Por Leonardo Parrini
Jaime Roldós
Aguilera, trigésimo cuarto presidente ecuatoriano, fue uno de esos hombres
que luchan toda la vida, y que Bertold Brecht llama los imprescindibles. Una corta en intensa vida la suya, cegada
dolorosamente un 24 de mayo de 1981 por una muerte prematura. Roldós fue el
joven mandatario de un país que inauguraba una incierta democracia entrados los
años setenta, luego de periodos dictatoriales de diversa estofa. Su figura
señera de líder progresista lo convirtió en el símbolo de una esperanza nueva,
en un país que intentaba sacudirse de gamonalismos y dictablandas, dos rachas
históricas que tenían sumido al Ecuador en la injusticia social y la
marginalidad internacional. Frente a esa injusticia, Jaime se irguió como
paladín de una agitada y corta travesía presidencial, en la que tuvo la
oportunidad de defender a su Patria, y a la que en la hora de su muerte invocó
a que viviera por siempre y para siempre. Su sensibilidad social de joven
abogado, su vocación amazónica, su visión de estadista en la hora aciaga y
crucial de la Guerra de Paquisha con el vecino peruano, lo catapultaron en aras
de la historia como un líder consecuente. Roldós llamó a defender los linderos
de la dignidad nacional, sin titubeos, como un joven Mandatario que aprendió la
lección luchando, con liderazgo interrumpido en promisoria proyección internacional, truncada quién sabe por qué oscuros intereses criollos y foráneos.
Jaime Roldós
gobernó el país un año, nueve meses y catorce días durante los cuales mostraría
su talante de político honesto y dirigente comprometido. Y ese compromiso apasionado
lo hizo pronunciar su célebre discurso el funesto 24 de mayo de 1981, pocas horas
antes de morir junto a su esposa Martha Bucaram, en el siniestro aéreo a bordo
de la nave Beechraft King Air (FAE 001A), en las estribaciones de la cordillera
austral del país: Nuestra gran pasión es
y debe ser el Ecuador. Nuestra gran pasión, oídme; es y debe ser el Ecuador.
Este Ecuador que no lo queremos enredar en lo intrascendente, sino en lo
valeroso, luchador infatigable, forjando un destino de grandeza. El Ecuador
heroico que triunfó en Pichincha, el Ecuador de los valerosos de hoy, heroicos
luchadores de Paquisha, Machinaza y Mayayacu, inmolados en estas legendarias
trincheras. El Ecuador heroico de la Cordillera del Cóndor. El Ecuador eterno y
unido en la defensa de su heredad territorial. El Ecuador democrático, capaz de
dar lecciones históricas de humanismo, trabajo y libertad. Este Ecuador
Amazónico, desde siempre y hasta siempre. ¡Viva la Patria!
A Jaime lo conocí
en la ciudad de Quito durante su corta y vibrante campaña electoral. Solía
llegar a la casa de mi vecina y amiga Violeta Vareles, histórica dirigente del
movimiento CFP, que habitaba los bajos
una casa familiar en el norte de Quito. Jaime había mostrado interés por mi trabajo
como fotógrafo y me pidió que lo acompañara en sus recorridos por los barrios
humildes de la capital donde él aseguraba buscaría una victoria importante. Allí en agotadoras jornadas del candidato a
la Presidencia, registré su palabra vibrante y su estampa de líder de barricada. Una de esas fotografías
que resultó de su especial interés, me permití obsequiarle el día que asumió la Presidencia.
Con los brazos abiertos, como abrazando a todo un país, Jaime sonreía con el
rostro marcado por la pasión que ponía en sus arengas públicas.
Pero en mi condición
de fotógrafo existe un hecho que me motiva orgullo y dolor. La mañana del 24 de
mayo de 1981 tenía yo que cubrir la información del acto de homenaje a los combatientes
de Paquisha y por extraña circunstancia no pude ingresar al Estadio Atahualpa,
ya cerradas las puertas de ingreso por estar completamente abarrotado de gente.
Lo hice, finalmente, con ayuda de la comitiva de la Presidencia del Congreso
que ostentaba Raúl Baca Carbo, y en medio de empujones y apretones entre los
caballos de la Guardia de Palacio, ingresamos al área de seguridad presidencial
en los palcos del Estadio. Desde allí poco pude hacer en la cobertura, pero quedé
a pocos metros del sitio donde Jaime lucía sobrio y entusiasmado. Luego del
acto cívico la comitiva presidencial abandonaba el recinto y Jaime pasó muy
cerca del lugar donde me encontraba. Una sonrisa y un saludo pude ver a través
del visor de la cámara y disparé la última fotografía del Presidente Jaime Roldós
en vida. Lo demás es historia.
En la base militar aérea de Quito desde donde minutos
más tarde despegó el vuelo fatal, no hubo más honores que un presagio sombrío. Jaime,
el presidente mártir, junto a su esposa Martha
y comitiva, se embarcaba a cumplir su destino histórico como uno de esos
luchadores que Brecht sigue llamando imprescindibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario