Por Pablo
Salgado Jácome
Apenas se
conoció la noticia, comenzaron los lamentos. Todos se sentían “profundamente
apenados” por el cierre. Todos empezaron a contar sus historias personales:
que uno aprendió a querer los libros
precisamente en ese espacio; que otro se formó como librero; que otro se
enamoró; que otro se robó unos cuantos libros. En fin, todos coincidían en que
el anunciado cierre de Libri Mundi, de la Mariscal –Juan León Mera 851- era una
triste noticia no solo para el sector editorial sino para la cultura.
Ciertamente
todos tenemos un historia personal con esa librería, sin duda emblemática para
la ciudad. Aún recuerdo las conversaciones con Diego Caicedo; nos ponía al
tanto no solo del mundo de la cultura sino también de la política. Y luego,
hasta hoy, las recomendaciones, siempre certeras, del Cris Albán.
Libri Mundi
la fundó un alemán, Enrique Grosse-Luermen –altísimo, flaco, churón y buena
gente- en 1971. Recordemos que las primeras grandes librerías de Quito fueron
creadas por alemanes: La Católica, La Internacional, La Científica y Su
Librería. Enrique había llegado a Quito un par de años antes para trabajar en
Su Librería, de Carlos Liebmann, de quien aprendió los secretos que le animaron
a fundar su propia librería. Al principio en una pequeña habitación y luego
rompiendo los moldes de la tradicional librería quiteña se lanzó a convertir en
realidad su sueño: “todos los libros del mundo.” Y pronto Libri Mundi fue más que una
librería, fue un centro cultural, con Art Forum, y editorial, con Ediciones
Librimundi. Y, lo más importante, su vínculo con la ciudad fue siempre cercano,
íntimo. Podemos encontrar decenas de razones para su cierre, aunque también
todos sabemos que a partir de la venta que hizo la fotógrafa Marcela García,
quien la heredó de su esposo Enrique,
fallecido prematuramente en 1990, al grupo Dalmau, empezó su declive,
pues se fue llenando de libros “comerciales” y se fue evaporando ese espíritu
de pasión incondicional por el libro.
Sin duda, una es la pasión por el libro y la lectura y otra es la pasión
por los negocios.
Es evidente
el deterioro del sector de La Mariscal, pero antes, cuando nació la librería,
ya era un barrio difícil y conflictivo. Por eso quizá la propia Marcela García
dio la respuesta cuando, al enterarse de la noticia, dijo: “los dueños
anteriores no supieron mantener la altura, la calidad y el prestigio del
negocio para atraer a la gente permanentemente.” Así de claro. Tanto más que pronto se inaugurará
precisamente en la casona que fue de Art Forum –al frente de Libri Mundi- un
hotel de lujo, tipo boutique.
Lo cierto es
que Libri Mundi optó por el libro comercial, supuestamente para captar más
lectores-consumidores, -de la clase
media alta y alta- pero no funcionó; los lectores no aumentaron. Pero se dejó en el camino a los lectores
exigentes que buscaban sellos y títulos específicos, ya sea en ciencias
sociales o en literatura. Así mismo, en el camino se maltrató al libro nacional
y sus autores. Algo que para su fundador, el Gringo Grosse –como muchos lo
llamaban con cariño- era sencillamente inconcebible. Por ello, creó Ediciones Libri Mundi, ya no
solo para editar los libros de viajes, de fotografía y turismo, sino de
literatura. Tenía muy claro la necesidad de promover a los autores nacionales
en el exterior, de ahí también las traducciones que se hicieron al inglés y al
alemán. Así se editaron los primeros libros, de
Javier Vásconez y Javier Ponce; y luego poesía, con Oñate,
Gangotena y Naranjo. Y todo esto, es lo
que poco a poco se fue perdiendo con los nuevos propietarios.
Pero, y hay
que decirlo, también es cierto, que no se han generado políticas públicas para
el fomento del libro y la lectura. En ocho años, el gobierno de la Revolución
Ciudadana no ha sido capaz de estructurar un Plan nacional de lectura, y ni se
diga reformar una Ley del libro, obsoleta y caduca. Y, por el contrario, el
Ministerio de Educación suprimió el Sistema Nacional de Bibliotecas, y aún
estamos esperando un proyecto alternativo.
Ahora que
todos los ministros, desesperados y obligados, intentan generar diálogos en sus
sectores, sería bueno que también, más allá del discurso y la demagogia, se
estructuren al fin políticas de fomento al libro y la lectura. Qué bueno sería, por ejemplo, que el
Presidente y sus ministros leyeran la Carta de la Unesco de 1971, que propone
la creación de una vigorosa industria editorial, como requisito indispensable
para el desarrollo nacional. En lenguaje de hoy sería: “indispensable para el
cambio de matriz productiva”.
Y qué bueno
sería también que la propia Cámara del libro, asumiera una actitud más
proactiva y empezara generar acciones que permitan mejorar sustancialmente la
situación del libro y la lectura en el país. Y como bien señala Paola de la
Vega, que se cierre una librería, más aún emblemática, es sin duda sintomático.
Por ejemplo, lo que más se han cerrado
en España, con las políticas neoliberales del PP, son librerías y salas de
cine.
En medio de
todo esto, hay una buena noticia: la apertura de la librería del Fondo de
Cultura Económica, de México. Es un modelo de política pública para el libro y
la lectura. Bien harían los funcionarios del Ministerio de Cultura y
Patrimonio, más allá de las fotos y los cocteles, asumir para Ecuador esta
propuesta exitosa y adaptarla a nuestro medio, por ejemplo. Pero en el cierre
de espacios culturales, y en este caso de una librería, también hay
responsabilidades en los lectores, es decir en los ciudadanos que, en
ocasiones, no sabemos cuidar nuestros espacios culturales, y solo atinamos a
lamentarnos cuando ya es tarde. Hay que acudir al teatro, al cine, a las
librerías. O quizá, como propone Alexis Ponce, si un espacio cultural se
cierra, los ciudadanos debemos abrirlo. Tal como sucedió en Argentina –dice
Ponce- si los empresarios cerraban una fábrica, los piqueteros la abrían. Por
ahora, estoy convencido que si un libro se cierra, seguro habrá un nuevo lector
que volverá a abrirlo.
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