Por Leonardo Parrini
La historia
necesita de mitos. Como el café del azúcar, dos ingredientes muy cubanos por lo
demás. La amarga historia de 54 años de hostilidades que ha devenido entre Cuba
y los EE.UU, no podrá ser edulcorada si no se pone fin a la razón de ser de esa
hostilidad: el bloqueo. Una medida de exclusión económica y política, impuesta
contra la isla por los gobiernos estadounidenses con el fin de hacer caer el régimen
castrista.
Luego de medio
siglo EE.UU y Cuba restablecen relaciones diplomáticas. El protocolo de izar la misma bandera
en el acto de apertura de la embajada cubana en Washington, arriada hace medio siglo
y conservada en un museo es un gesto simbólico, por lo mismo mítico. La historia
de resistencia cubana se ve así compensada por un hecho que adquiere
significado en las nuevas relaciones cubano norteamericanas que deberán estar
signadas por la equiparidad, respeto y soberanía. Lo significativo es que la voluntad
de resistencia del pueblo cubano, más allá de todos los límites imaginables, permite
después de medio siglo de apremio norteamericano que hoy se restablezcan
relaciones que hablan del triunfo de la diplomacia cubana. Un triunfo que sin hacer
concesiones logra reconocimiento de su principal enemigo: el imperialismo
norteamericano que, como manifiesta el presidente Obama, cometió un error bloqueando
comercialmente a Cuba.
Un despropósito que
debe ser resarcido de inmediato con las compensaciones que ameriten después de
que los costos por la exclusión económica de los mercados latinoamericanos y
mundiales son incalculables para la golpeada economía de la isla. Cuestión que
no será fácil después de medio siglo y que debe ir acompañada de la devolución
del territorio cubano donde se encuentra la base naval norteamericana de Guantánamo.
Esta decisión pasa por la aprobación del
congreso de los EE.UU, gestión que ya inició Obama tramitando en el parlamento el
acuerdo que levante el embargo a Cuba. El embajador cubano en Washington, Bruno
Rodríguez resumió el sentimiento de pueblo cubano en estos términos: “Solo la
eliminación del bloqueo financiero que tanto daño ocasiona a nuestro pueblo, la
devolución del territorio ocupado por Guantánamo y el reconocimiento de la
soberanía cubana darán sentido al hecho que estamos viviendo hoy”.
Lo cierto es que
más allá de los simbolismos, con bloqueo y con Guantánamo no hay paraíso. Cuba deberá
exigir la reposición del daño causado a su pueblo en términos económicos y sociales.
Al mismo tiempo, tiene que fortalecer su voluntad de superar los traumas políticos
impuestos por medio siglo de injusticia internacional y resistencia nacional. Elemental
medida de justicia histórica con un pueblo, cuyo único pecado fue ponerse de
pie soberanamente contra la dictadura de Fulgencio Batista impuesta por EE.UU
en los años cincuenta, y luego defender su revolución política y social contra viento
y marea.
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