Por Leonardo Parrini
Si alguien hace la pregunta: ¿eres feliz?
Seguramente dirías, si...pero. Nada más, porque nos cuesta reconocer la
felicidad. Ese estado fecundo del alma que se produce cuando tenemos la
sensación de haber alcanzado la meta deseada. Fecundo, porque felicidad viene
del latín felix, fértil. Y esa fertilidad espiritual, como bien decía
Aristóteles, tiene que ver más con “un ideal de la imaginación, que de la razón”.
Entonces ¿qué nos conduce a ese estado
de emoción?
Marx dejó escrito que la felicidad es la
perfección humana. Un estado alcanzable por la vía de la razón que asimilaba
con la economía, a través de la consecución de metas reales y concretas. Los
cristianos, en cambio, creen que la felicidad terrestre nos aleja de lo sacro y
que no puede darse al margen del espíritu divino, es decir, de Dios. No en
vano, según su mirada, habitamos un terrenal valle de lágrimas que nos conduce,
supuestamente, a la felicidad celestial.
Mito o realidad la
felicidad impulsa al ser humano a un estado que tiene que ver con alcanzar paz,
éxito, bienestar. Estado que para muchos consiste sólo de momentos pasajeros en
sus vidas, ya que no hay una felicidad duradera. Y esa condición de ser feliz se relaciona con el placer de conseguir, aunque temporalmente, lo deseado. Y lograr
esa meta depende de los valores que cargamos en la alforja desde la infancia,
como materia prima para construir nuestra propia felicidad.
La felicidad latina: una visión de futuro
Un estudio recientemente publicado por el Barómetro Global de Optimismo, realizado
en Brasil por el Ibope Inteligencia, junto con el Worldwide Independent Network research WIN, basado en entrevistas a 66.806 ciudadanos de 65 países, concluye que los latinoamericanos superamos la media
mundial de felicidad que es del 60%. Incluso llegamos al nivel de países como Noruega, Finlandia o Suiza
que se consideran los más felices del planeta. La encuesta establece que en Sudamérica son
los colombianos, argentinos, mexicanos y brasileros quienes declaran sentirse
más felices que otros países de la región y del mundo. Esa declaración rompe el
esquema de que son países con problemas políticos, sociales o económicos, nada
fácil de resolver a corto plazo.
En el panorama
latinoamericano el estudio del Ibope establece que hay una “confluencia de
datos que confirman que los latinoamericanos estamos entre los que vemos el futuro
con mayor esperanza a pesar de todos nuestros problemas, a veces gravísimos, como
los de la inseguridad pública o las grandes diferencias entre ricos y pobres,
las injusticias sociales, el olvido de los excluidos o los bajos índices de
educación”. En América Latina el 86% de los colombianos,
por ejemplo, se consideran felices, el 78% de los argentinos, el 75% de los
mexicanos, y el 71% de los brasileños. En contraste,
países europeos como Francia, España, Gracia o Portugal aparecen al
final de la lista entre los menos felices. Entre los franceses, por ejemplo,
solo un 25% de la población se considera feliz. Los españoles apenas alcanzan un 20%.
La pregunta de
cajón: ¿Tenemos los latinoamericanos más motivos reales que muchos europeos para
sentirnos menos infelices y con mayor esperanza en el futuro? La respuesta
objetiva es no. Si consideramos el caso brasilero el 1% de la población gana más de 13.500 reales
mensuales (unos 4.500 euros). En tanto, el 66% de la población gana alrededor
de 2.034 reales (690 euros), que es el salario mínimo de la mayoría de los
países europeos. ¿Qué hace que los latinoamericanos nos revelemos más felices
que otros países del mundo?
Los detalles de la
investigación señalan que los latinoamericanos tenemos un estado de ánimo
proclive a ser dichosos que se relaciona con lo que fue el pasado y el futuro
inmediatos del continente. La sensación
de felicidad latinoamericana está vinculada con el contraste de haber
vivido épocas muy duras, infelices y dramáticas como las dictaduras de los años
setenta que trajeron miseria y muerte a la población: esa realidad ahora es
radicalmente distinta, eso explicaría la sensación de felicidad del
latinoamericano. Por el contrario, los europeos han venido de más a menos con
una crisis que los alejó de los buenos tiempos de bonanza económica y bienestar
social de la Unión Europea, motivo de alegría continental.
Hoy Europa está de
fin de fiesta, mientras que en Latinoamérica recién empieza la fiesta. La
fórmula latinoamericana parece ser: pobres, pero felices, en relación con otros
países. El optimismo latino se relaciona, definitivamente, con una proyección
de futuro, visto como un tiempo de mejores expectativas materiales y
espirituales que sería el fruto de las decisiones políticas y económicas que
gran parte del continente sudamericano ha adoptado como su camino a seguir.
Lo notable es que, según el estudio, el
optimismo latinoamericano está relacionado al sentimiento de la juventud. Y es
lógico, es la juventud la que tiene mayor expectativa de vida, y es esa
esperanza en el porvenir lo que inspira a sentirse feliz, según los
encuestados. La investigación concluye con una reflexión pertinente: los políticos deberían tomar muy en cuenta ese sentimiento de los jóvenes a la hora
de diseñar sus planes, sin pretender “amaestrarlos o encausarlos para que
deshagan sus propios planes”.
La recomendación del
estudio de Ibope es tajante: Los políticos
deberán ser verdaderos estadistas y no burócratas incapaces de advertir que
algo nuevo está naciendo y que va en la dirección de una aún mayor felicidad
para todos y no solo para un grupo de privilegiados. Recomendación que,
felizmente, la mayoría de los latinos tenemos muy clara. Sobre todo en Ecuador.
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