muy probable que contenga agua. Si en este planeta hay vida inteligente con un desarrollo tecnológico cercano o mayor que el nuestro (supuestos muy fuertes), recibir la respuesta a una señal enviada desde aquí tomaría 40 años. Es posible, por otra parte, que hayamos recibido mensajes extraterrestres en algunos instantes de nuestra historia pasada, cuando aún no podíamos escucharlos. Quizás hace un millón de años, cuando homo erectus domesticaba el fuego, llegó una señal inteligente de una civilización que ya no existe…

 Los resultados del reciente censo galáctico representan una caudalosa confirmación de la idea expuesta por el sacerdote dominico Giordano Bruno, a fines del siglo XVI, sobre la pluralidad de sistemas solares y de mundos habitables como la Tierra. Ante la renuencia a aceptarla por quienes consideraban que contradecía el plan divino, Bruno respondió señalando que un firmamento pletórico de vida se aviene mejor con la idea de un Dios universal. Sin embargo, la colisión con la jerarquía vaticana de todas maneras se produjo y el Papa ordenó la intervención del Santo Oficio. Bruno permaneció prisionero durante siete años y ante su negativa a retractarse, fue quemado vivo en 1.601, acusado de blasfemia, conducta inmoral y herejía. “Tembláis más vosotros al anunciar esta condena que yo al recibirla" dijo a sus jueces. También fueron incinerados los libros que escribió. “El hombre, en su soberbia, creó a Dios a su imagen y semejanza”, sentenció Nietzsche. La humanización de Dios, tan elocuente en los escritos bíblicos, en efecto no encaja con la idea de un creador y monitor de múltiples formas de vida, tan exóticas como podrían ser organismos complejos que crecen en océanos de metano o bajo lluvias de amoníaco. Menos aún si está de por medio el dogma de la unicidad del plan divino, concebido para la exclusiva salvación de los hombres (se ha de entender que también de las mujeres, pero de nadie más). No debería resultar extraño, por lo mismo, que el Papa Juan Pablo II hubiera pedido perdón por la condena a Galileo Galilei pero que nada dijera, en ese único gesto de reparación histórica, sobre el atroz asesinato de Bruno. Giordano Bruno es el personaje que mejor encarna, con su lucidez intelectual y a costa de su propia vida, el inestimable valor de la díada con que la modernidad hizo su entrada a la historia: libertad de pensamiento y juicio crítico.

viernes, 22 de octubre de 2010

¿TIENE SENTIDO EL ARTE?














Por Leonardo Parrini 

Los griegos lo tenían claro, saber pensar y concebir el mundo era para ellos la epísteme, saber hacer era cosa de la tecné. Así los roles entre esclavos y filósofos, entre guerreros y artistas estaban bien definidos. Hoy el arte ha perdido sentido. Este laconismo no es más que la constatación de que las manifestaciones de arte se han convertido en una repetición de expresiones audiovisuales e iconográficas en serie, tamizadas por la tecné que se impone por sobre la epísteme.

Una de las cuestiones claves para dilucidar el sentido del arte consiste en  ver si este oficio sigue teniendo el significado que la historia le atribuye, desde la aparición de los policromos rupestres en las cuevas de Altamira, como registro del quehacer humano en este mundo. 

Ahora impelido a sobrevivir en el caos tumultuoso de la posmodernidad, donde la muerte de la utopía lo empuja de bruces a un arte sin vocación de futuro, el artista enfrenta el reto superior de redimirse a través de una creación que otorgue un sentido a la realidad circundante.

 ¿Cómo se hace arte en un mundo donde sobrevivimos, solos, sin dioses o utopías posibles?   
La expresión multimedia es el prototipo del arte actual, un fruto del triunfo de la tecné por sobre la epísteme, un contacto inestable entre personas y mensajes que se difunden y propician lecturas diversas. El resultado es una heterogeneidad fugaz e inasible, entendida como participación segmentada y diferencial de un emporio internacional de mensajes que penetra por todos lados y de maneras inesperadas al entramado local de la cultura.

Se inauguran de este modo los rasgos de un arte impuro, con predominio de collages de textos e imágenes en un súper mercado de inversiones; un arte que ha perdido mística, energía transformadora y carga afectiva. Un arte que privilegia la somera diversión de los sentidos, cultura light, democrática y mediocre que posterga toda contemplación crítica por la fruición hedónica. Un producto de las industrias culturales que no difiere de los artefactos engendrados con modos de producción a gran escala. Este arte crea un público al que no le interesan nuevas temáticas - si es que las hay -, sino nuevas formas, ornamentales y seductoras formas de presentarle más de lo mismo. Aguda dicotomía, mientras la cultura de masas busca dispersión, el arte reclama recogimiento.

