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viernes, 11 de diciembre de 2015

A TREINTA AÑOS DE UN SUEÑO DE LOBOS

Fotografías CCE 
Por Leonardo Parrini

Abdón Ubidia me dedicó alguna vez uno de sus libros, a “mi eterno vecino”, rezaba la dedicatoria. La verdad es que, con la salvedad de que la eternidad es una figura literaria, desde el tiempo que nos tocó vivir en el mismo bloque del mismo condominio, frente a frente, en los estrechos departamentos de El Batán, y Abdón escribía Sueño de Lobos, ha transcurrido una eternidad. Eran los días del arcoíris, no por los colores, sino por la gama de grises presagios de los años ochenta, que la convierten en la década perdida. Abdón Ubidia escribía su novela, su libro único en varios sentidos. Y lo hacía luchando contra el movimiento rotatorio de una máquina muy singular: escribí en una máquina eléctrica que giraba cada vez que terminaba una página. Yo le enderezaba y seguía escribiendo el siguiente reglón, confiesa Ubidia, treinta años después de la aparición de su libro más leído. Un libro único, decíamos; porque como Raúl Pérez Torres dice -citando a Borges-, en la presentación de la nueva edición de la Casa de la Cultura: se escribe solo un libro.

Un libro singular que escribe la generación de Abdón Ubidia -donde también convergen Ivan Égüez, Raúl Pérez Torres, Ulises Estrella, -entre otros contemporáneos suyo-, dedicados al oficio de hacer un  libro en el que está muy patente, clara y precisa como un personaje, la ciudad de Quito. Escenario de una novela que “nos une a todos, a nuestra forma de ser, a lo que nos pasaba en el 70 o en el 80, a lo que pensábamos, a las maneras de comunicación diferentes que teníamos, esa forma distinta de concebir el amor y de concebir las pasiones. Abdón profundiza en las vertientes de la identidad de Quito, también en cada uno de sus defectos y sus virtudes. En su novela hay páginas alucinantes, producto del insomnio que es alucinante. Y en la soledad de estar tras de un sueño, ésta “genera monstruos; como la tristeza, la melancolía y el desengaño, que también generan monstruos: a veces desolados”, apunta Pérez Torres.

En esa tentativa Abdón busca, en un punto indefinido, recuerdos de los días del arcoíris y confiesa ante un auditorio –donde están los que deben estar- que lo escucha absorto en la sala Jorge Icaza de la CCE: Han pasado 30 años desde la primera edición, 30 años son nada. Esta primera edición me ordenó la vida, yo vendí los derechos antes de que la novela estuviese hecha a editorial El Conejo, no sabía que iba a tener un papel tan importante en mi vida. Tuve que dejar mi trabajo y durante siete meses me puse a escribir. Una cosa sí recuerdo. Es la época más feliz de mi vida. Salir al bosque a recopilar ideas, escuchar música clásica y escribir y nada más.

Y en ese ejercicio de contar, Abdón con obsesivo realismo decanta detalles, fiel a la vida tal y cual ocurría por esos días.  Exageré el trabajo, -cuenta Ubidia- quería ajustar el calendario de la novela  con el calendario real del año en que ocurre -escribí en 1985- y todo ocurre en la novela en 1980. En ese ajuste ponía fechas, por ejemplo, 5 de diciembre de 1980 hubo luna llena, y hubo luna llena. Fue un juego de honestidad conmigo mismo para construir un escenario donde podía flotar, impunemente, la historia de un insomne, que no duerme y está obligado, en la soledad de sus noches, y termina asaltando un banco.

Sueño de Lobos es la historia de “un grupo de amigos que planea un asalto a un banco. Para abandonar vidas anodinas o miserables. Para  salir de las estrecheces y jugar a ser adolescentes que se arriesgan. Aunque en el fondo del alma, los ideales sean una excusa o una búsqueda que va más allá de la simple aventura para ir hacia la recomposición de una o varias vidas que parecen haber perdido su propósito”, reseña Lucrecia Maldonado en la presentación del libro.

Un libro que “deja de apostarle al fervor revolucionario para centrarse en el desencanto, en la abulia de quienes alguna vez estuvieron dispuestos a morir por ideales”, apunta Lucrecia. Personajes que emergen de la bruma de una ciudad “recoleta y mojigata, un convento santurrón e hipócrita como todo convento. Ciudad esquizofrénica. Ciudad plantilla, inestable e impredecible, repleta de promesas incumplidas que se deshacen de alcanzar la altura necesaria...”  

Luego de trascurrida una eternidad desde que fue escrito Sueño de Lobos, el libro perdura en la vigencia de su lucidez atemporal, trascendente y promisoria. Porque los libros verdaderos son hechos para quedarse. O mejor, -en el decir de Abdón- los libros nacen para quedarse. La honestidad de un escritor está en eso, en exigirse a sí mismo, ir más allá de lo que puede dar, para que el libro alcance al fin a quedarse y sea un testimonio de cómo se vivió, se amó, se odio en ciertas épocas, esa especie de burbuja en el tiempo, en donde hay una manera de nacer, vivir y de morir; de desear y de odiar y de sufrir. Cada época configura a los personajes. La tarea del escritor es robarse esos personajes y saquearles la verdad.

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