Por Leonardo Parrini
En el lugar menos humorístico
del Parque El Ejido en Quito, junto al monumento que evoca el crimen a Eloy
Alfaro, arrastrado y quemado por hordas conservadoras a comienzos del siglo XX,
Carlos Michelena se instala, en hemiciclo popular, rodeado por dos a tres
centenares de espectadores a realizar sus sátiras contra el establishmen criollo.
Desde sus sketches con toque de
humor callejero, Michelena recrea la cotidianidad del hombre y la mujer que se multiplican en un anhelo popular común, con personajes
variopintos y únicos, cuyo símil es la base blanca de maquillaje en el rostro y
la sonrisa, burlesca e irónica, con la que increpa a personajes
típicos de la sociedad y de la política locales.
El Miche no es un bufón
moderno, porque hostiga al poder y no se adapta a él, no tiene santos en la
corte ni acceso a los intricados vericuetos palaciegos. Michelena es el
desacreditador de la esquina, el aguafiestas y, a la vez, sacralizador de
verdades marginales, un outsider
underground, dicho es español, un disidente del sistema con oficio de
hacedor de teatro callejero.
Quien busca al niño metido en
el pellejo del cómico, no lo encuentra porque la infancia de Carlos Michelena
fue el contrapunto de una vida edulcorada. No deja de ser irónico que el
muchacho caramelero que vendía dulces frente a la Maternidad Isidro Ayora,
lleve el estigma amargo de un padre que maltrataba a su madre, en un hogar
donde la miseria era parte endémica de las costumbres familiares.
Su padre, zapatero de barrio y su madre,
vendedora de caramelos, no pudieron darle mejor referente que carencias
materiales y espirituales que marcaron su infancia. Michelena pasa la primera
etapa de su infancia en la calle
Elizalde, luego sus padres se trasladan al barrio El Dorado, posteriormente
instalan su hogar en una mecánica, frente a la maternidad Isidro Ayora. Alli hace sus primeros pinitos vendiendo
dulces y nunca termina la escolaridad. A los 15 años, impulsado por su propia inquietud, asiste como oyente a la
Escuela de Arte Dramático de la Casa de la Cultura, y se convierte en utilero
de la compañía Teatro Ensayo. Recorre algunos escenarios locales con grupos
teatrales setenteros, pisa tierra firme en el elenco de Malayerba y,
finalmente, se afinca en el grupo Teatro
de la Calle del que fue su director.
Pero el Miche no es actor de tablas, sino
de asfalto y gramilla. Su principal escenario es la calle, parques y plazas
donde sostiene un encuentro coloquial y cotidiano con el transeúnte que va,
viene y se identifica con un comediante de mil rostros. En sus 40 años de
trayectoria como teatrero alternativo, el Miche ha sido arrestado o encarcelado
bajo regímenes intolerantes –Borja y Febres Cordero- por alusiones críticas a
sus gobiernos. Como actor callejero transita el arte de masas y el arte
popular, pasando de un andarivel a otro en la sátira de personajes de medio
pelo y pelucones de la política criolla. Este quehacer le valió el premio Orden
al Mérito Artístico, otorgado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Michelena entiende el humor como la forma
de ser de un pueblo libre, sin ataduras ni dictaduras. Su espectáculo presentado los martes,
jueves y viernes en el parque El Ejido, son
activaciones histriónicas que incluyen cambios de vestuario frente al
púbico, maquillaje y calentamientos en la vía pública. Para el Miche la tramoya
es al aire libre y los linderos de sus escenarios coinciden con la imaginación
del público, a la que el actor reclama constante complicidad.
Teatro crítico
Ya en lo intrínseco de su arte, Michelena
es el actor de la posmodernidad que muestra las entrañas de un montaje que
consiste en hacer “teatro
crítico”, ese que “afea y daña la
ciudad”, según las ordenanzas municipales.
Michelena
encuentra en su pasado ríspido la fuerza que se necesita para hablar a la gente
en su propio idioma de necesidades y anhelos sin respuestas. Por eso dice
identificarse con la gente del parque que le exige su propia lógica, porque si
no te involucras en los códigos callejeros, te marginan, te botan. Carlos
Michelena aprendió ese código en cantinas, antros y cárceles, donde el alcohol
y las drogas son la chispa que enciende los motores para evadirse de esta chata
realidad.
Michelena
nunca evadió esos ambientes, por el contrario, se inmiscuyó y evitó por todos
los medios mantenerse al margen de esa marginalidad de seres solitarios,
fracasados, anhelantes, castigados y nunca redimidos por una sociedad que los
condenó sin sentencia, y que vende la “suposición de que el artista es alguien
superior, sublime, por sobre los demás”.
Hay que
vivir como uno piensa, sentencia Michelena: Nosotros somos underground, contestatarios, -ha
dicho- no creemos en la esencia del Estado como tal, somos cuestionadores de
cómo se impone una forma de vida a los seres humanos. El anarquismo cuestiona
al poder y busca un tipo de comportamiento anexo al sistema. En cambio, los underground lo que hacemos es
buscar una forma de vida distinta de libre pensador bajo el influjo del yoga,
los mantras y la filosofía oriental que nos de calma interior. A partir de
allí, el Miche construye el andamio de su humor con materiales sarcásticos, alternativos.
