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lunes, 11 de junio de 2012

ECUADOR, ¿UN ESTADO DE SOCIEDADES SECRETAS?
















Por Leonardo Parrini

Sin temor ni favor, y una buena cuota de audacia, son ingredientes de la propuesta del joven abogado Felipe Rodríguez Moreno en el tratamiento de  un tema complejo que no está exento de riesgos: el crimen organizado en Ecuador.

El título del libro El agente Infiltrado en el Estado de Derecho y de (In) Seguridad, habla por sí mismo de la sugestiva idea de utilizar “técnicas de investigación criminal necesarias en un contexto de extrema violencia e inseguridad”. En buen romance, ante la presencia en el Ecuador -sugiere el libro- de grupos internacionales organizados como las FARC, Carteles Mexicanos, Mafia Rusa, y grupos terroristas como Al Qaeda, Hezbolá y los Talibanes, Rodríguez propone la necesidad de estudiar la figura de Agentes infiltrados que actúen, en concordancia con la ley, al interior de dichas organizaciones con objetivos de inteligencia y contrainteligencia que permitan su desbaratamiento en el país.

Si bien los fines del libro revisten interés académico, no es menos cierto que el texto concluye siendo una notable pieza de investigación periodística y judicial, bajo la luz de categorías de análisis jurídico en materia penal y criminal.

“Naciones unidas del crimen organizado”

“Siento satisfacción absoluta, si es que me callan por miedo a que me maten lo he perdido todo, me daría vergüenza llegar a viejo y decir cuántas cosas me callé”, detrás de esta provocadora declaración de Rodriguez se perfila la figura de un joven de menuda estatura, gestos finos y palabra fácil; que prefirió improvisar y “no preparar nada”, a la hora de hacer un lúcido discurso de presentación de su propio libro. A su voz se unió la de Arturo J. Donoso Castellón, en un prólogo que destaca “el debate frontal, entre la Ética y el Derecho, que despierta el libro” de Rodríguez.

Felipe Rodríguez dice haber trabajado “documentadamente, con fuentes certeras y comprobadas”, que le permitieron establecer la presencia del crimen organizado en Ecuador, sin extralimitaciones y sin exceder el tono profesional.

A confesión del autor resulta fácil acceder a dichas fuentes que se encuentran en editoriales, noticias y opiniones de prensa y luego contrastar la versión periodística con las fuentes policiales. De este modo Rodríguez hace un seguimiento acucioso al dato que sugiere acciones criminales encubiertas en el país, que “está al frente de todos, pero que nadie busca”, según manifiesta.  

Las causas de que Ecuador se haya convertido en una suerte de paraíso del crimen organizado, radican en “la inseguridad jurídica” que garantiza el cometimiento de delitos sin ser procesados; además de la apertura indiscriminada de las fronteras, “sin un control post migratorio adecuado”. La dolarización es también el factor económico que hace que el país sea miel para lavadores de dinero y el enriquecimiento ilícito.

El Estado ecuatoriano es un Estado de sociedades secretas, manifiesta Rodríguez, ante lo cual propone “frenar la clandestinidad”, fruto de la mala comunicación existente entre la policía y los organismos del Estado que deben ejercer el seguimiento y erradicación de las actividades criminales.

Esta afirmación encuentra asidero en la declaración de James B., ex jefe de la DEA de los EEUU, cuando manifiesta que Ecuador es algo así como las “naciones unidas del crimen organizado”; sociedades secretas que utilizan el territorio ecuatoriano como “un centro de negociación” de actividades como, por ejemplo,  la compra venta de armas.

La propuesta concreta del libro de Rodríguez consiste en desarrollar agentes infiltrados y en capacidad de combatir desde dentro el crimen organizado, con técnicas de investigación criminalística.  Para ello es necesario el asesoramiento extranjero -colombiano sugiere el autor- a la Policía Judicial y la Fiscalía, dependencias del Ministerio del Interior. Un ejemplo de eficiencia, en tal sentido, es la UNASE, Unidad Antisecuestro que rescata nueve de cada diez secuestrados, en un tiempo menor al promedio mundial, concluye Rodríguez.

La lectura de este libro suscitador es asunto obligado para quienes viven convencidos de que seguimos siendo náufragos en una isla de paz.