Por Leonardo Parrini
Se cumplen 50
años sin Marilyn. Y mucho de los mitos que rodearon su vida personal y
profesional, siguen siendo una interrogante sin respuesta. Secretos a voces
celosamente guardados y relacionados con la vida sexual de Marilyn Monroe, y su
intimidad con sus esposos y amantes, son detalles que salen a la luz pública recogidos
por el libro La diosa del sexo, del
español Luis Gasca.
La vida sexual
de Norma Jean Baker comienza a los nueve años, violada por un
pariente y continúa luego, como símbolo erótico de su generación en calendarios
y películas. Hablar de Norma Jean o Marilyn Monroe, es hablar de un estereotipo
de mujer objeto alimentado por una cultura hedónica, como si tal fuera la única
función femenina. Relegada al plano de cosificación erótica como elemento de
deseo, Marilyn encarnó la funcionalización de la genitalidad, el objeto del
deseo de varias generaciones.
¿Existe
correspondencia entre la iconografía sexual y la vida íntima de la diosa del
cine norteamericano? La respuesta es afirmativa, según el relato del libro, que
narra los secretos de alcoba de la diva del cine. Marilyn representa en el
imaginario universal la figura rotunda, persistente devoradora y devorada de
una mujer de ensueño. La fémina de carne trémula, inocente y procaz que
anticipo su belleza a su inteligencia, que sí la tuvo, pero que nunca fue
objeto interesante para sus productores como su opulento cuerpo, según queda
demostrado en su filmografía. La ley de la selva hollywoodense dictó un decreto inapelable: no
tiene importancia si es o no una comedianta formidable; ante una mujer así, qué
importaba enterarse de que, a las órdenes de Billy Wilder, su productor-amante
repitió una escena hasta las náuseas, o de que había seguido cursos de
interpretación en el Actor´s Studio.
Como una Eva sin
paraíso, Marilyn fue algunas veces expulsada del edén del cine, cuando por
muy íntimos motivos rechazó el acoso sexual de sus productores. Así tuvo que
acomodarse al perfil de rubia tonta, de alto voltaje erótico, objeto de deseo
de directores, actores y tramoyistas que preferían una escena de sexo en la
vida real a cambio de una malograda escena en la pantalla que luego sería
cortada por el editor.
Esa diosa del
sexo, sin cielo ni paraíso, elevada a los altares del mercantilismo
hollywoodense, tendría que resignarse al rol del script escrito para ella: labios oferentes,
movimientos abrochados a la inexorable cadencia del deseo, un sugestivo
entrecerrar de ojos de adorable miope que, en la distancia de los sueños, se
transfiguraba en invitación a todas las fantasías, rubia platino porque así es,
según Anita Loos, como las preferimos los caballeros, con ceñidas faldas que convertían su aliño indumentario en acuciante escaparate de una
desnudez casi tangible...
La Monroe pervive en la
trastienda del Camelot kennedyano y deja con su mutis que el torvo pájaro de la
tragedia se pose en su epitafio: un
suicidio salpicado de incertidumbres no aclaradas que elevó la temperatura
mítica de su trayectoria y que enriqueció su estela de rubia
malquerida con una dimensión dramática que no tuvo en vida casi ninguno de sus
papeles, si exceptuamos el postrero, el que interpretó en «Vidas rebeldes», dirigida
por John Huston y con guión de Arthur Miller, el último de sus maridos.
Marilyn feminista
En los años
noventa, a tres décadas de su muerte por sobredosis de barbitúricos ocurrida la mañana
del 5 de agosto de 1962, una “tercera corriente” del feminismo estadounidense
fomentó la idea de que la diosa del sexo
había sido una especie de referente feminista de su generación. Esta tentativa
bajo la idea de que “demostrar su sexualidad había sido una experiencia
liberadora, no degradante, ya que les dio un autoconocimiento de la realidad de
una mujer dentro de la sociedad y el poder de empezar a tomar decisiones
propias”. La interrogante obvia es si la célebre actriz cambió la actitud del
mundo hacia las mujeres, o éstas fueron distintas a partir de su ejemplo vital.
Según sus
biógrafos algunos episodios y conductas
de su vida son de claro estirpe feminista. El rebelde proceso de
autoformación, su persistente lucha contra las imposiciones masculinas de
productores, actores y magnates de la industria por imponerle conductas
sexuales, incluido abusos en su infancia que denunció sin temor ni favor. Una
altisonante auto revelación que, sin duda, dio pábulo al movimiento feminista de
los años setenta. Marilyn no encasilla en la etiqueta feminista, sin embargo su
actitud libre y liberadora de hembra sojuzgada y emancipada trágicamente,
simboliza aquella postura de la mujer que reivindica sus derechos reproductivos
a ultranza.