Un arte así producido pierde todo sustrato cultural, nos recuerda Aldous Huxley, condición y posibilidad de la distancia necesaria, entre obra y espectador, para que éste último pueda recogerse y contemplarla. Una obra así reproducida, no sería ya una obra de arte, sino un pastiche convertido en fetiche donde solo prima su valor exhibitivo, útil y funcional.

Se bifurcan así dos salidas posibles: un espacio dogmático para elites consumidoras de productos de circulación restringida, que se basa en la premisa de que para entender el arte hay que tener no sólo educación, sino una cierta disposición estética. Y otro circuito pragmático de amplia difusión que busca llegar a públicos masivos, que otorga lo que se dice que desean: experiencias fragmentarias de cultura; retazos de formas y fondos distintos y decorativos. 

El arte posmoderno ha perdido sentido. Se impone el simulacro, meras actuaciones que representan aquello que no es; simulaciones que fingen acciones sociales en las prácticas culturales de un mundo donde lo virtual, en su función simuladora,  prevalece por sobre lo real. 

¿Qué sentido queda entonces al arte actual? Por un lado la práctica de un sujeto que tiene la opción de jugar al artista socialmente incomprendido, de élite o marginal, premunido de una epísteme que busca dar significado ontológico a la realidad. O por el otro, un individuo-masa, dominado por la tecné, que puede arriesgarse a combinar géneros y estilos, y convertirse así en otro híbrido de la caótica y tumultuosa cultura de la posmodernidad.

jueves, 14 de octubre de 2010

CORAZON DE MINERO














Por Leonardo Parrini

La enseñanza que queda del accidente minero que llegó a feliz término es que la clase obrera chilena, premunida de una fortaleza física y espiritual forjada en duro trabajo que realiza, es un grupo humano de singulares características.  ¿Puede haber tarea más esforzada que perforar la roca del desierto chileno para extraer pintas de oro o cobre  a más de 700 metros de profundidad?

El corazón de minero, como dicen pletóricos  de orgullo los hombres y mujeres del norte de Chile, no es otra cosa que ese temple adquirido en dura brega laboral, extrayendo riqueza natural en condiciones extremas de trabajo físico. Actividad que a través de varias generaciones viene desarrollando el minero chileno en situación de explotación notable, lo que hizo posible que sea, precisamente, en la zona minera del norte de Chile, donde surgieran los primeros mancomunados proletarios. Este conglomerado laboral es el germen del movimiento obrero organizado chileno de  carácter  reivindicacionista y, tempranamente en el siglo veinte, del partido comunista fundado en 1922, donde surgen pioneros de raigambre obrera como Emilio Recabaren, fundador del movimiento sindical chileno.  

Los primeros yacimientos

Con una historia de esfuerzo y organización laboral,  la pequeña y gran minería chilena data de los albores de la República cuando surgen los primeros yacimientos mineros de plata en la zona de Coquimbo, como Arqueros, en 1825, Chañarcillo en 1822 y Tres Puntas en 1848. En 1830 cobra auge el yacimiento aurífero de Andacollo, aunque sus orígenes se remontan más allá de la Colonia. El Teniente, yacimiento de cobre que se forma  en la década de los años treinta, tiene sus orígenes   en el siglo diecinueve, siendo el yacimiento subterráneo de cobre más grande del mundo.

En la actualidad existen grandes yacimientos de cobre como Chuquicamata, la mina de tajo abierto más grande del mundo; Escondida, El Abra, Disputada de las Condes, El Teniente y Andina. Otros menores son La Candelario, Salvador, Radomiro Tomic y Mantos Blancos.  A nivel de la minería menor, los pirqueros o pequeños mineros chilenos, trabajan con escasos medios técnicos y es la Enami, Empresa Nacional de Minería el principal comprador de su producto. Los mineros chilenos están sometidos a jornadas de trabajo por turnos, lo que implica aislamiento de sus familias y trabajo en condiciones de fuerte desgaste  físico y sicológico.

