Por Leonardo
Parrini
Una de las
últimas utopías, universalmente aceptada, es que la democracia pinta como el
mejor sistema de gobierno y como el más justo régimen de vida. Si alguien
dijera que la democracia es un juego de abalorios políticos incompleto,
seguramente sería vapuleado por quienes hacen de ese sistema de gobernanza una
panacea para los males sociales y económicos que acechan al mundo.
Pero no faltan
los aguafiestas. Bo Rothstein, Doctor en Ciencia Política por la Universidad
Sueca de Lund, es uno de ellos. En su libro The Quality of Government: The
Political Logic of Corruption, Inequality and Social Trust, (La
calidad del gobierno: la lógica política
de la corrupción, la desigualdad
y la confianza social), sentencia que la
democracia no basta para tener bienestar social: Que un país sea democrático no guarda relación con el bienestar social
de su población. La esperanza de vida, la mortalidad infantil, la
alfabetización y hasta la felicidad no dependen de que un país sea más o menos
democrático, sino de la calidad de su Gobierno, afirma el ensayista alemán.
Esta idea de que
la democracia no basta para tener bienestar social es innovadora, ya que
siempre se creyó que la democracia lo garantiza todo, pero esa utopía es puesta
en discusión por Rothstein. Entonces, si la cuestión del bienestar no va por ahí
y depende de la calidad de la gobernanza de un régimen, ¿de qué depende la
calidad de dicho régimen? La respuesta de Rothstein es clarísima: Depende de los niveles de corrupción, de nepotismo,
de abuso de poder, de igualdad entre hombres y mujeres, de respeto a las
minorías, de verdadera igualdad de oportunidades desde la escuela. Y añade: No hay que olvidar que en las democracias
consolidadas, en torno al 30% de la población ni siquiera vota.
Un buen gobierno
Un equipo de investigación dirigido por Bo Rothstein ha sostenido entrevistas con personas de 140 países para medir “que tan buenos o
malos son los Gobiernos y qué incidencia tiene la calidad gubernamental en el
bienestar de la gente”. Los datos del resultado muestran que existen dos
fuentes de insatisfacción social: La primera es la falta de salud y, la segunda,
es la llamada falta de confianza social; es decir, la percepción de que
gobiernan políticos corruptos e ineficaces que buscan su bienestar y no el de
la población.
La investigación de Rothstein
estableció interesantes conclusiones. La más significativa es que la diversidad
cultural, -por ejemplo la presencia de inmigrantes en un determinado país- no
genera desconfianza social, si la calidad del Gobierno es buena. Otra
aproximación concluyente es que la igualdad de género incide en los niveles de
descomposición ética de un país: a mayor igualdad de género, menos corrupción. Y
una conclusión que nos compete directamente en Ecuador: los países en los
que el Estado está muy presente no son, necesariamente, más proclives a la
corrupción que los privatizados.
Estas observaciones de Rothstein
cobran validez para Ecuador, en la medida de que una de las grandes
preocupaciones del régimen de Rafael Correa consiste en profundizar la
democracia. Tentativa que, ahora sabemos, debe ir acompañada de la modificación
de tres variables que la influyen: una fuerte lucha contra la corrupción,
incrementar la igualdad de género y mantener prioritaria presencia estatal en
los procesos de gobernanza.
En este aspecto,
consideramos que la calificación de buen o mal Gobierno, está dada por la calidad de sus políticas públicas. La evaluación de la
gestión pública estatal es un proceso que el Ecuador debe llevar adelante en
forma continua, mediante recopilación sistemática de información y
participación de los diferentes actores sociales. Esta valoración proporciona herramientas
necesarias para continuar el proceso de cambio social hacia una gestión más
eficaz, con el objetivo de facilitar y fundamentar la toma de decisiones,
mejorar la calidad de las políticas y profundizar la democracia.
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