Fotografia Leonardo Parrini
Por Omar
Ospina.
¿Quién es en
realidad el Papa Francisco, antes Arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario
Bergoglio, y cuáles las razones de su visita a la América Latina? Supongamos
que el Papa argentino que estuvo entre nosotros del 5 al 12 de julio, aún fuera
quien fue en la diócesis de Buenos Aires: El Arzobispo Jorge Mario Bergoglio. Y
que hubiese elegido un nombre cualquiera, excepto Francisco. Digamos, Jorge… O
Juan Pablo, o Pío, tan socorrido por los pontífices. Entonces, creo, el Papa no
habría visitado Ecuador, Bolivia y Paraguay. Intuyo que sí México, Perú,
Colombia, tal vez Chile y, por cierto, Paraguay también. Periplo evangelizador
y político más acorde con el prelado Jorge que calló ante los crímenes de la
dictadura argentina; que fue cómplice por omisión y silencio ante el secuestro
de recién nacidos de mujeres embarazadas, torturadas y asesinadas durante los
años de terror; que dejó en manos de la dictadura a los jesuitas Orlando Yorio
y Francisco Jalics en 1976, luego de presionarlos para que abandonasen la
Compañía; en fin, el Jorge Mario que rechazó y llamó creyentes a agredir la
exposición del artista León Ferrari en el Centro Cultural La Recoleta, en 2004.
Ese Jorge I, o Juan Pablo III, o Pío XIII, hubiera regresado al Vaticano desde
Santiago, no desde Asunción.
Ahora, ¿por
qué ese cambio evidente del Jorge Mario silencioso ante la dictadura, del alto
dirigente jesuita, más reflexivo y pensador que práctico, y del Arzobispo
coadjutor de Buenos Aires, titular desde 1998 por muerte del Arzobispo
actuante? Es posible que, como autoridad eclesial, Jorge Mario Bergoglio,
hombre sencillo y modesto –quizás no humilde–, haya tomado contacto más cercano
y profundo con su grey bonaerense. Con el pueblo marginado de la Gran Capital.
Sin embargo
del oscuro episodio de la entrega, tortura y excarcelación posterior de los
jesuitas Yorio y Jalics en 1976, Bergoglio, ya para 2005 y como Presidente de
la Conferencia Episcopal, ordenó la investigación del asesinato de los seis
integrantes de la Sociedad Civil Apostólica, crimen perpetrado por el régimen
militar. Este hecho, y su paulatino acercamiento al pueblo de las Villas
miseria de Buenos Aires, en las cuales incrementó el número de sacerdotes,
llamados “curas villeros”, debieron ponerlo en contacto real con la pobreza de
esos años de crisis económica y elevada inflación, ese impuesto a los pobres
que suele enriquecer más a los grandes empresarios capitalistas.
Vale
recordar que, como estudiante, a fines de los años sesentas, estuvo vinculado a
la Filosofía de la Liberación del teólogo jesuita Juan Carlos Scannone, rama
argentina independiente de la Teología de la Liberación que por esos años
circulaba por América Latina al impulso del Concilio Vaticano II. Y que, ya
como obispo de Bs.As., Jorge Mario Bergoglio procuró el diálogo con otras
religiones y propició una tarea pastoral en los barrios marginales, apoyándose
incluso en colectivos sociales no católicos, en un gesto de ecumenismo que
reforzaría los sectores progresistas de la Iglesia, y ejerciendo su actividad
pastoral entre los marginados de la sociedad, incluso con sectores de la
delincuencia y la prostitución. Eso, y su sencillez de hábitos de vida, su
insistencia en no utilizar para visitar los barrios el transporte privado sino
el autobús general, y una simpatía personal que lo llevó incluso a reconocer su
amor por el fútbol, deporte popular por excelencia, le fue haciendo ganar,
despacio pero con convicción, el título de “Obispo de los pobres”.
Con tales
antecedentes pre papales, el nombre elegido por Jorge Mario Bergoglio,
Francisco, para dirigir como Papa una Iglesia que con Karol Wojtyla y Joseph
Ratzinger había deshecho los últimos vínculos con la Teología de la Liberación,
denostada y marginada por ambos pontífices, tuvo justificación ideológica,
política y eclesiástica, y el nuevo Papa una misión que justificara el nombre
escogido: volver a mirar hacia los pobres y los marginados, recoger los retazos
del Vaticano II, enfrentar la competencia de las numerosas sectas protestantes
que, ante el retroceso de la Iglesia entre las masas populares, habían no sólo
proliferado sino incrementado su poder y su influencia. Es decir, en su nuevo
pensamiento socialmente progresista y avanzado, recuperar la Verdadera Iglesia
de Cristo: la de los pobres…
En términos
comerciales, irreverentes pero exactos, la Iglesia Católica ha perdido
clientela en los últimos 30 años, a pasos agigantados. Y si el Papa tiene un
compromiso con su Institución, es ese justamente: recuperar a los creyentes
emigrados a otros cultos, y evangelizar y reacristianar a las masas nativas
jóvenes.
Sin embargo,
si se analizan las frases del Papa, no las sacadas de contexto por una
oposición manipuladora y mendaz o por el analista de marras y sus discípulos, sino las que en verdad dijo en su contexto
completo, el Papa Francisco se paseó por la América más profunda para concordar
con los esfuerzos de cambio que los gobiernos progresistas de la región
intentan desde hace poco más de doce años. Su discurso en todos los escenarios,
coincidió casi al milímetro con el pensamiento social de los nuevos líderes de
la región, especialmente Rafael Correa y Evo Morales.
No fue
gratuita la frase de respuesta al discurso inicial del Presidente Correa:
“En el
presente, también nosotros podemos encontrar en el Evangelio las claves que nos
permitan afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias, fomentando
el diálogo y la participación sin exclusiones, para que los logros en progreso
y desarrollo que se están consiguiendo garanticen un futuro mejor para todos,
poniendo una especial atención en nuestros hermanos más frágiles y en las
minorías más vulnerables, que son la deuda que todavía América Latina tiene.
Para esto, Señor Presidente, podrá contar siempre con el compromiso y la
colaboración de la Iglesia, para servir a este pueblo ecuatoriano que se ha
puesto de pie con dignidad”.
Ese
discurso, conociendo como se conoce la preparación política e ideológica a la
par que religiosa que tienen los discursos de un Papa, es atrevido y grosero
asumirlo como aval de unos hechos que sucedieron, casi con seguridad, mucho
después de preparado y redactado un texto que había planificado, no
gratuitamente, referido a una realidad que se viene construyendo desde hace más
de 7 años. Es lo que se llama, en buen romance, oportunismo político y
periodístico de la peor laya. Sí, a esto vino Francisco a los países más
vulnerables a la ceguera oposicionista y a las maquinaciones de un Imperio en
decadencia, que no se resigna a perder su patio trasero. A fortalecer desde su
autoridad religiosa, un proceso político con el que concuerda plenamente. No se
engañen los ciegos voluntarios.
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