La mina San José

La minera San Esteban, propietaria de la mina San José, fue fundada por el ingeniero húngaro Jorge Kemeny en la década del ochenta. Este yacimiento produce al año 1.200 toneladas de cobre, una cifra insignificante frente a los 5.5 millones que genera Chile. El descubrimiento y comienzo de los trabajos de explotación en la mina San José data de 1840. En la década de 1980 la empresa San Esteban Primera SA se hizo cargo de la explotación. Luego de su fallecimiento, en el año 2000, tomaron el control del negocio familiar sus hijos Marcelo y Emérico Kemeny Füller.

La situación económica de la minera bajo la nueva administración sufre de un importante endeudamiento. Sus ingresos rondan los 8 millones de dólares anuales y al mismo tiempo mantiene deudas con la Empresa Nacional de Minería, el Estado chileno y los bancos por aproximadamente 17,8 millones de dólares. La empresa cuenta actualmente con 170 empleados en la mina de oro y cobre San José. Estos trabajadores reciben salarios por encima de la media para mantenerlos ligados a un proyecto que era reconocido por la comunidad como altamente peligroso. Los mineros de la mina San José trabajaban por 150 mil pesos (260 dólares).

Al momento del derrumbe en agosto, la mina San José enfrentaba una crisis financiera al borde de la quiebra con una deuda de medio millón de dólares. Los 33 trabajadores de la mina no estaban asegurados porque, según los dueños del yacimiento, los costos de las pólizas son muy altos y las coberturas insuficientes. Desde la Superintendencia de Seguros les respondieron que los seguros de trabajo en Chile son de los más baratos del mundo.

Finalizada las tareas de rescate de los 33 mineros, queda por rescatar el sentido de justicia en este dramático episodio de la minería chilena, lo que implicaría la exigencia de que los dueños de la mina respondan frente al accidente. No obstante, esto es poco probable puesto que, según el experto jurista chileno Héctor Hernández,  “el solo hecho de infringir, incluso gravemente, normas de seguridad en el trabajo, en este caso en el plano de seguridad de la minería, en Chile no es delito, o sea, a diferencia de lo que ocurre en otros países desarrollados donde si hay normas específicas”, puntualizó el abogado. Pasada la euforia del rescate y apagadas las cámaras de televisión, las autoridades chilenas tienen la obligación de ser consecuentes con su promesa de que, frente a estos hechos, no habrá impunidad. Que así sea.
Chuquicamata, Escondida, El Abra, Disputada de Las Condes, El Teniente

lunes, 11 de octubre de 2010

¡HABLA BIEN, POGUEON..!















 



  Por Leonardo Parrini

Si el hombre viviera al descampado de la realidad seria destruido, rápidamente, ya sea por júbilo, ya sea por espanto. Esta estremecedora sentencia de Robert Graves nos da la dimensión de la importancia vital del lenguaje como elemento mediatizador entre el hombre y su entorno. La palabra es aquella nomenclatura que permite distanciarnos convenientemente de las cosas y de los acontecimientos. Sin los sustantivos que nombran entes y los verbos que describen actos, la realidad nos ocurriría sin mediaciones, sin tregua posible, destruyéndonos. El lenguaje atenúa la experiencia de la realidad que pueda herirnos; del momento que nombramos una cosa ponemos distancia, separándonos de su presencia real. El lenguaje nombra, por lo mismo, mediatiza. Podemos nombrar el dolor, los miedos, y también la alegría. El lenguaje es una malla que nos protege de la realidad, sugiere Graves.  

En una reciente entrevista de prensa el sicólogo y escritor chileno Otto Dörr alerta del peligro de degradar el lenguaje y perder con ello la condición que nos define como seres humanos. Dörr enciende la alarma señalando que los chilenos, como en ningún otro país de Latinoamérica, hablan un lenguaje excrementicio que en siquiatría se denomina coprolalia, propio de ciertas demencias secundarias a la destrucción de los lóbulos centrales del cerebro que procesan las experiencias éticas del individuo.

