Por Leonardo Parrini
Pegados a la pantalla del televisor cumplimos
con los designios de la FIFA de engullir su producto de consumo masivo: el Mundial
de fútbol Brasil 2014. Una versión del marketing deportivo cargada de simbolismos, contradicciones y sorpresas, como auguran los cronistas deportivos.
Entre los simbolismos, sin duda, está la
propia mascota Fuleco, un armadillo de la especie Tolypeutes tricinctus (armadillo de tres bandas
brasileño), según su nombre científico, que une las palabras Fútbol
(Ful) y Ecología (Eco). Un recuso publicitario que resultó efectivo para promover
la idea de conservación ambiental y rescate de las especies en peligro de extinción.
Tal vez, este sea el único símbolo real del mundial Brasil 2014; los otros íconos
mencionados, como jugadores de destacada actuación o los cuerpos esbeltos de Copacabana,
caben en el orden de las metáforas de un acontecimiento que exhibe mitos y
verdades insoslayables.
Una de las
verdades simbólicas de Brasil es la situación de las favelas o barrios marginales de Rio de Janeiro en donde la miseria
ya no puede ser mimetizada con el paisaje exuberante del lugar. En 2004, Río de
Janeiro tenía en su territorio 750 favelas, que representaban un área total de
42,89 km². Una investigación del Instituto Municipal de Urbanismo Pereira
Passos (IPP) difundida en enero de 2009 afirma que Río de Janeiro tiene 968
favelas, que representan un crecimiento de tres millones de metros cuadrados en
una década.
Y la omnipresente ciudad más
poblada de América del Sur, Sao Paulo, que pocos días antes del inicio de la
Copa Mundial, vivió el caos con una huelga de los trabajadores del metro en la capital económica de Brasil. Una urbe
cosmopolita que sobrevive entre el lujo y la miseria, que bien simboliza el Brasil
que crece de noche, como reza el proverbio.
La samba de los millones
En contraste, el
gobierno brasileño ha hecho un gasto de $ 14 mil millones de dólares en la organización
del mundial de fútbol 2014, inversión que hace de este torneo “el mundial más caro
de la historia”, y que a cada uno de los 194 millones de brasileros le cuesta 77 dólares
por persona. Según datos del TCU, “los gastos totales del país con el Mundial
superarán los US$ 11,608 millones. De ese total, 83.6% o US$ 9,550 millones
saldrán del sector público, a través de presupuestos o líneas de crédito
liberadas por instituciones federales. La iniciativa privada responde por US$
1,880 millones, o 16.4%”. A las cifras de inversión oficial hay que sumar la
exención de tributos federales, motivo por el cual “el gobierno dejará de
recaudar US$ 181 millones. La mayor parte de la desgravación prevista hasta
finales de 2015 o el equivalente a US$ 229.3 millones para atender los pedidos
de la FIFA”.
La FIFA decidió que el
campeón del Mundial de Brasil 2014 recibirá un premio de 35 millones de
dólares, del total de 358 millones en premios que serán repartidos entre las 32
selecciones participantes. El perdedor de la final recibirá 25 millones
de dólares; el tercero, 22 millones; el cuarto, 20 millones; y el resto de
clasificados a cuartos de final, 14 millones. La participación garantiza a los
equipos un mínimo de 4 millones de dólares y las selecciones que lleguen a
octavos de final recibirán un total de 9 millones. Por último, los equipos
recibirán un adicional de 1,5 millones de dólares en concepto de costos de
preparación.
La protesta sofocada
La protesta
social no se hizo esperar contra un gobierno considerado corrupto, cuyo gasto
dispendioso no puede ser justificado en nuevos estadios de fútbol y en
seguridad policial, mientras que la pobreza endémica y las injusticias sociales
se ignoran. Los ingentes gastos están consignados a construcciones
de instalaciones deportivas y aeropuertos, o inversiones en movilidad urbana.
Pocos días antes de comenzar el torneo, el
presidente de la FIFA se manifestó convencido de que las protestas populares
contrarias al certamen cesarían a partir del inicio de la cita. "Tengo la
certeza de que cuando sea dado el puntapié inicial, todo el país estará
apoyando al fútbol", dijo Joseph Blatter. Los hechos le dieron razón al
suizo. Según un balance basado en datos policiales y de los propios movimientos
sociales, “en los 12 primeros días del Mundial de Brasil hubo una reducción del
39 por ciento en el número de manifestaciones respecto a los 12 días anteriores
a la apertura”.
Este fenómeno encuentra
explicación en varios factores entre los que destaca la inversión de 870
millones de dólares que realizó el gobierno de Dilma Rousseff para armar el
mayor esquema de seguridad de la historia de los Mundiales de fútbol, y que
movilizó a unos 170,000 agentes policiales, militares y privados, apoyados por
equipos de tecnología de punta. Según analistas políticos como Leonardo
Barreto, “la violencia -y no sólo de la policía, sino también de los
anarquistas "black block" que intervienen en las manifestaciones-
ahuyentó de las calles a gran parte de los que participaron en las protestas
del año pasado: "La gente tiene miedo".
La activista
Sandra Quíntela, de la Articulación Nacional de los Comités Populares de la
Copa, señala que “la dura represión policial fue lo que frenó la ola de manifestaciones:
Este es el gran legado de la Copa: la militarización". La vocera del
activismo social brasilero destacó que “las fuerzas de seguridad ocuparon un
perímetro de 3,5 kilómetros alrededor de los estadios, lo que quitó visibilidad
a los actos anti Mundial: Ello impide que las protestas sean escuchadas y, si
no son escuchadas, no tienen la más mínima importancia, según el columnista del
diario "Folha de Sao Paulo".
La guerra
en la cancha
Ya en la cancha,
el Mundial de Brasil no estuvo exento de violentas expresiones de emoción tribal. El mordisco del uruguayo
Suárez, héroe o villano, nos recuerda la pasión deportiva rebajada a niveles de
agresión psicopática. Mientras que fuera de la cancha el presidente uruguayo, José
Mujica, calificaba de “hijos de puta” a los dirigentes de la FIFA que sancionaron
al jugador charrúa expulsándolo del torneo.
Una reminiscencia
violenta nos recuerda que el fútbol tiene mucho de significación bélica, que echa por tierra la idea de un encuentro entre
pueblos que fomentan la paz. Un partido de fútbol detonó la guerra entre El
Salvador y Honduras. Maradona reivindicó el honor argentino frente a los ingleses
que habían invadido las Malvinas. Chilenos y peruanos reviven en los estadios los
viejos odios heredados de la Guerra del Pacífico de 1879. No es una exageración
decir que el futbol es la extensión deportiva de la guerra.
Entre mitos y verdades, el Mundial Brasil
2014 dentro y fuera de la cancha, no camufla con simbolismos una realidad donde
prevalece un Brasil post moderno que se bate entre dos perspectivas: ser la economía emergente que podría ocupar un
puesto entre las cinco más boyantes del mundo y vender la idea del mítico país donde
la samba carioca, ni el rey de los deportes, logran camuflar el desolado
paisaje de una nación que en su afán de mimetizarse en sí misma, soslaya la
violencia y la miseria como signos de una realidad ineludible.
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