Foto El Universo
Por Leonardo Parrini
En el argot
popular hay un dicho que versa: quien pega primero, pega dos veces. Esta verdad
sacada del lenguaje camorrero de la calle, sirve para describir lo que está sucediendo
hoy en el Ecuador. Una oposición envalentonada que habla de que “el Ecuador despertó,
al grito de Fuera Correa Fuera” se empieza a tomar las calles de las
principales ciudades del país como escenario de protesta social. El país vive
la escalada de movilización de masas opositora más decidida de los ocho años de
gobierno del Presidente Rafael Correa.
En tiempos de
comunicación virtual, de campañas mediáticas y efectos audiovisuales, salir a
las calles a la usanza de los mítines de otros tiempos, es una virtud.
Confrontar, metro a metro, las avenidas de las urbes en demostración de fuerzas,
es una audacia que la puede llevar adelante quien pierde el miedo y se decide a
arriesgar todo. Ecuador tiene tradición en escalamientos de sonadas de esa naturaleza.
En las década de los años ochenta y noventa, marchas que comenzaron con manifestaciones
de sectores aislados se convirtieron en clamores masivos capaces de
desestabilizar gobiernos y hacer caer Presidentes. Este es el caso de Lucio Gutiérrez
y de Abdala Bucaram, derrocados con anuencia legal bajo la figura
del recambio, es decir, reemplazo del Presidente por el segundo a bordo, el
Vicepresidente. Enseguida hubo el llamado a nuevas elecciones presidenciales,
consumándose un golpe de revestimiento legítimo. La fórmula ha funcionado con
relativo éxito en un país que no necesita llevar los procesos hasta las últimas
consecuencias, puesto que a mitad de camino ya se ven los resultados.
Por lo general,
las movilizaciones de masas otorgan ventaja a quien toma la iniciativa política.
Salir a la calle, blandir banderas negras y desplegar pancartas amenazantes y
opositoras al poder, son signos de fuerza. Esta decisión popular es difícilmente
reversible, si se la deja escalar a otras formas de protesta violenta. La
historia ecuatoriana ha demostrado que una sonada callejera termina, tarde o temprano,
en el derrocamiento del mandatario cuestionado.
Ante esta historia
repetida, cabe preguntarnos cuál es la respuesta política del Gobierno. El primer
mandatario convertido en e único vocero potente del proyecto político de la revolución
ciudadana, ha denunciado un golpe de Estado blando en marcha. Es decir, un proceso
desestabilizador que busca la caída del régimen, mediante la sumatoria de
voluntades en las calles, protestando hasta que los otros poderes decidan tumbar
al poder Ejecutivo. Se busca aumentar la tensión social para que las Fuerzas
Armadas, Asamblea Nacional o la Función judicial se pronuncien a favor de un
cambio del poder central. Cosa poco probable a corto plazo, pero no imposible
de concebir en el Ecuador de hoy. La marcha convocada ayer en Guayaquil por el Alcalde
Jaime Nebot, aun cuando invocaba a la familia, la propiedad y la tradición de
un país conservador, tiene un innegable propósito desestabilizador. Fuera Correa Fuera es una consigna de acción
inmediata, no para que surta efecto en las elecciones presidenciales del 2017.
El presidente
Correa respondió a la incitación a rebelarse contra régimen con un llamado a “un
pacto contra políticos mentirosos y empresarios evasores”. El llamado
presidencial se inserta en una anterior invocatoria al “diálogo social” con
aquellos sectores disconformes. El retiro de la Asamblea Nacional de los
proyectos de leyes de la Herencia y Patrimonio, que se argumenta como motivo
de malestar contra el régimen, apuntan a dejar sin piso a la protesta. Ambos
gestos gubernamentales han sido leídos de manera intencionalmente incorrecta
por la oposición al Gobierno. Es notorio
que se advierte un síntoma de debilidad oficial y pérdida de la otrora
iniciativa política que no dejaba lugar a los movimientos opuestos. Peligrosa
lectura que enciende las alarmas.
¿Quiénes han sido
convocados a dialogar, en qué espacios de consenso y cuántos han respondido afirmativamente
al llamado presidencial? Sin duda, harán oídos sordos los promotores de las marchas
de protesta que no quieren diálogo, sino la renuncia presidencial. En un gesto
de sinceración de la política, amerita reconocer que estamos en presencia de una
tentativa de diálogo sin interlocutores válidos. ¿Se debe dialogar con quien crea
en esa solución de entendimiento para zanjar las diferencias de opinión frente a
la realidad nacional? Evidentemente, sí. ¿Se debe dialogar con quienes
defienden sólo a la familia privilegiada, la propiedad privada y la tradición conservadora
para regresar al Ecuador injusto y excluyente? Sinceramente, no. Si el andamiaje
que hay detrás de la logística de las marchas opositoras tiene un claro perfil golpista,
se deberá aplicar todo el peso de la ley a los mentalizadores. Si por el contrario,
es una protesta legitima, existe la opción democrática de terciar en las próximas
elecciones del 2017 y dar paso a un nuevo proyecto político, si esa es la
voluntad popular.
Junto a la
iniciativa gubernamental de diálogo, es preciso hacer presencia masiva en las
calles como un derecho ciudadano de legítima defensa de las conquistas logradas
en el proceso revolucionario. Entregar la calle a los enemigos de las
transformaciones, es el error flagrante que han cometido, históricamente, los líderes
de las revoluciones sociales. Esta realidad queda confirmada en Chile con dramáticas
consecuencias en septiembre de 1973. La historia enseña a los pueblos que quieren
aprender de ella. Los demas repiten la lección, dolorosamente, a un alto costo social.
Que forma sutil de manifestarse a favor de una dictadura. Está claro que para quedar libres de pendejadas primero desaparecerán los dinosaurios.
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