Este lenguaje coprolalio del chileno estaría caracterizado por la carencia drástica de sustantivos, lo que da una baja referencialidad en el uso del idioma, porque no denotamos las cosas por su nombre propio sino por seudo metáforas comparativas. El fenómeno del mal hablado está generalizado en Chile, señala Dörr, con el uso de un lenguaje que “consiste en que una palabreja, en un comienzo empleada como insulto, se ha transformado no sólo en sustantivo, verbo y adjetivo de uso indiscriminado, sino también en final obligado de cualquier frase. Ahora bien, como esta palabreja se acompaña regularmente de otras groserías basadas en contenidos anales y genitales, tenemos que el habla cotidiana del chileno se está aproximando a un tipo de lenguaje muy patológico”

Ejemplo de ello, en lugar de decir hombre, decimos gallo; o polla para referirnos a una chica o huevón para nombrar a un sujeto. Pero lo más sintomático de esta suerte de fijación patológica es que las metáforas son abrumadoramente alusivas a las zonas sexuales. Un lenguaje de garabato degradado estética y éticamente a niveles de coba delincuencial. Y lo más curioso, apunta Dörr en una entrevista con Cristian Warnken para su programa Una nueva belleza de TVChile, que ese lenguaje de bajo fondo es adoptado por damas de alcurnia y caballeros de alta posición social y económica, mientras que los campesinos chilenos mantienen una elegancia y formalidad en el trato con los semejantes propia de hábitos refinados, lo cual no deja de ser extraño. Algo parecido ocurre en Ecuador que, mientras más bajo es el estrato social de una persona o su origen es rural, se advierte el uso prolijo del usted en lugar de tutear al otro, como un síndrome de prudente distancia, timidez o respeto.

Otra característica de la degradación del dialecto chileno es el exceso de muletillas o dichos de imposible traducción internacional, al punto que obliga a la publicación de glosarios de términos chilenos  junto a  determinadas obras literarias para posibilitar su comprensión. La falta  notable de pronunciación correcta de las palabras es otro clásico chileno. Un amigo locutor me decía que hay que pronunciar todas las silabas de una palabra para locutar o hablar bien: eso es exactamente contrario a lo que se practica en Chile.

Dörr explica que las elites sociales consideraron cursi pronunciar correctamente y entonces adoptaron un dialecto donde las palabras se arrastran, o no se pronuncian completamente, o simplemente, son remplazadas por otros términos que, arbitrariamente, consideramos como sinónimos. Ej. Cachai por ver. 

De alguna manera Gabriela Mistral había reparado en este fenómeno al decir que los chilenos hablamos en forma deshuesada, con pobreza de vocabulario y uso mal sano de términos. Más allá de lo cómico que resulta oír hablar a un chileno típico, el tema es grave porque las autoridades educativas no se han percatado de que en el lenguaje radica nuestra existencia nacional, parodiando a Heidegger que dejó escrito que el lenguaje es la morada del ser. Lenguaje que ha permitido el desarrollo de la civilización y de la cultura, pero también la apertura del hombre a la dimensión espiritual y trascendente, como acota Dörr. 

Según esta afirmación ¿hemos sufrido una involución los chilenos de mal hablado? El origen del lenguaje está en la mutación brusca del hombre, cuando se separa del chimpancé de mandíbula paralela y laringe elevada. El hombre se pone de pie y logra desarrollar una laringe más baja y  mandíbula no paralela, lo que le permitió hablar un lenguaje articulado y fonético con la consecuente construcción sintáctica de frases que posibilita el pensamiento discursivo, superando la simple emisión de emociones mediante sonidos guturales propia de la animalidad.  Los chilenos, argumenta Dörr, por una suerte de aislamiento geográfico antes de la invención del jet, no tenían con quien hablar como país, y eso pudo haber deformado nuestras fosas nasales influyendo en la forma de articular y fonetizar las palabras que son emitidas de manera altisonante y chillona.

La sentencia lapidaria a la que llega Dörr es que Chile morirá como nación, así como han desaparecido otras culturas en el pasado, si continuamos en esta práctica cotidiana de lenguaje excrementicio o coprolalio. Puesto que la atrofia del lenguaje trae la atrofia de la capacidad de pensar, no se puede pensar sin palabras, lo que equivale a un ocaso como grupo gregario. Y “sin pensar no hay conocimiento ni creatividad. Y entonces cualquier aspiración que tengamos de llegar a ser un país desarrollado será en vano”, concluye Dörr.


lunes, 4 de octubre de 2010

FLASHBACK A LA REBELION POLICIAL

Por Leonardo Parrini

Un  presidente que no recibe oportuna y eficazmente los informes de inteligencia sobre un eventual alzamiento de las tropas y efectivos policiales o militares, es un presidente desinformado. Correa deberá exigir a los responsables de la inteligencia estatal que respondan por esta grave omisión informativa. 

