Por Leonardo Parrini
El fútbol, deporte de consumo masivo, tiene
esa capacidad de ser el espejo de un país como ningún otro fenómeno cultural. El
caso brasileño es la mejor comprobación de esta realidad. Con rasgos de
religión masiva, el fútbol en Brasil es un fenómeno social que impacta mucho
más allá de los noventa minutos que duran las incidencias de un cotejo.
Cuando en 1870 Charles Miller, joven brasileño
hijo de escoceses y trabajador del proyecto ferroviario de Sao Paulo junto a
expatriados británicos, llevó una pelota y la echó a rodar entre los obreros
de la obra, jamás imaginó que el invento inglés provocaría tanta pasión en el
país sudamericano. Brasil se hace llamar el
país del fútbol, al punto que la cultura brasileña está marcada por los hábitos
futbolísticos de los habitantes en las barriadas marginales donde se forjan los
futuros integrantes de los clubes profesionales. Un estudio realizado por la Fundación Getulio
Vargas, el fútbol mueve en Brasil 16 mil millones de dólares al año, un país
con 30 millones de practicantes, 800 clubes, 13 mil jugadores aficionados y 11
mil futbolistas federados.
Esto explica que resultados como el que se
dio entre Alemania y Brasil, en el marco del Mundial 2014, generen reacciones
tan viscerales de la población brasileña que se siente derrotada, junto con la selección
de fútbol de su país. Esa tarde la historia se repitió, esta vez como tragedia. El
triunfo alemán evocó el mítico maracanazo del 16 de junio de 1950, cuando la selección
de Uruguay enmudeció a los 200 mil espectadores en el estadio Maracaná, el más grande
del mundo, mientras el equipo brasileño era derrotado 2x1, con
goles de Juan Alberto Schiaffino y Alcides Ghiggia que a los 36 minutos del segundo
tiempo selló la tragedia brasileña. En esa oportunidad, el maracanazo provocó la violenta reacción de la torcida que desató la protesta social, intentos de linchamiento al
entrenador y a los jugadores y una ola de suicidios en todo el país. Ahora los seis minutos en que Alemania marcó cuatro goles seguidos a Brasil,
fueron vividos como una pesadilla, según
Luiz Felipe Scolari, entrenador brasileño.
Esta vez los disturbios en las principales ciudades
del Brasil, luego de la derrota de 7x1, confirman que la relación entre fútbol
y política en el país carioca siempre ha sido mórbida. Una relación sublimada
por la presidenta Dilma Rousseff, quien
declaró que “la selección brasileña representa nuestra nacionalidad. Está
encima de los gobiernos, de los partidos y de intereses de cualquier grupo, la
selección está encima de la política”. Esta afirmación recordó las intenciones
de los políticos de la década del cincuenta que utilizaban el fanatismo masivo existente
en Brasil para obnubilar a las mayorías con el fútbol con fines proselitistas.
El fútbol al situarse por encima de la política, pero influyendo en ella, hace que las
elecciones generales sean celebradas en el mismo año que los mundiales; medida cuestionada,
puesto que los políticos aprovechan la oleada de nacionalismo creada por el
fútbol. Es frecuente que exfutbolistas importantes se presenten para cargos
políticos. No obstante, las protestas violentas que
estremecieron a Brasil hace un año y luego de la derrota con Alemania, dejan entrever que en el país carioca ya no
bastan los tópicos del fútbol, la samba y el Carnaval para contentar a las masas. Ahora una clase media emergente reclama mejores
hospitales, institutos, una policía menos corrupta y brutal. La protesta se extiende
a la denuncia de que los 17 mil millones de dólares invertidos en la organización
del mundial, no les hizo ganar el campeonato mundial 2014, ni contribuyeron a mejorar
la calidad de vida de los brasileños que se debaten en la miseria. Nao vai ter copa, decían los
protestantes, y la advertencia se cumplió: Brasil no ganará la copa 2014.
Las reacciones críticas frente a esta
realidad se evidencian con las declaraciones del ex crack Romario y actual Diputado Federal,
que ha manifestado que “vivimos una crisis en nuestro deporte más amado, hemos
llegado al auge de ella. ¿Crees que eso sólo es problema de los jugadores o de
Felipao?” Romario denunció que lleva "cuatro años
predicando en el desierto sobre los problemas" de la CBF, sobre la que
afirmó que es una institución "corrupta" que administra un patrimonio
muy elevado y se quejó de la falta de "apoyo" por parte de la
Presidenta de Brasil, Dilma Roussef. El ex seleccionado brasileño mostró su
descontento sobre las políticas llevadas a cabo por el Gobierno de su país, que
desechó en 2012 una petición suya para la creación de una Comisión
Parlamentaria de Investigación sobre las actividades de la CBF, a la cual definió
como "una banda de ladrones y corruptos". Romario, además, abrió fuegos
en contra de los clubes de fútbol del país sudamericano, porque realizan
"gestiones fraudulentas" y a los que criticó por su falta de
inversión en la formación de deportistas, por las "deudas millonarias con
bancos" y por no pagar determinados impuestos. Estos ecos del mundial dan
cuenta de un país dividido entre la pasión de un deporte multitudinario, para millones de habitantes hoy convertido en tragedia, y las necesidades
sociales de las mayorías postergadas, en la tierra del tetracampeón destronado del sueño de ceñirse nuevamente el
cetro.
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