
lunes, 29 de junio de 2009
COSAS DE ESTE MALDITO PAÍS

lunes, 15 de junio de 2009
PRENSA LIBRE
Por Juan J. Paz y Miño Cepeda
La prensa escrita nace con “Primicias de la Cultura de Quito” (1792). En el siglo XIX abundan los periódicos nacionales y provinciales. En ellos predominaban las cuestiones ideológicas y el enfrentamiento entre liberales y conservadores. La prensa comercial surge prácticamente a inicios del siglo XX. La radio, desde los años veinte del pasado siglo. La televisión, desde los sesenta. El Internet tiene una década. De manera que cuando se retornó a la democracia en 1979, tras una década de dictaduras militares “petroleras”, el Ecuador contaba con un amplio aparato de medios de comunicación. La sucesión de gobiernos constitucionales a partir de 1979 ha ido acompañada de la inevitable influencia política que adquirieron los medios de comunicación, más allá de la simple información, que se supone es lo que “la prensa” hace en forma exclusiva.
Debido a esa situación, las relaciones entre los gobiernos y “la prensa” ha seguido el rumbo de la propia dinamia del país. Nadie puede escapar a ello. Gracias a la prensa se pudo salvar el proceso de retorno al orden constitucional que el sector “golpista” del triunvirato militar (1976-1979) quiso impedir. La prensa ha jugado un papel importantísimo de información en todos los procesos electorales. Pero también se han producido alineaciones políticas expresas. Hubo medios perfectamente identificados con León Febres Cordero (1984-1988). Un periódico quiteño abiertamente se pronunció por el voto y el triunfo de Rodrigo Borja en la campaña (1988-1992). Sixto Durán Ballén (1992-1996) se quejaba de las “críticas infundadas” de la prensa. En las décadas de los ochenta y noventa, un amplio espectro de editorialistas y analistas de los más grandes medios, se volcaron a favor del modelo aperturista, las privatizaciones, la flexibilidad laboral y el retiro del Estado, que defendían como “modernización” deseable.
Desde 1979, no ha existido otra época más atentatoria contra la prensa nacional que la que se vivió bajo el gobierno de León Febres Cordero, con persecuciones, clausura de medios, atentados contra periodistas. Y el país vivió una época de temor, violaciones constitucionales y de derechos humanos. Hubo mucho silencio para denunciarlo. La experiencia histórica de la fase constitucional debería servir a los ecuatorianos para reconocer que “la prensa” no es inocua. No permanece ajena a los acontecimientos. Y que se ha alineado a favor o en contra de los gobiernos sucedidos desde 1979, según los intereses económicos y sociales a los que los medios han respondido. Ha quedado bastante atrás la época de aquellos periodistas comprometidos, que hicieron de la buena información y el servicio al país, su causa de vida personal. La UNP y el Colegio de Periodistas tienen ejemplos ilustres sobre ello.
De manera que cuando se habla de “prensa libre” hay que tener cuidado. Porque es preciso defender toda prensa, cualquiera sea su óptica y posición. Pero eso no significa desconocer que hoy también existe prensa que toma partido y defiende causas privadas propias. La ciudadanía tiene derecho a exigir la responsabilidad de este tipo de prensa.
domingo, 7 de junio de 2009
LA OEA, MEA CULPA