Un presidente que acude al sitio de los hechos donde tiene lugar el motín policial, es un presidente decidido a controlar la situación haciendo caso omiso de los mecanismos estatales y presidenciales que le asisten para estos eventos. Correa nunca debió asistir al lugar y, por el contrario, debió enviar emisarios y aplicar la ley que es clara para situaciones de deliberación y motín de los uniformados.

Un presidente que desafía antes las cámaras a sus insubordinados arengándolos a que lo maten, es un presidente que tiene clara conciencia del impacto mediático y político de sus actos. Correa en su investidura presidencial debió mostrarse menos agitador, mas estadista, menos exaltado, más sereno; conminando a la calma, situándose por sobre la irracionalidad de sus insubordinados.

Un presidente que es agredido por los amotinados, es un Presidente que puso en riesgo su persona y lo que representa para el país su condición de primer mandatario. Correa nunca debió desafiar a los policías rebeldes, puesto que dejó abierta la posibilidad de que un exaltado irracional, verdaderamente, le dispare o veje y agreda con bombas lacrimógenas, como ocurrió.

Un presidente que ingresa maltrecho saltando un muro al hospital controlado por sus propios insubordinados, es un presidente al que se le escapó la situación de las manos. Correa debió ingresar a otro centro hospitalario, pero fue imposible. 

Un presidente que debe ser rescatado por las fuerzas armadas especiales a punta de balazos, y en el enfrentamiento corre peligro su vida, es un presidente en clara situación de secuestro político con oscuras intenciones por parte de sus captores. Correa nunca debió estar en el extremo de esa situación en su condición de presidente de la nación. 

Un presidente que decreta desde su secuestro el estado de excepción, una orden de rescate, recibe a la prensa, dialoga con sus captores y consigue el respaldo del Comando Conjunto de las FFAA, es un presidente al que no logran dar un golpe de estado. Correa y sus asesores diseñaron   una estrategia comunicacional que proyectó esa imagen y que generó la inmediata reacción de la comunidad internacional.

Las mil lecturas que la población hizo de los acontecimientos y de los rostros del Presidente en las pantallas el 30 de septiembre, dejan entrever que el pueblo ecuatoriano en su mayoría aun consume, acríticamente, las imágenes unidireccionales de la televisión estatal o aquellas que entregó la televisión privada.  En este sentido la censura de prensa previa, prevista en el estado de excepción, contribuyó a una lectura unidireccional de los acontecimientos con claro beneficio al hecho de que se impidió que agitadores profesionales se tomaran laos micrófonos y pantallas para incendiar aun más al país. 

El conato de rebelión policial del 30 de septiembre sugiere la lenta reacción de los organismos de inteligencia, y la falta de información clasificada que obligó actuar a la zaga de los acontecimientos.  Las imágenes televisivas del 30 de septiembre proyectan el perfil de un gobierno que, fiel a su estrategia, prefiere manejar los hechos políticos con alto impacto mediático donde el protagonismo presidencial lleva todo el peso del contenido y forma del mensaje. 

El flashback con los rostros presidenciales del 30 de septiembre en pantalla, ponen en evidencia las fortalezas y debilidades de un régimen que se jugó una carta brava ante el país. Las encuestas deberán decirnos cuál fue el costo beneficio de la espectacular y mediática jornada. 

domingo, 19 de septiembre de 2010

NOSOTROS LOS CHILENOS


Santiago de Chile, pintores de la calle
Foto de Leornardo Parrini

Por Leonardo Parrini

Ese era título de una legendaria colección de 49 libros populares en la década del setenta, que recorrían la columna vertebral de un país generoso y telúrico, para muchos altivo y excluyente, heredero de dos culturas: la hispana avasallante y la indómita araucana. Poco o nada hemos cambiado los chilenos estas cuatro décadas, como si cuarenta años fueran nada y la historia transcurriera en vano. ¿Cómo somos nosotros los chilenos? Ubicados como pueblo en la cornisa que se desprende de la imponente Cordillera de los Andes frente al abismo del Océano Pacifico, Chile es dueño del desierto más árido del mundo que se convierte en estepa de altura por las paulatinas humedades estivales; con alfombras de suelos variados que se expanden con matorrales mediterráneos en el centro, selva y bosque mixto en la región de los lagos australes y lluvias interminables que coronan ventisqueros de hielo eterno en la Patagonia. 

De innegable influencia europea el país durante la Colonia y la Independencia echó las bases de un ideario de corrientes conservadoras y liberales, enfrentadas en la cosmovisión de un futuro incierto pero promisorio. Chile, sin embargo, no se promete nada a sí mismo, más bien lo afronta en una determinante arenga de su escudo nacional que habla de hacer prevalecer la razón o la fuerza. Todo aquello es la fragua de un territorio de gente diversa que se reconoce en cada icono que consume y desgasta renovado en la mitología de un país con una fuerte cultura de la invocación. Los chilenos alimentamos el alma con signos poderosos, como esa bandera de tres colores con una estrella solitaria que nos acompaña en cada esquina del padecimiento y del regocijo, de la lucha y la esperanza. Somos pueblo de fuerza y razones para ejercerlas a ultranza, obligados a mantener relaciones violentas con una geografía loca y una historia tantas veces injusta. Crecimos convencidos que somos capaces de matizar ambos elementos en la manutención de inamovibles instituciones, como aquella alternancia de intereses antagónicos  que se amalgama en un país de eterna clase media; que mira desde y hacia arriba con la misma altivez excluyente que nos hace impermeables a las mimetizaciones y movilidades sociales. En Chile el que nace chicharra muere cantando y el no tiene padrino no se bautiza. Imposible haber nacido en cuna de paja y pretender heredad de cuna de oro, inaceptable ser aceptado donde no corresponde y llegar donde no se ha sido invitado. 

Chaqueteros por doctrina y convicción a los chilenos no nos gusta que el otro prospere sin que nosotros, al mismo tiempo, subamos de categoría. Sana envidia, dicen muchos, que nos impide apoyar al vecino cuando se muestra mejor que nosotros. Bueno para la broma fácil de humores comparativos, el chileno se coteja con símiles diversos a la hora de buscar su impronta física y espiritual, pero los pelados y los guatones no tienen comparación en Chile, son una institución nacional. Sentimentales por antonomasia, cantamos riéndonos de nuestras penas, ¿qué es sino la cueca chilena, un sollozo con la sonrisa en los labios? Pero a la hora de ponernos tristes de verdad nada mejor que la tonada, un aire del sur araucano a ritmo de cultrún o la desértica soledad que evoca la quena norteña. Es que en Chile, país melómano y poético, la música amalgama aquello que la historia desune y la geografía destruye. Tatareamos infinitos ritmos de norte a sur, entonamos todas las melopeas acorde con nuestra topografía anímica que sube y baja de tono en la espigada franja de tierra que nos cobija. Los chilenos cuando luchamos, celebramos, evocamos o nos levantamos de un terremoto siempre lo hacemos con una bandera tricolor en la mano y una melodía en los labios. 

Con motivo del Bicentenario 17 millones de chilenos, incluidos los 33 mineros atrapados bajo la montaña en el norte, - no así los 35 presos mapuches en huelga de hambre detenidos por luchar por sus tierras en el sur,- cantaron el himno nacional a las doce del medio día 18 de septiembre como signo de unidad nacional. En la tribuna oficial el presidente empresario junto a la ex presidenta de padre asesinado por la dictadura militar, incluyendo a un ex presidente socialista y otro demócrata cristiano, hicieron gala de una mixtura de voluntades unidas en un himno que mitiga los contrastes violentos de un país que se reconcilia con su historia, cuando aun la geografía no cierra los surcos de la tierra telúrica. 

Por la noche en el Estadio Nacional, campo deportivo y otrora campo de concentración, la celebración dejó oír un valsecito de la Palmenia Pizarro, la novia romántica de Chile y el sonido profundo de los Intillimani, embajadores de la lucha irrenunciable de nuestro pueblo. En ese ritual musical tan propio de los chilenos, un pentagrama de canciones nos devolvió la ilusión de un país unido por la razón y la fuerza, porque es de locura dividir cuando hay que sumar, restar cuando hay que multiplicar. En eso Chile es un país urgentemente solidario, que responde positivamente al dolor ajeno entre hermanos, porque sabemos que las heridas se restañen cantando, las necesidades se mitigan en la olla común y los terremotos no han podido con las sólidas bases de un país de personalidad extrema en el extremo del mundo. Al sur del planeta, un país bicentenario hoy empieza a saldar el compromiso histórico del reencuentro con lo que siempre hemos sido nosotros los chilenos, pero que aún adeuda la justicia, el bienestar y una categórica promulgación de derechos plenos para todas y todos los chilenos, en la potente y esbelta patria de Neruda y la Mistral.    


