GRANDES TEMAS - GRANDES HISTORIAS

E c u a d o r - S u d a m é r i c a

sábado, 24 de mayo de 2014

JAIME ROLDÓS, EVOCANDO AL PRESIDENTE MARTIR


Por Leonardo Parrini

Jaime Roldós Aguilera, trigésimo cuarto presidente ecuatoriano, fue uno de esos hombres que luchan toda la vida, y que Bertold Brecht llama los imprescindibles. Una corta en intensa vida la suya, cegada dolorosamente un 24 de mayo de 1981 por una muerte prematura. Roldós fue el joven mandatario de un país que inauguraba una incierta democracia entrados los años setenta, luego de periodos dictatoriales de diversa estofa. Su figura señera de líder progresista lo convirtió en el símbolo de una esperanza nueva, en un país que intentaba sacudirse de gamonalismos y dictablandas, dos rachas históricas que tenían sumido al Ecuador en la injusticia social y la marginalidad internacional. Frente a esa injusticia, Jaime se irguió como paladín de una agitada y corta travesía presidencial, en la que tuvo la oportunidad de defender a su Patria, y a la que en la hora de su muerte invocó a que viviera por siempre y para siempre. Su sensibilidad social de joven abogado, su vocación amazónica, su visión de estadista en la hora aciaga y crucial de la Guerra de Paquisha con el vecino peruano, lo catapultaron en aras de la historia como un líder consecuente. Roldós llamó a defender los linderos de la dignidad nacional, sin titubeos, como un joven Mandatario que aprendió la lección luchando, con liderazgo interrumpido en promisoria proyección internacional, truncada quién sabe por qué oscuros intereses criollos y foráneos.  

Jaime Roldós gobernó el país un año, nueve meses y catorce días durante los cuales mostraría su talante de político honesto y dirigente comprometido. Y ese compromiso apasionado lo hizo pronunciar su célebre discurso el funesto 24 de mayo de 1981, pocas horas antes de morir junto a su esposa Martha Bucaram, en el siniestro aéreo a bordo de la nave Beechraft King Air (FAE 001A), en las estribaciones de la cordillera austral del país: Nuestra gran pasión es y debe ser el Ecuador. Nuestra gran pasión, oídme; es y debe ser el Ecuador. Este Ecuador que no lo queremos enredar en lo intrascendente, sino en lo valeroso, luchador infatigable, forjando un destino de grandeza. El Ecuador heroico que triunfó en Pichincha, el Ecuador de los valerosos de hoy, heroicos luchadores de Paquisha, Machinaza y Mayayacu, inmolados en estas legendarias trincheras. El Ecuador heroico de la Cordillera del Cóndor. El Ecuador eterno y unido en la defensa de su heredad territorial. El Ecuador democrático, capaz de dar lecciones históricas de humanismo, trabajo y libertad. Este Ecuador Amazónico, desde siempre y hasta siempre. ¡Viva la Patria!

El amigo inolvidable

A Jaime lo conocí en la ciudad de Quito durante su corta y vibrante campaña electoral. Solía llegar a la casa de mi vecina y amiga Violeta Vareles, histórica dirigente del movimiento CFP,  que habitaba los bajos una casa familiar en el norte de Quito. Jaime había mostrado interés por mi trabajo como fotógrafo y me pidió que lo acompañara en sus recorridos por los barrios humildes de la capital donde él aseguraba buscaría una victoria importante.  Allí en agotadoras jornadas del candidato a la Presidencia, registré su palabra vibrante y su estampa de líder de barricada. Una de esas fotografías que resultó de su especial interés, me permití obsequiarle el día que asumió  la Presidencia. Con los brazos abiertos, como abrazando a todo un país, Jaime sonreía con el rostro marcado por la pasión que ponía en sus arengas públicas. 

Pero en mi condición de fotógrafo existe un hecho que me motiva orgullo y dolor. La mañana del 24 de mayo de 1981 tenía yo que cubrir la información del acto de homenaje a los combatientes de Paquisha y por extraña circunstancia no pude ingresar al Estadio Atahualpa, ya cerradas las puertas de ingreso por estar completamente abarrotado de gente. Lo hice, finalmente, con ayuda de la comitiva de la Presidencia del Congreso que ostentaba Raúl Baca Carbo, y en medio de empujones y apretones entre los caballos de la Guardia de Palacio, ingresamos al área de seguridad presidencial en los palcos del Estadio. Desde allí poco pude hacer en la cobertura, pero quedé a pocos metros del sitio donde Jaime lucía sobrio y entusiasmado. Luego del acto cívico la comitiva presidencial abandonaba el recinto y Jaime pasó muy cerca del lugar donde me encontraba. Una sonrisa y un saludo pude ver a través del visor de la cámara y disparé la última fotografía del Presidente Jaime Roldós en vida. Lo demás es historia. 

En la base militar aérea de Quito desde donde minutos más tarde despegó el vuelo fatal, no hubo más honores que un presagio sombrío. Jaime, el presidente mártir, junto a su esposa Martha y comitiva, se embarcaba a cumplir su destino histórico como uno de esos luchadores que Brecht sigue llamando imprescindibles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario