Por Leonardo Parrini
Un muchacho desgarbado entra al escenario del salón de actos del viejo Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Es otoño y se acaba de inaugurar el año lectivo 1971. Un tono dorado en la copa de los árboles del campus universitario deshoja bajo el viento helado de marzo. Corren tiempos de cambios revolucionarios en el Chile de Salvador Allende y el joven integrante de la Trova Cubana, Silvio Rodríguez, hace su primera aparición artística en Santiago. Su facha de estudiante provinciano se oculta tras una enorme guitarra de concierto que esconde buena parte de su humanidad, mientras entona los primeros acordes de la canción La era está pariendo un corazón…no puede más se muere de dolor, y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir. Un himno escuchado en sepulcral silencio por los mechones, estudiantes que ingresan por primera vez a las aulas universitarias.
Un muchacho desgarbado entra al escenario del salón de actos del viejo Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Es otoño y se acaba de inaugurar el año lectivo 1971. Un tono dorado en la copa de los árboles del campus universitario deshoja bajo el viento helado de marzo. Corren tiempos de cambios revolucionarios en el Chile de Salvador Allende y el joven integrante de la Trova Cubana, Silvio Rodríguez, hace su primera aparición artística en Santiago. Su facha de estudiante provinciano se oculta tras una enorme guitarra de concierto que esconde buena parte de su humanidad, mientras entona los primeros acordes de la canción La era está pariendo un corazón…no puede más se muere de dolor, y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir. Un himno escuchado en sepulcral silencio por los mechones, estudiantes que ingresan por primera vez a las aulas universitarias.
Silvio Rodríguez pulsa las cuerdas de la
guitarra con extraño virtuosismo y del instrumento surgen acordes armónicos con
resonancias no antes oídas, inéditas notas, originarias tonalidades que
cambiarían la música de fondo de esos años en América Latina. Días del Che, de
la revolución chilena con empanadas y vino tinto, de discursos en grandes
alamedas, de mítines solidarios con Vietnam, de una promesa al alba del
continente latinoamericano que estaba pariendo un corazón naciente a un tiempo
promisorio. Silvio era el intérprete de esos días de banderas y cantos, de
lucha y esperanza, de riesgos y desafíos asumidos con la mayor naturalidad,
porque había entonces causas por las cuales inmolarse.
Han transcurrido cuarenta y pico de años, con mucha agua bajo los puentes, y la vertiente musical de Silvio sigue fluyendo, ya como un designio, ya como una evocación. Pero Silvio no es el mismo de entonces. El muchacho desgarbado evolucionó en adulto maduro a quien la vida templó como un roble al que hoy vientos existenciales mecen las ramas en parsimonia. Mis criterios políticos eran revolucionarios, radicales, guevaristas, tercermundistas, -afirma Silvio en entrevista con Julio César Guanche, haciendo referencia a ese tiempo de su debut en el Pedagógico- Pero la realidad de la vida civil me puso los pies en la tierra con cierta brusquedad, aunque también con su fascinación.
De aquellos días, Silvio evoca el sentir y pensar
de una época en contrapunto: En realidad
eran días contradictorios, porque convivían una enorme compulsión social y
expresiones exquisitas. Hoy que todo se relativiza en tonos miméticos, que
la vida limó las garras de los mejores ideales de cambio revolucionario, que el
simulacro virtual reemplazó a la vivencia real, Silvio declara sospechas sobre
su propio país, Cuba: Debo decir que
espero que la apertura sea realmente eso y no una asimilación, o algo todavía
más triste, como la compra de nuestro espíritu nacional. Espíritu puesto hoy en neutro, frente a la
necesidad de seguir subsistiendo bajo el imperio del pragmatismo económico y la
disociación política. Atrás quedaron los días del hombre nuevo que proclamaba
el Che, de nuevas esperanzas ya periclitadas: la Revolución que yo abracé era inclusiva y llamaba al honor, confiesa
Silvio.
El signo de este tiempo extraviado es,
precisamente, el extravío cultural y político de pueblos carentes de líderes
auténticos, comprometidos con la transformación de la sociedad hacia un futuro más
justo e incluyente. Pensar hoy lo político es pensar con la calculadora en la
mano y con el corazón rodeado por la incertidumbre. La otra opción es la que
sugiere Silvio, apostar a una ruleta que no deja de girar: Para participar de lo político probablemente no haya condición mejor que
tener confianza para ser sincero, serlo cabalmente, aunque te equivoques. Y esa misma sinceridad que
reclama el trovador cubano permite colegir que la era no está pariendo un corazón. Que aun ni tan siquiera está
preñada de la cimiente revolucionaria de esos días, cuando un joven desgarbado
nos hizo estremecer de asombro ante el porvenir.
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