martes, 14 de septiembre de 2010

EL MODELO INSERVIBLE


 
 La Habana, Cuba 2006. Foto de  Paula Parrini

Por Leonardo Parrini

Las declaraciones de Fidel Castro al periodista Jeffrey Goldberg de la revista The Atlantic, aunque luego matizadas por su autor, no dejan lugar a dudas: El modelo cubano no sirve en la isla. Mea culpa, lucidez  política, como quiera que sea, el siempre vivo Fidel estremeció los últimos vestigios del fundamentalismo castrista con una premonición de corto plazo: renovación o muerte. Venceremos. Luego de la premonición vino la admonición castrista a un modelo, cuya realidad es transparente hacia fuera, pero difusa hacia los propios cubanos que, por mística o conveniencia, siguen esperando que un milagro refresque las estructuras de una revolución anquilosada en sus propias incapacidades de renovarse generacional y políticamente. 

Pero la inmovilidad del modelo también es económica en la isla de Fidel donde hasta los heladeros responden a la lógica de la proveeduría estatal.  Con 19 dólares de sueldo promedio mensual un sector de trabajadores cubanos agrupado en los “porcuentapropia”, vendedores independientes de cualquier cosa, sobrevive bajo el cuestionado modelo cubano. Comerciantes informales autorizados por el gobierno, que de algún modo disipan la tensión social, y que revenden reliquias en las calles, convirtiendo en mercancías transables desde un viejo libro hasta el combustible de obsoletos encendedores que solo hay en Cuba. Y no deja de ser irónico que el modelo que hace apología histórica al trabajo, al desarrollo de las fuerzas productivas, al culto al proletariado, mantenga un sueldo que es una afrenta a cualquier trabajador del mundo. 

La vida sobre ruedas

Hacia afuera la realidad del modelo inservible mantiene todavía el espejismo de la solidaridad social, que ni los propios aciertos cubanos en educación gratuita, deporte o medicina logran camuflar ante los extranjeros que son recibidos en hoteles reservados, a diferencia de los cubanos que viven, cada cual, según su necesidad y de cada quien según su capacidad. Un modelo inspirado en un principio teórico que no funciona en la práctica cubana, sino como un modelo que da espacio a la iniciativa privada bajo condiciones paupérrimas de vida. Ejemplo de ello es el excepcional documental La Vida sobre ruedas, de mis talentosos amigos Mikel Jorge Pascual y Miriam Gonzales Chirino, realizadores cubanos de una televisora de la Isla de la Juventud que narra la historia de una pareja de cubanos cincuentones que por falta de vivienda vive en la calle. Juan, el protagonista, transita las calles de Nueva Gerona junto a su mujer en un triciclo que trabaja como taxi a la cubana, donde pernoctan y comen a la intemperie. 

El documental es un símbolo vigente en Cuba porque relata el drama del cubano común, sublimado por una reveladora narrativa cinematográfica de un reportaje hecho en la isla por cubanos que no han desistido del modelo y que, de no ser por el grave trasfondo del asunto que trata, resulta hasta audiovisualmente poético. “Hay días buenos y otros días mejores” dice el protagonista que “vive luchando la vida diariamente”. Y a reglón seguido se pregunta:¿porque si trabajo mañana, tarde y noche incluyendo a las madrugadas, no tengo más cosas materiales?”. Un “porcuentapropia” que el día del cumpleaños de su mujer le regaló una noche en una habitación arrendada “donde fue la última vez que fuimos felices”, como confiesa ella con infinito amor y lealtad por su compañero de travesía callejera. 

¿Qué modelo es aquel que luego de conmemorar el cincuentenario socialista todavía exhibe a un ser humano viviendo en la calles de Cuba con su mujer a bordo de un triciclo? Es el modelo que Fidel, siempre lucido, transmutado desde la hibernación política donde permaneció varios meses, es capaz de reconocer en acto de valiente honestidad, que no sirve para un carajo, chico. Un modelo económico estatal regido por una teoría que lo concibe como el motor de la historia, pero que en Cuba se trabó en la incapacidad de generar bienes de consumo básicos, unido peligrosamente al control gubernamental que impide desatar las fuerzas vitales de los cubanos para desarrollar una economía de subsistencia o morir en la protesta contra un modelo inservible, producto de una revolución antropófaga, como dicen unos, que se traga a sus propios hijos. 
 
