Por Lucrecia
Maldonado
Leo los
periódicos. Trato de escapar de los noticieros. Escucho la radio. Me dejo
llevar un poco por las redes sociales… Y siento que estoy en medio de una
guerra de tomatazos. Podridos, para peor.
Se ha dicho
que, en su versión sana (¿existirá?) la política es la búsqueda de hacerse con
el poder para trabajar por el bien común. Pero ya desde tal definición nos
encontramos con algunos problemas. Porque lo que unos consideran el bien común
para otros no lo es. El bien común siempre termina significando, de alguna
manera, una pérdida para quienes han medrado de la manera tradicional de
funcionar de las cosas. Y no importa si esa pérdida es pequeña, pues es
pérdida.
Pocas son las
personas que se avienen a pasar un poco de incomodidad en aras del bien común.
Y para defender esas posturas se esgrime cualquier tipo de razonamiento: desde
que lo que se ha ganado ha sido justamente ganado con el sudor de la frente,
hasta que el bien común no es tan bien ni tan común. Es entonces cuando tal vez
comienzan las luchas de poder.
En una de las
constantes búsquedas del ser humano por depurar los sistemas, se ha llegado a
los sistemas políticos que hoy conocemos y que, si bien representan hitos y
avances ante las monarquías totalitarias de siglos anteriores y otras cosas
peores, no son tan perfectos como podrían parecer. Sin embargo, de lo que se
puede observar, no es suficiente, pues como todo en la vida, los sistemas
políticos actuales, eso que pomposamente llamamos DEMOCRACIA (el gobierno del
pueblo… ¿de qué pueblo?) también tiene sus trampas, y todos caen en ellas.
Comenzando
por algo simple, está el tema de la mayoría, que definía triunfos o derrotas sin
mayor problema. Todo estaba perfecto cuando la mayoría favorecía a los que
siempre ganaban. Nada había que impugnar. Pero luego, sutilmente, la mayoría
comenzó a abrir los ojos y a votar en otras direcciones. Entonces las a las ex
– mayorías se les ocurrió que también había que tomar en cuenta a las minorías,
y armaron todos los líos posibles para que algo tan sencillo como ejecutar lo
ganado por mayoría se volviera complicadísimo… porque ellos ya no eran mayoría.
Otro de los
pilares en que siempre se sostuvieron los sistemas de poder tradicionales
fueron los medios de comunicación, o mejor dicho de información: periódicos,
informativos de radio, noticieros de televisión… informando siempre lo que les
convenía a quienes detentaban el poder. Pero de repente, precisamente por obra
y gracia de la mayoría, gana alguien que a la ex – mayoría no le conviene y no
solamente eso, sino que los nuevos grupos en el poder crean (terrible osadía)
sus propios medios de comunicación y entonces comienza la guerra mediática.
Algo que, si no colindara con la más indignante tragedia, sería divertidísimo
de seguir, porque lo que hoy se censura, antes se practicaba… ¡y por los mismos
que lo están censurando con ardor!
A partir de
estos presupuestos, la coyuntura actual en el Ecuador se ve tensa, sombría. A
nuestro actual presidente se le censura por muchos motivos, algunos de ellos
válidos, pero válidos con piola. Para empezar,
se le censuran cosas que casi nadie, o
nadie, y sobre todo ningún medio de los que ahora se rasgan los ponchos o las
vestiduras censuraron a los antecesores de Correa. ¿Qué periódico, por ejemplo,
o mejor dicho, qué articulistas supuestamente progresistas se pusieron hechos
unos basiliscos para defender la libertad de expresión de Radio Latacunga, una
de las más importantes radios populares y comunitarias de nuestro país cuando
fue ‘visitada’ por el ejército en tiempos de Sixto Durán Ballén? ¿Dónde estaban
los Ricaurte, los Hernández, los Pallares, las Romo… o sus antecesores, cuando
eso sucedió? Ni siquiera se difundió adecuadamente la noticia, y muchos de los
que hoy lloran a moco tendido o a grito herido por la libertad de expresión en
aquel momento se hicieron olímpicamente de la vista gorda.
También se
comienzan a crear falacias, conceptos que en un primer momento fueron erróneos:
un típico ejemplo es el ‘autoritarismo’ de Correa. ¿Es realmente autoritario? O
mejor: ¿se puede gobernar un país como este sin organización, sin poner unos
límites claros, sin energía, sin aunque sea levantar la voz un poco? En un país
caracterizado por el caos y la ingobernabilidad, ¿cómo sería de gobernar?
¿Llegaría el consenso en algún momento tan solo a fuerza de buena voluntad?
Sería bueno que quienes tanto gritan porque este gobierno supuestamente viola
los derechos humanos se ampararan un poco en ciertas estadísticas comparativas
con los gobiernos anteriores para ver, tan sol por ese dato, quién irrespetaba
más y sin embargo no se promocionó tanto.
Expertos en
acoso, se han abierto todos los frentes, ¿acaso para defender el bien común?
No, qué va. Atrincherados en la defensa de intereses particulares; halando,
como en los matrimonios mal avenidos, su porción de frazada sin que les
interese para nada si el otro se hiela en la noche de frío. Esgrimiendo
argumentos como la ‘criminalización de la protesta social’, ‘las libertades’, cosas
por las que muchos de ellos, cuando fueron mayoría, jamás pensaron en reclamar
porque no les favorecía.
Es entonces
cuando, quizá lamentablemente, el actual gobierno reacciona. Se defiende. Ante
el acoso mediático y otros tipos de acosos no le queda más que imponer su
autoridad ganada por lo menos en diez justas electorales seguidas. Desempolva y
aplica ciertas leyes, y también, en ocasiones –hay que decirlo – comienza a
manipular con artería la legislación y los conceptos de autoridad y poder. Suponemos
que no está todo lo bien que se quisiera. Pero cabe una pregunta: ¿le queda de
otra? ¿Podría gobernar un país como este, con una política como la local,
aplicando la oración de San Francisco de Asís no ante los lobos, sino ante los
monstruos de la vieja partidocracia y sus conspicuos seguidores? Porque lo que
les duele a las ex mayorías no es el supuesto autoritarismo, sino que el manejo
de la autoridad ya no esté solamente dirigido a reconocerles beneficios. No les
duele la supuesta pérdida de libertades que en realidad nadie ha perdido, sino
el control del libertinaje en varios ámbitos, sobre todo económicos. Y no les
molesta para nada la mentida censura de la que tanto se quejan, lo que les arde
es que censure otro.
¿De qué está hablando Lucrecia? El poder sigue donde siempre estuvo, en los dueños del capital en Ecuador, el gamonal-sirviente de turno no importa, Febres Cordero, Bucaram, Gutiérrez, Correa, lo que importa es que el sistema de exclusión, inequidad e injusticia se mantenga. No ha cambiado absolutamente nada, queda eso si, una mediana infraestructura y unas empresas del estado capitalizadas a medias, que serán asaltadas por el sucesor natural y coideario de Correa, ¿Lasso? ¿Nebot? ¿Páez?. Aunque tampoco se puede exigir otra visión de una página de "derecha moderada" y partidaria de la caridad y "el estado de derecho", como es lapalabrabierta.
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