Por Abdón Ubidia
Ahora que los neoliberales, cual vampiros, salen de su noche luego años de silencio forzado, con los colmillos más afilados que nunca y la sed de sangre premurosa, vale la pena recordar lo que escribimos una vez para retratarlos bien. Resucitaron a propósito de la actual crisis económica provocada por la caída de los precios del petróleo. Naomi Klein en su Doctrina del shock (de obligada lectura) enseña que los mejores negocios se hacen con los desastres. Cuando hay angustia: ¡invierte capitalista!, ironiza. De allí nace la idea de privatizar gasolineras y fundar las APPs, retorcido nombre de esas casas para subastar, a precio de regalo como siempre ocurrió en “la larga noche neoliberal”, los bienes públicos de America Latina.
Ahora que los neoliberales, cual vampiros, salen de su noche luego años de silencio forzado, con los colmillos más afilados que nunca y la sed de sangre premurosa, vale la pena recordar lo que escribimos una vez para retratarlos bien. Resucitaron a propósito de la actual crisis económica provocada por la caída de los precios del petróleo. Naomi Klein en su Doctrina del shock (de obligada lectura) enseña que los mejores negocios se hacen con los desastres. Cuando hay angustia: ¡invierte capitalista!, ironiza. De allí nace la idea de privatizar gasolineras y fundar las APPs, retorcido nombre de esas casas para subastar, a precio de regalo como siempre ocurrió en “la larga noche neoliberal”, los bienes públicos de America Latina.
Empresarios cegados
por la ambición y de la mano de ministras y ministros (Cely y cía.), que
creyeron que ya habían dado un “golpe de estado” empresarial, forzaron la
reaparición de los viejos tecnócratas: Dahik y Pozo, por ejemplo.
Los años no han
cambiado al tecnócrata neoliberal. ¿Cómo es él?
Automático, locuaz,
imperturbable, asoma en las pantallas de la televisión, seguro, firme en su
verdad implacable. No duda. Afirma. Es el que sabe. El tecnócrata neoliberal es
su sola imagen. Producto del incesto
(porque su parentesco es íntimo) de la cultura de masas y el llamado
capitalismo tardío, cumple el papel de defensor y vocero oficial de los más
poderosos. No importa cuál sea el absurdo que ellos esgriman ni el atraco que
planifiquen (la última crisis bancaria, por caso), el tecnócrata los explicará
con razones técnicas y cifras escogidas de antemano.
Yuppie o deportivo,
adusto o risueño, caballero de algodón o dama de hierro, el tecnócrata sabe que
su porvenir depende de que logre "vender" su imagen de obsecuente
servidor y conocedor de procesos que él llama irreversibles pero que, en los
hechos, benefician a los ricos y perjudican a los pobres, la tan decantada
"globalización", por ejemplo. Es el que sabe.
Su imagen depende de
su palabra. Habla, luego existe. Nunca debe callarse. Nunca debe dejar de
hablar. Si se calla muere, como Scherezade, la heroína de las Mil y una noches.
De allí su programada convicción y su vehemencia. De allí el uso y abuso de
términos de sentido oscuro y tecnicismos novedosos. Es el que sabe.
Porque, aparte de su
seguridad y su vehemencia; aparte de su misión de explicador oficial de las
verdades oficiales de banqueros y corruptos, actúa también como proveedor ideológico de nuevos productos
"macroeconómicos". Neoliberal, modernizador, privatizador y, ahora,
dolarizador a ultranza, creerá ciegamente en el mercado porque él mismo es, a
un tiempo, mercader y mercancía.
¿En qué consiste esa
mercancía? Pues en la ilusión. El tecnócrata es un vendedor de ilusiones. Su
capital es el futuro. La ilusión del futuro. Cualquier pretexto es válido,
cualquier tema le será rentable: la bonanza eterna, la eficiencia, el acuerdo
con el FMI, cualquier cosa. Lo importante es salvar el presente inmediato,
cueste lo que cueste. Esa es su paradoja. Vende el futuro cuando su única
verdad es el presente puntual. Mercancía, al fin, sabe que lo que hoy vale
mucho, mañana puede no valer nada. Cualquier pequeño error le significará luego
el exilio, un juicio penal o, al menos, un prudente alejamiento de la escena
pública. Tiene que actuar de modo rápido. Es el demiurgo de las urgencias.
"Mientras más pronto, mejor", es su divisa. De allí que advierta
siempre acerca de los terribles peligros que nos acechan si se demoran las
medidas drásticas que siempre recomienda. De allí también el empleo de su
arsenal de metáforas manidas: el estado obeso, el enfermo terminal, la solución
quirúrgica.
Es el que sabe. Pero
¿Qué sabe el tecnócrata? Sabe lo que le enseñaron. Eso y nada más. Si viene de
la clase alta o, más aún, si viene de la clase media -la única clase social que
se odia a sí misma-, (posgraduado muchas veces gracias a una beca pública, en
centros universitarios ad hoc), nunca cuestionará ese saber porque en tal
sometimiento radica su entero porvenir. No le pidamos al tecnócrata que piense
en otra cosa que la que le enseñaron. Esa será su matriz de pensamiento. Su
único cristal para mirar el mundo. Los demás no importan. La inseguridad social
y el desempleo tampoco. La violencia consiguiente, no cuenta. No ha sido
programado para eso. El está hecho para vender verdades preestablecidas. Si los
perdedores serán muchos, qué mejor, pues los ganadores serán muy pocos. Y él
entre ellos. Así no le importará a quién sirva ni qué defienda. Imagen viva de
la corrupción modernizada, venderá su alma y su patria sin escrúpulo alguno. Es
el que sabe.
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