Humor posmoderno
Jean Baudrillard se refiere al
fenómeno humorístico y su relación con la cultura postmoderna, como estrategias
irónicas. En Michelena estas estrategias están definidas desde la
marginalidad, el bajo fondo, las entrañas mismas del monstruo social que
condena a la discriminación a las mayorías, y son ejecutadas como una actitud
crítica, a través de la burla y el ridículo, como mecanismos de control y
contradicción social. A esto se suma un sustrato de desencanto, precisamente,
acuñado en el pasado de privaciones del actor y que fermentaron la levadura
de descredito de la realidad y de rebeldía
que le caracteriza. El humor de Michelena se funde a la cultura de una sociedad
posmoderna que pierde la fe en la razón, y por lo mismo se vuelve lúdica.
El rechazo humorístico de Michelena se
manifiesta en toda la línea de fuego contra el discurso social imperante y su
fracaso en cumplir promesas que legitimaban el orden de las cosas. Michelena,
en la representación histriónica de sus personajes, antepone un relato
cotidiano cargado de sentido común, contrapuesto a las grandes elucidaciones y
totalizaciones del discurso político o académico. George Ritzer apunta que ese
discurso humorístico de la posmodernidad enfatiza la emoción, los sentimientos,
la intuición, la especulación, la experiencia personal, la magia y el mito, por
sobre el discurso científico que ya no dio respuesta a las interrogantes del
hombre. Michelena apunta con certera
eficacia a un auditorio frente al cual la fórmula de humor es eminentemente emotiva, de
fácil flujo entre el comediante y su público. Y agrega un elemento propio de su
entorno social: la marginalidad. Los personajes y los públicos del Miche son
marginales por exclusión y doctrina. Este es un rasgo característico de la
cultura posmoderna que apunta a la periferia de la sociedad más que a su
centro.
Guilles Lipovetsky ha definido a
la sociedad posmoderna como “fundamentalmente humorística”. La ausencia de fe, el
neo-nihilismo que se va configurando en la posmodernidad no es ateo, se ha
vuelto humorístico, señala en su texto La
Era del vacío, que hace referencia a las conmociones que vivimos en la
sociedad contemporánea. La incredulidad de nuestro tiempo supone desesperar de
la capacidad del hombre para influir en la solución de los problemas de la
especie humana. El rol del humor consiste hoy en la tarea de disolver la
oposición entre lo cómico y lo ceremonial, entre lo serio y lo que no lo es.
Hasta antes de la sociedad posmoderna el
humor buscaba resaltar lo grotesco y rebajar, ridiculizar e injuriar. En
seguida evoluciona hacia lo divertido, la fábula, la caricatura y el vodevil,
alejándose de la tradición grotesca. En la actualidad el humor ya no es
patrimonio popular, generalizado, impersonal como lo era antes. El humor es
herramienta para atacar los residuos del pasado que amenazan con poner freno al
reluciente vehículo del progreso, lo cómico ya no es simbólico, es crítico. En
la posmodernidad la comicidad instrumental desaparece a favor de un humor
hedonista, de puro goce, que busca el placer como principio esencial.
Las siguientes palabras de Lipovetsky, bien
definen el humor de Michelena: “El humor
de masas no se fundamenta en la amargura o la melancolía: lejos de enmascarar
un pesimismo y ser la cortesía de la desesperación, el humor contemporáneo se
muestra insustancial y describe un universo radiante”. El nuevo héroe no se
toma en serio, desdramatiza lo real y se caracteriza por una actitud
maliciosamente relajada frente a los acontecimientos, concluye Lipovetsky. El
humor en la época posmoderna, visto así, exige espontaneidad y naturalidad, y eso es
exactamente lo que hace Michelena.
El humor posmoderno,
provocado por el fracaso de los intentos pasados de dominar el mundo por medio
de la religión y de la razón, es en realidad una última herramienta, si no de
dominio, de control. Una forma de mantener a raya el abismo nihilista. Ante la
dificultad de echarnos a reír, de salirnos de nosotros mismos, de sentir fluido
entusiasmo, de entregarnos al buen humor, reconocemos en Carlos Michelena al agitador de la risa en medio de la grisácea opacidad de nuestra época.
El "Miche" es único en su género. Deberían ya haberle dado el premio Eugenio Espejo.
ResponderEliminarEdwin Vasco.
Antropofagia
ResponderEliminarPor. Jairo Bohórquez Guillén
Yo en la matriz
y tus buitres merodeaban
picoteando prejuicios
ocultando sus verrugas bajo el plumaje,
que ennegrece las vidas,
amalgama resentimientos,
dudas necedades...
Hoy que camino entre tus selvas
llorando el vértigo de tus vaivenes,
me confundo entre tu fauna;
y prefiero al bramido, las palabras.
Pero los gusanos de ti emergen
abaten mi cuerpo sin tocar mi alma.
Las guadañas de tus fieras
cortan mis líricas venas,
embarcadas en su empresa
atacan mis sentidos.
En instintiva claudicación
de belígero sonetista,
alisto mis mandíbulas
-ansias de devorar-
no por placer...Por sobrevivencia.