Por Leonardo Parrini
Yo soy puta, entiéndase bien, puta, no meretriz. No pacto mi cuerpo en el negocio de la prostitución. Soy una mujer como todas. Una mujer con el estigma de ser puta en la sociedad de los adjetivos machistas y de los verbos prohibidos: Ser yo misma. Decidir sobre mi propio cuerpo. Administrar mis ilusiones. Elegir el compañero de cama, de mesa y de sofá.
Soy esa puta que conjuga el verbo amar con la
misma decisión que conjuga el verbo luchar. Pelear por mi derecho a la vida, a
la maternidad responsable, a una profesión, a un trabajo digno en el mercado
laboral administrado por acosadores. Una puta que defiende la libertad de
decidir cuándo y con quién tener sus hijos. Mi historia es la historia de tantas.
Un día nos dijeron que todas íbamos a ser reinas o princesas en el país de las maravillas.
Y ahora, en el país de los derechos, apenas nos aceptan ser mujer.
Sí, soy la puta que no se doblega ante el
calificativo agresivo de machos indolentes y la que no se persigna cada día
frente a un altar. Soy, simplemente, la mujer que decide el largo de su falda y
el ancho de su escote, por eso me llaman puta. Soy puta porque se parar los
acosos y aceptar los halagos. Puta porque ejerzo, sin intimidarme, mi defensa
personal contra la violencia machista. Soy puta porque no soy la hipócrita ni la
provocadora frente al sexo. Manifiesto, naturalmente, lo que deseo para mi
cuerpo y lo que anhelo para mi espíritu.
Soy
puta y no prostituta porque ese no es mi oficio, respetable en todo caso, como
cualquier otro. Porque yo me rindo al deseo y al amor, sin mediar el dinero.
Soy puta y no meretriz, porque no tengo un pasado de abusos infantiles, ni mi
padre me violó a los trece años, ni tengo un hijo pequeño que mantener con el
sudor de mi cuerpo desnudado.
Soy
la puta que no aguanta al marido pegador. Al jefe lascivo, o al agencioso
oportunista. Soy la puta que camina por la calle atrayendo miradas morbosas que
la desnudan, sin volverse a ver. No soy la puta vulnerable, sino la mujer
independiente que decide la intensidad de su vida. No soy una estadística
archivada, sin esperanza, en la Comisaria de la Mujer, porque cuando un cabrón
me puso un dedo encima lo denuncié, sin temor ni favor. Este calificativo
desmedido de puta no me quita ni me agrega, no me avergüenza ni me engrandece.
Es un estigma que llevo en la frente siempre levantada.
Soy la puta que no abriga falsas esperanzas en los hombres. Conmigo no se
equivocan, saben a qué atenerse. Los súper machos y los varones, saben que soy
una mujer en todo el sentido de la palabra. Una puta con mayúsculas. Los
primeros me desean, los segundos me anhelan. Para unos soy la hembra, para otros
la posible compañera.
Soy
puta porque no me callo ante la violencia contra mis semejantes. Puta porque
denuncio, marcho y me rebelo. Contra el silencio, contra la indiferencia y la
impunidad. Pego el grito en el cielo por nuestros derechos. Por nuestra
condición de mujer sin feminismos tardíos. Porque la mal diferencia es
discriminatoria y toda pose termina en clisé. No soy puta de nacimiento: la
sociedad vergonzante me emputeció el alma. Soy puta…y que.
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