Foto El Comercio
Por Leonardo Parrini
Por Leonardo Parrini
Ecuador ya cambió, dice la
pancarta colgada en la fachada de un edificio junto al logotipo de fractales
multicolores que identifica la presencia del Estado en oficinas públicas. Más allá
de que la frase nos guste o se convierta en otra afirmación emanada de la
creatividad de algún publicista, cabe una pregunta de rigor: ¿Y en qué sentido el país cambió?
Los noticieros
de la televisión y las crónicas de prensa, día a día muestran la imagen de un país similar al pasado. Convulsionado cuando
gobernaban políticos financiados por banqueros vinculados a los
medios de comunicación, convertidos en caja de resonancia de un territorio donde
imperaba la corrupción y la injusticia a todo nivel. El país de Manuelito decíamos, para referirnos al territorio del odio y la frustración, donde el ineficiente cobraba coima
para ser un poco menos inepto. El país del golpismo que en menos de una década
cambió cuatro presidentes en golpes de Estado constitucionales. Un país sin ética
ni moral pública o privada, que vivía la venganza como forma de hacer
justicia por mano propia.
El país de la política
ampulosa, embustera y demagógica. El país de los cenicerazos en el Congreso y
de las invitaciones públicas a mear al contrincante. El país vergonzoso de la represión
violenta y el crimen de Estado que cobró víctimas inocentes, como los niños Restrepo.
El país del feriado bancario en el peor atraco perpetrado a miles de ahorristas
que confiaron en un sistema financiero que los estafó con la anuencia del Estado.
El país del pasado que añora una oposición envalentonada que hoy recurre a las viejas
prácticas de la violencia física y verbal. El Ecuador que anhelan quienes se la
juegan por el contubernio golpista a la luz del día, auspiciado por
funcionarios atornillados por más de dos décadas en cargos públicos y que subsisten
parapetados en sus feudos regionales.
El Ecuador no ha
cambiado para los políticos responsables de la miseria e inequidad que nos heredaron.
El país no ha cambiado para garroteros a sueldo, -traídos de Venezuela,- a
crear el caos en las calles y golpear a policías que tienen la misión de impedir
la escalada de violencia. Un clima que forma parte de la estrategia de políticos
que se valen de una turba que pretende ingresar al Palacio de Gobierno con
claras intenciones golpistas. Ese país quieren mostrar al Papa Francisco
y conseguir una frase del prelado en contra del régimen para reproducirla
en los medios que desprestigian al Estado. Ese es el Ecuador que propician políticos
sin vigencia, fenecidos y revividos por el odio a un Gobierno que ostenta ocho
triunfos electorales. Políticos que vienen del fracaso en la partidocracia por
traicionar sus principios. Ambiciosos de figurar y trepar al poder para enriquecerse
y favorecer a sus compinches en ingentes negocios perpetrados con viejas mañas.
Políticos que pierden la credibilidad y prestigio, porque se pasan de la oposición
a la sedición.
Contra esos políticos,
Rafael Correa se propuso cambiar el país de Manuelito. Acaso lo haya conseguido
en menor intensidad de lo que proclama la frase colgada en el edificio público. Quizá
para muchos ecuatorianos el cambio no sea perceptible, porque no se los convocó
debidamente. Es posible que no se hayan apropiado
de trasformaciones revolucionarias, más fáciles de negar que de admitir, y
que están a vista y paciencia de todos. Acaso Correa en su tentativa de cambiar al Ecuador,
esté llamado a sucumbir en el intento. Y su destino sea convertirse en el presidente mártir, después
de vivir su vida en un infierno, mientras nos prometía un paraíso, como dice Lucre
Maldonado. Llamar al diálogo
sin un poder de convocatoria alternativo, puede ser una ingenuidad que muestra la
buena fe del régimen pero también sus flancos débiles. Llamar al concenso en democracia con golpistas en las calles, significa no controlar con efectividad lo que está en marcha en el país. Llamar al entendimiento,
mientras entre bambalinas sucede la tramoya de la sedición
en marcha, puede ser un error fatal.
Correa que
sinceró la política y desenmascaró a los fariseos que dejó sin
piso y sin techo de vidrio, ahora quieren hacerlo pagar caro el costo de su cruzada
transformadora. El corrupto que bailaba en los proscenios se vuelve impoluto
para criticar la moral del régimen. El banquero que estafó al país desde su oficina
financiera, se vuelve austero para denunciar presuntos bienes presidenciales. El
violento intemperante clama paz, en su reducto edilicio porteño. El vocinglero
presentador de la tele, se vuelve todavía más locuaz para interpelar al Mandatario.
El país de Manuelito pareciera seguir intacto,
pese a la frase colgada en el edifico público. El Ecuador que anhelan mostrar al Papa quienes
orquestan el caos y auguran el desastre, es otro y es el mismo. Los fariseos que se golpearán el pecho
de hinojos ante el Pontífice, deberán confesar el pecado social de la miseria,
la corrupción y la injusticia que heredaron al país que se esfuerza por convertirse
en una nación distinta. Mientras las mayorías se resistan a la manipulación de
las elites, no podrá imponerse el demérito por sobre el sentido común de los
ecuatorianos. Es hora de escuchar la voz del pueblo que con su natural inteligencia,
impedirá la vuelta perversa al país de Manuelito.
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