Por Leonardo Parrini
Desde la última vez que leí a Milan Kundera han
pasado ya unos cinco años. En el ínterin, en mis relecturas daba con el autor de siempre, profundo enigmático,
poético, tan entregado a enseñarnos a vivir. Hoy espero un reencuentro con su necesaria
lectura. En todo este tiempo, - son unos catorce años después de publicar La Ignorancia,- que el escritor checo se había
recluido, autoexiliado ¿en sí mismo? y hoy retorna con un título inquietante para
un libro no menos suscitador: La fiesta
de la insignificancia. Un texto, según la crítica, menos pesadumbroso y más irónico que sus antecesores.
Un Kundera de 84 años cumplidos hace 10 días-, “esquivo y huraño,
escondido voluntariamente”, es recibido por la crítica europea con total expectativa.
El diario francés Le Monde lo ve “ligero como una pluma de perdiz o de ángel”,
y especula sobre los vericuetos que Kundera debió transitar este tiempo de reclusión
discrecional. Le Fígaro habla del “gran retorno de Kundera”, mientras que Le Nouvel sentencia que este será “el último vals” del autor de La insoportable levedad del ser.
Kundera ha sido hombre de mil oficios, -el de
escritor es uno de tantos- entre los que destaca como pianista de jazz por influencia
de su padre. Literato de academia y cineasta por formación universitaria,
Kundera es un hurgador del hombre en el sentido existencial del término; sus
diversas actividades lo confirman como común denominador. En esa amalgama de escritor e indagador del género humano, su militancia en el partido comunista checo no es
extraña, a pesar de su expulsión en 1970. Su primera obra La broma, tuvo un raro y
contradictorio destino: galardonada en su país por la Sociedad de Escritores Checoslovacos,
fue prohibida junto con los demás escritos de Kundera, luego de la invasión soviética
a Praga de 1968.
El reconocimiento internacional fue precedido por el premio Commonwealth
Award, obtenido por Milán Kundera por el conjunto de su obra. El palmarés
continuó con el Premio Europa-Literatura en 1982, pero la consagración definitiva
del autor checo vino de la mano de su obra cumbre en 1984: La insoportable levedad del ser, calcificada como “una extraordinaria historia de amor”, llevada
al cine por Philip Kaufman con aceptable éxito. En el 2007 Kundera no asiste a recibir el Premio Nacional Checo de
Literatura aduciendo motivos de salud.
El
retorno
Kundera regresa
a la palestra literaria “más enigmático y polisémico”, que en libros como La inmortalidad o La lentitud, en esta
última obra La fiesta de la
insignificancia. Beatriz De Moura, editora, anticipa detalles: “Están presentes casi todos los temas preferidos
del autor y llevados a su esencia: la maternidad, la sexualidad, el poder con
sus facetas -desde la crueldad y la arbitrariedad hasta el absurdo y la ternura-,
la zafiedad de los falaces”. Kundera retorna, luego de apartarse y ocultarse,
con un toque de humor, fina ironía, según los editores: “Fácil de leer, pero difícil
de comprender”, se asegura. “En conjunto, Kundera hace una desenfadada visión
del mundo que no cesa de caer en lo irrisorio y que termina en un festejo
burlesco”. El periódico italiano
Il Corriere
della Sera lo definía como un “divertimento surrealista y una parábola felliniana en la que se
mezclan personajes con elucubraciones extravagantes”.
Imprevisible y
libérrimo, insólito e inesperado, según sus críticos, Milan Kundera confirma en su retorno
lo que ya nos había dejado escrito en su obra, que la exultación es lo suyo: “Todo esto me angustia, pero no debo estar
triste, no debo, que la tristeza no vaya unida a mi nombre, esa frase de Fucik
es mi consigna…”
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