El compañero Fidel tiene valientes razones históricas hoy día para exculpar su responsabilidad en la concepción e implantación  del modelo. Trabajadores del mundo uníos, por un cambio en la Cuba del modelo inservible! Cambio o muerte. Ya veremos.  

domingo, 5 de septiembre de 2010

¡SALUD, COMPAÑERO PRESIDENTE!


Foto de Leonardo Parrini. Busto de Salvador Allende. Universidad Central. Quito, Ecuador

Por Leonardo Parrini

Había llegado a Chile procedente de Cleveland, Ohio, luego de abandonar su trabajo de guardia fronterizo en la policía montada norteamericana. La mañana que Gilbert Kudrin, con sus dos metros de estatura, me interceptó en los patios del Pedagógico de la Universidad de Chile, causó en mí la más surrealista impresión. ¿Qué hacía un gringo de cabezota calva en el más furibundo reducto universitario de la izquierda chilena, preguntando en spanglish ¨por el compañero presidente”? Eran los días de la ola de sentimiento antiyanki que invadía Chile, como un tsunami político que no distinguía el agente secreto del gringo, turista y bonachón, que se bajaba del avión con su cámara golpeándole la panza.   

Cuando pude entender que se trataba del mismísimo Salvador Allende, quien era inquirido por el gringo, mi sorpresa fue mayor mientras conducía al visitante hasta el Centro de Estudiantes para verificar su procedencia e intenciones en el país. Kudrin, luego de algunos vericuetos idiomáticos pronunciados con cándida ingenuidad, logró convencer a los inquisidores compañeros que se trataba de un norteamericano loco que ¨sentía simpatía por el proceso de la Unidad Popular¨, y que se había propuesto conocer al Presidente Allende, a quien admiraba por sobre todas las cosas.

Al cabo de un par de semanas de gestiones, a través de la Federación de Estudiantes de Chile, logramos conseguir una cita con el primer mandatario y hacer que Allende se sustraiga unos minutos de su agitada gestión, pocos meses antes del golpe, para recibir a nuestro invitado. Allende hacía gala de hospitalidad y ameno conversador; la tarde otoñal que nos recibió en un salón adyacente a su despacho en La Moneda, no fue la excepción.

Con gesto amable le dijo a Kudrin ¨Bienvenido a Chile compañero, siéntase como en su casa¨. En seguida ordenó abrir una botella de Concha y Toro Cabernet Souvignon,  procedente de los valles centrales chilenos que una secretaria trajo acompañada de sendas empanadas de horno. Reafirmaba así nuestro anfitrión, con empanadas y vino tinto, los símbolos de la Revolución, que nos implicó a todos, sin excepción.

Mi amigo trepidaba de emoción, sin atinar a decir palabra, hasta que pronunció en un pésimo español ¡Salud compañero presidente, viva la revolución chilena! Allende sonrió de buena gana y empujó su copa de vino hasta el final. Un vino amable de aromas frutales,  color intenso, taninos densos y aristocráticos, muy acorde con la personalidad de nuestro anfitrión.

Lo que vino luego, es historia conocida. Al cabo de unos meses, en septiembre del 73, Gilbert Kudrin me escribía desde Cleveland que había formado un comité para ¨salvar mi vida y la de los compañeros que quieran acogerse a la invitación de venir a vivir a Ohio¨. No lo hicimos, y en cambio conservamos como una reliquia el boleto de avión que nunca nos llevó a su tierra natal.

Leal, como el buen vino
La tarde del otoñó del setenta y tres que nos brindó su hospitalidad, Salvador Allende había cumplido, 31 meses en la Presidencia, desde de la noche del triunfo electoral el 4 de septiembre del 70, cuando frente a la fachada de la Sede la Universidad de Chile, dijo: ¨A la lealtad de ustedes, responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo, con la lealtad del compañero Presidente”



Lealtad que a sangre y fuego reiteró la aciaga mañana del 11 de septiembre de 1973, mientras los aviones de guerra chilenos bombardeaban la Moneda bajo el fragor de un combate desigual: ¨Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos¨

Hoy, cuando se cumplen 40 años de esa historia, la personalidad de Allende, surge intensa e incólume en el tiempo, como el buen vino, galvanizada en la memoria y homenaje de un pueblo al que fue leal hasta el último instante de su vida.