GRANDES TEMAS - GRANDES HISTORIAS

E c u a d o r - S u d a m é r i c a

miércoles, 9 de abril de 2014

DEMIAN: LA RUPTURA DE UN MUNDO


Por Leonardo Parrini

Los libros sólo tienen valor cuando conducen a la vida. Esa afirmación promisoria me recuerda lo que dijo esa mañana Edmundo, mirándome fijamente con sus grandes ojos azules. Era una de las tantas jornadas espesas que compartíamos con mi compañero de clase. Edmundo, apoyado en la pared del patio del colegio, aseveró: no aguanto más, estoy reventado. Lo miré detenidamente y su mirada destelló como un rayo. Toma lee esto, me dijo, mientras me extendía un ejemplar de Demian de Hermann Hesse. El gesto de mi amigo fue como una revelación, un acto sedicioso contra la tranquilidad de mi espíritu: había caído en mis manos uno de los libros más influyentes en mi adolescencia. Demian, era la historia de iniciación escrita por ese profeta suscitador de juventudes que es Hermann Hesse, publicada en 1919, y que me enseñó una verdad que hasta hoy flamea en los mástiles de mis convicciones: El pájaro rompe el cascarón y vuela hacia Abraxas. El cascarón es el mundo, quien quiera nacer tiene que romper un mundo.

Edmundo Kronmüller, era hijo de alemanes afincados en Chile, terminada la Segunda Guerra mundial, cuando sus padres decidieron empezar una nueva vida en el país más austral del mundo. En sus años juveniles, mi camarada había desarrollado una secreta admiración por Hesse y esa mañana luminosa compartía sus secretas lecturas con su amigo. Secretas, porque tiempo después me confesaría que al autor nacido en el cantón Tesino, Suiza, lo había leído a escondidas. Demian fue una novela que literalmente devoré en un par de días con sus noches.

El verano del 71 decidimos con mi amigo Edmundo hacer un viaje al sur de Chile, como mochileros, en busca de experiencias y emociones. En realidad era otro periplo estival de muchachos que salíamos a recorrer el país, abierto a la experiencia socialista que encendía los anhelos libertarios de la juventud chilena. Con mi compañero de viaje nos trepamos a un tren al sur que nos llevó directamente a Puerto Montt, terminal ferroviario austral ubicado a 1.050 kilómetros de la capital. Desde allí comenzamos el peregrinaje por pueblos y balnearios de la región de la Araucanía chilena, hasta llega a Pucón, que en ese entonces era un bucólico paraje poblado por alemanes que habitaban cabañas de madera a orillas del lago Villarrica. Los padres de Edmundo habían construido una pintoresca cabaña de madera de encina que se erguía como casa de cuentos junto al lago Villarrica, en cuyas aguas se reflejaba el volcán del mismo nombre. Ese fue el escenario en el que leí el libro de mi amigo y conocí a Demian, el adolescente que Hesse habría de elegir como paradigma de la iniciación juvenil. Entre borracheras con cerveza alemana y sesiones en fumaderos de cannabis, fui adentrándome en la vida del joven Demian que había roto el cascarón hasta acceder a la verdad de Abraxas, el dios que está por sobre el bien y el mal. Allí entre ventiscas heladas que atravesaban el bosque de coníferas, descubrí una verdad perenne que iluminó mi adolescencia: había que romper un mundo para nacer de nuevo.

Demian simbolizaba la amistad que nos unía con Edmundo. Su influjo adolescente y rebelde, y su necesidad de protección que yo suplía con mi compañía, nos habían unido como hermanos. Juntos formamos una dupla eficaz a la hora de conseguir lo necesario para subsistir a nuestra aventura viajera. Él ponía por delante su rostro de ángel caído, de bucles rubios y mirada azul; y yo mi verbo embaucador e iconoclasta, argumentos infalibles ante los que nadie se resistía. Ambos habíamos encontrado el sendero de la solidaridad juvenil, del acolite frente a un mundo hostil y deshumanizado que nos impedía crecer. Como Demian y Emil Sinclair, con mi amigo Edmundo descubrimos los senderos del auto razonamiento, destruyendo paradigmas de opresión que nos ahogaban. La novela de Hermann Hesse nos mostró el camino del gnosticismo y el demiurgo Abraxas, donde la fuerte influencia del psicoanálisis freudiano de Jung nos habría un camino luminoso hacia nuestra propia introspección. Demian fue la señal que nos mostró el sendero para iniciarnos sobre los escombros de un mundo que debíamos romper para nacer de nuevo.

La noche que concluí la lectura del libro, guardé el ejemplar en la mochila y me dispuse a celebrarlo con un viaje lisérgico, sin escalas hacia Abraxas. Arrimado a una milenaria encina vi con nitidez mortal las fronteras de un conocimiento hasta ese momento ignoto, alucinado por una psicodélica distorsión sensorial, lograba posarme sobre los escombros de mi propia alma, como ave Fénix, mientras mi compañero de viaje vigilaba mi vuelo. La experiencia de llegar a Abraxas y romper un mundo de opresión adolescente, me había devuelto una helada libertad. Ese verano del setenta y uno, la novela de Hermann Hesse había roto mi propio mundo interior. Con Demian iniciaba el sendero de mi evolución espiritual, como un espejo donde reflejar mi propia alma atribulada, con sus ángeles y demonios, más allá del bien y el mal.

1 comentario:

  1. José Luis Guerrero4/09/2014

    Muy buena historia, muy buen relato y muy entretenida lectura! Probablemente muchos tenemos recuerdos de juventud en los que los libros de Hesse nos permitían, en mayor o menor grado, reconocernos (como en determinados momentos de El Lobo Estepario o en ciertas referencias en Bajo las Ruedas) y proyectarnos (como en el mismo Demian o en Sidharta)
    Gracias. Saludos

    ResponderEliminar