Todo por un papel
Poco o nada dicen sus biógrafos de
su afición a la lectura -de hecho vivió
obsesionada con los libros de Dostoievski- rasgo de personalidad que, unido a
su extraordinaria belleza, la convirtieron en pastel apetecible de escritores,
presidentes, actores y magnates. En ese universo del cine regentado por hombres, su poder sexual fue, sin duda, su mejor arma
de sobrevivencia. Un poder que no la exime de haberse suicidado en la gélida
soledad de los barbitúricos al no lograr un reconocimiento como persona cabal,
más allá de su estereotipado simbolismo carnal. Su vida íntima
está marcada por la provocación hedónica, que desencadena la violación a los
nueve años a manos de un pariente, como una aterradora respuesta que inspiraba
en aquellos a los que negaba el placer voluntario de su cuerpo.
Nada se dijo
nunca de la lucha que Marilyn mantuvo entre su instinto maternal y la cruel
realidad del mundo del espectáculo, que comenzó prematuramente con tórridas sesiones
de fotografía para calendarios en estudios de fotógrafos desconocidos, a cambio de un
flirteo ocasional que costaba lo que cuesta un mísero plato de comida. Luego
vendrían las pruebas cinematográficas en blanco y negro, sin sonido, puesto
que no importaba su parlamento, sino su
cuerpo.
Sus biógrafos
afirman que “se acuesta con productores para mantenerse en los estudios FOX. Se
mezcla con actores, sin renombre, que convierte en amantes ocasionales –entre
ellos, Errol Flynn y Andre de Diennes- a los que solo pedía “fuesen tiernos y
delicados, si eso les hacía felices ¿por qué no? No me herían. Me gustan los
hombres que sonríen”. Sus relaciones con Howard Hughes “famoso por su
promiscuidad sexual”, le ayudó a trepar posiciones en la industria del cine como recomendada a Ben Lyon de la Fox, puerta de entrada al despacho del jefe Darryl Zanuck, última palabra para una prueba de cámara que nadie valoraba
finalmente, escribe Sheila Graham en sus memorias. Su primer papel en la
pantalla no aparece en sus biografías, porque la escena nunca fue incluida en
la película.
Podía pasar sin
comer, pero lo más importante era conseguir un papel en algún film, confesaría
en una oportunidad Marilyn. Se relaciona con Joseph Schenck magnate de la
industria del cine y fundador de la Fox, que luego funde con la Twentieth Century. Este
“creador de estrellas” convierte a Marilyn en una de las favoritas de su harem. “Siempre
me han atraído los hombres maduros -confesaría años después Monroe-, porque los
jóvenes no tienen cerebro, sólo quieren ligar. Se ponen cachondos porque soy
actriz. Los hombres mayores son más gentiles y saben más y han intentado
ayudarme”. Con esa perentoria necesidad de sobrevivir convertida en filosofía
de vida, Marilyn, es para el escritor James Bacon, “la chica vivaracha,
frívola, alegre y provocativa, profundamente divertida y ágil en sus frases
llenas de doble sentido. Tenía una forma de comportarse que hacía que los
hombres se derritiesen y cada uno se sitiera como si fuera el único hombre de
su vida. Pocas mujeres tienen esa cualidad.”
Pero sus dotes físicos
no siempre fueron su llave para entrar al mundo del cine, también le abrió la
puerta de salida. Marilyn se hace amante de Tommy Zahan que sale oficialmente
con la hija del gran jefe Darryl Zanuck. Ella es la amiguita. Los descubren y la
expulsan de la Fox. Acto seguido, fracasa
en Columbia antes de recibir un papel en la película Nacida Ayer, que tenía un
rol ideal para Marilyn. Desaparece por unos meses de circulación. Cae en depresión ya no quiere
trabajar como modelo, tiene 22 años y está más bella que nunca. Canta en un bar junto al pianista, Antón
Lavey de 18 años que convierte en su amante. “Era sexualmente pasiva, calienta
pollas, que adoraba ser ojeada con admiración por los hombres, pero no quería
atenciones más apremiantes”, revela el músico.
Su vida marital
no fue menos tormentosa. Marilyn Monroe se casa en segundas nupcias “con el
gordito Bob Slatzer su novio y confidente de toda la vida”. Los estudios la
obligan a disolver el matrimonio. Arthur Miller, el escrito que se convierte en
su tercer y último marido, declaro: No dormía, cada noche era presa de terrores
inconfesables. Tenía un sueño recurrente corría desnuda entre tumbas. Así eran
sus noches, una angustiosa huida sin salida. Miller confesó que dormir era su
demonio, la preocupación fundamental de su vida. Marilyn dijo, al respecto, en tono
de sorna: yo entiendo a Goya y el me
enriende a mí, veo fantasmas y monstruos
cada noche. Amaba el teléfono y pasaba
largas horas colgada del auricular. La noche que su corazón solitario sucumbió
a los efectos de los tranquilizantes, Marilyn iba a ser una llamada, nunca se
supo a quién. Ernesto Cardenal, el poeta trapense que escribió su Oración por Marilyn, dejó escrito como
epitafio: Señor, A quien quiera que iba a
llamar contesta tú el teléfono…
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