Las recientes afirmaciones del presidente Rafael Correa acerca del sentido, función y destino de la OEA, hacen pensar en la necesidad de un reordenamiento de los organismos regionales de cara y en concordancia con las nuevas realidades políticas registradas en el continente, toda vez que es una consecuencia lógica que las instancias naturales donde se agrupan los Estados, reflejen su condición histórica, del mismo modo que el mapa mundial, diseñado a partir del corolario de post guerra, diera origen a la ONU. La tendencia actual de Latinoamérica, desde el nuevo mandato constitucional de algunos de sus países y el giro experimentado por los EEUU, amerita que el continente incube una nueva organización panamericana que represente las voluntades expresadas por cada uno de sus pueblos.
En ese contexto no sería dable ni práctico concebir un nuevo organismo continental, cuya función consista en “fortalecer la cooperación mutua en torno a los valores de la democracia, defender los intereses comunes y debatir los grandes temas de la región y el mundo”, sin que en su seno cuente con la presencia de los EEUU, a la luz de los nuevos destellos democráticos imperantes en ese país con la presidencia de Obama. Tentativa que, sin duda, implica rediseñar y hacer carne el verbo altisonante de los principios y objetivos de la OEA, como “principal foro multilateral de la región para el fortalecimiento de la democracia, la promoción de los derechos humanos y la lucha contra problemas compartidos como la pobreza, el terrorismo, las drogas y la corrupción”, dado que el balance de este multipropósito arroja un innegable saldo en rojo en la abrumadora mayoría de nuestros países.
En el ínterin de la propuesta ecuatoriana de dar paso a un nuevo organismo subregional, bien cabe evaluar los resultados de la actual Organización de Estados Americanos en función de los fines para los que fue creada en el plano político, a saber, “promover la democracia, fortalecer la gobernabilidad y prevenir las crisis políticas” y, en el ámbito ciudadano, “promover el desarrollo social, desarrollo sostenible, comercio y turismo, así como educación, cultura, ciencia y tecnología”, y por último, en la esfera de los acuerdos multilaterales, revisar el fortalecimiento de “la cooperación jurídica entre los países miembros, ofreciendo apoyo en la elaboración e implementación de tratados internacionales”.
Como en muchos aspectos de la vida los fines no justifican los medios, es necesario, en caso de la OEA, revisar si los medios desplegados están de acuerdo con sus fines trazados. Respecto de la OEA es obvio que hay una enorme distancia entre ambos aspectos, si no, cabe hacernos algunas preguntas en rigor, ¿es la región latinoamericana un territorio libre de pobreza, corrupción, violencia o comercio de drogas ilícitas? Por el contrario, ¿existe una genuina cooperación entre sus miembros a la hora de aplicar convenios internacionales; por ejemplo, el Tratado de Asistencia Recíproca que no funcionó para nada ante la invasión inglesa a territorio argentino en las islas Malvinas? O evaluar si verdaderamente nuestros países han respetado su diversidad cultural, promoviendo su desarrollo social sostenible, o si se han visto beneficiados de una oportuna y conveniente transferencia tecnológica. A simple vista la respuesta a estas interrogantes cruciales, surgidas de los propios objetivos de la OEA, es negativa en una evaluación de contraste con dichos objetivos.
La tardía decisión de abrir las puertas a Cuba, país que sufre ya medio siglo de discrimen, bloqueo y aislamiento continental, evidencia que la OEA siempre actuó a la saga de los acontecimientos, con criterio parcializado que le impidió reconocer y aceptar la diversidad de sus países miembros. Con el mismo prejuicio y criterio de expulsión de Cuba debieron ser expulsados Chile, Brasil Argentina, Perú, Paraguay, Bolivia, Uruguay y hasta Ecuador por el engendro de dictaduras militares que arrasaron con la democracia en esos países en las últimas cinco décadas, lo que lejos de ocurrir, permitió una brutal represión política, social y económica a millones de latinoamericanos con el silencio cómplice del organismo regional.
El fin de la OEA se anuncia de muerte natural porque en su dinámica y gestión se ha traicionado a sí misma, desoyendo sus propios designios, olvidando sus elementales propósitos que dieron origen a su creación y generando acuerdos de papel que, excepcionalmente, se cumplieron en la práctica. En su propio seno se incuba el germen de un nuevo organismo que refleje la realidad y necesidades de nuestros países. Una nueva instancia más solidaria y efectiva a la hora de asumir los desafíos de nuestro tiempo; a ver si de ese modo la comunidad latinoamericana se redime de la culpa histórica de haber permitido que la OEA sea, antes que una confraternidad regional, el instrumento funcional a las geopolíticas imperiales de potencias internacionales
miércoles, 3 de junio de 2009
EVALUACIONES

Dentro de este contexto, es importante decir que las evaluaciones no deben ser únicamente de resultados y de impactos, sino también que se deben realizar durante todo el ciclo de un proceso; pues cuando se hace esta actividad en un solo momento las ideas resultan incompletas, inconclusas y se convierten en historias partidas por la mitad. Por esta segunda razón, entonces, es indispensable que las evaluaciones sean antes, durante y después a manera de un ciclo. Los mismos maestros necesitan saber cómo caminan en su profesión y potencian su vocación.
Las evaluaciones, desde otra perspectiva, también son indispensables, ya que permiten fortalecer lo que se ha venido haciendo bien, corregir todo aquello que desvía los objetivos y re-direccionar lo que se aparta de lo planificado. En el tema de la educación, los procesos de evaluación son indispensables, puesto que el capital humano de los países es el motor que impulsa las transformaciones sociales, científicas y tecnológicas, sin perder de vista que la educación es la carta de presentación o imagen del país hacia afuera, más aún si vivimos en la era de la información y el conocimiento. Por esta tercera razón, es imperiosa la evaluación a los docentes.
Sin embargo, frente a estas tres razones también es importante re-conocer que en Ecuador, así como en los países de la región, el trato económico, los procesos de capacitación y los estímulos a los docentes de los diferentes niveles, han sido alarmantes. De manera especial en el sector público, cuando también ocurre lo mismo en el privado. Entonces, las exigencias de evaluación a los profesores también debería ir de la mano de políticas de dignificación de las personas, pues no se trata de educar nada más por vocación, sino también que los maestros como todas las personas necesitan las condiciones para vivir con dignidad.
Para quienes hemos seguido de cerca la vida que tiene un maestro, quien trabaja dos o tres veces más de su jornada en los centros educativos, es importante recalcar que este Gobierno tiene la posibilidad de revalorar este trabajo, pues de los docentes dependen los niveles de conocimiento, aprendizaje, responsabilidad de nuestros hijos. No nos olvidemos tampoco que gran parte del tiempo, los niños y los jóvenes pasan en las escuelas y colegios, debido a las lógicas de la vida moderna. Por esta razón, las evaluaciones también son un tema de co-responsabilidad. ¿Usted, qué opina?