Por Leonardo
Parrini
La muerte en lugar
de separar, une, cuando hay buenos sentimientos. Esta verdad surge nítida ante la
partida de mi amigo Fausto Hidalgo. Reconocido hombre de televisión, Fausto inició
andanzas cámara en mano en el instituto CuesTv en 1992. Tempranamente cuajó una
trayectoria que lo hizo acreedor de un merecido reconocimiento internacional en
España y otros países, como promotor de la cultura popular ecuatoriana.
Muchacho afable,
pulcro en sus gestos y sentimientos, Fausto empuñó la cámara con la prolijidad
de un profesional consumado. Registró su entorno social con sensibilidad de un
militante de la vida y de la paz. Fue un gestor cultural a tiempo completo,
comprometido con los mejores valores de su país.
Hijo del Cayambe,
-cumbre iracunda y majestuosa de su tierra natal-, Fausto narró con exquisita
sencillez las peripecias de los hieleros de sus estribaciones, que sucumben al
frio picando el hielo para vender en el pueblo y subsistir como proletarios de
la montaña. Testimonio vital registrado en un documental reconocido en Europa,
como signo de dura sobrevivencia de la gente humilde a la que Fausto amó con
pasión y generosa solidaridad.
En su vida
personal, cultivó el amor de Patricia, su esposa, y la veneración por sus hijos
Rena, Nico, Fausto y Stefani a quienes enseñó que el oficio de la comunicación es un acto de
servicio público. Entre evocaciones se llevó las reminiscencias de sus seres
amados. Como alguna vez me confesó: su vida vale consagrada solo por ellos, por
brindarles una vida en plenitud.
En los avatares de
la televisión, en más de una oportunidad conjugamos nuestros oficios y realizamos
producciones con la convicción de un auténtico trabajo en equipo. Fausto, al
tiempo que escuchaba sugerencias, aportaba ideas precisas que enriquecían el lenguaje
de la narración audiovisual. El suyo era un oficio austero, ejecutado con
sencillez y la dedicación de un artesano pletórico de saberes puros.
En un momento de su
vida decidió convertirse en actor político y lo hizo con la trasparencia que definían sus actos vitales. Militante
socialista, llegó al Concejo cantonal convencido de que la política es un gesto
comunitario, una promoción de la calidad de vida de sus coterráneos. Y así lo
hizo, convencido de una sincera vocación politica popular.
La muerte suele ser
mezquina. Niega tiempo vital para que seres humanos como Fausto continúen alegrando
el mundo con su sonrisa de hombre bueno. Un zarpazo mortal y egoísta silenció a
mi amigo, impidiéndole seguir proclamando con su ejemplo que es una fiesta
estar vivo. Así te evocaré, desde siempre amigo, alegre y diáfano testigo de tu
pueblo.
Esta realmente es una descripción muy acertada de lo que fue Fausto. Un hombre sencillo, honesto y muy trabajador, un referente para su familia y para los cayambeños. Fausto nos deja un gran legado, un ejemplo para quienes somos comunicadores, para quienes compartimos la pasión por esta profesión. Su partida nos ha dejado un profundo dolor.
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