Por Leonardo
Parrini
En Ecuador, país
de tradiciones arraigadas a través de la costumbre, la oralidad y
la sabiduría popular, se suele conservar una tradición única en el mundo:
quemar un muñeco de trapo relleno de papel o ropas en desuso que simboliza,
dizque, el año que se va, el viejo año que termina. Este ritual popular
practicado por todos los ecuatorianos, sin distingo de clases ni sexo, tiene lugar
precisamente a las doce de la noche del 31 de cada mes de diciembre. La
tradición encuentra orígenes a fines del siglo XIX posiblemente en ritos y
sacrificios indígenas relacionados con ciclos agrícolas, según Darío Guevara.
El investigador Rodolfo Pérez Pimentel sitúa esta tradición en la costumbre de celebrar
comparsas portando muñecos de trapo que “pedían limosna” a los transeúntes para
comprar un licor llamado Mallorca. La comparsa iba acompañada por las viudas
que dejaba el año que moría, horas después de ser quemados los muñecos al caer
la tarde del 31 de diciembre.
Hoy la tradición
se extiende a todos los rincones del Ecuador, aun con variaciones respecto de
los materiales con que son hechos los monigotes. Antes se los hacía de trapo,
en la actualidad existen artesanos dedicados a la manufactura de muñecos rellenos
con aserrín, tela, paja y artefactos pirotécnicos. El monigote, por lo general,
representa a un personaje popular, o a uno muy odiado, que es personalizado por
una careta o máscara de cartón. Los candidatos naturales a ser representados en
un muñeco y quemados el 31 de diciembre son políticos, artistas, futbolistas, gente
de la televisión, o personas que representan instituciones, lugares o
acontecimientos juzgados por el escarnio popular. Existe en torno a esta tradición un comercio informal en calles
y plazas del Ecuador. Es posible adquirir un muñeco de aserrín por 10 dólares,
uno de papel engomado por 6 dólares, caretas y pelucas por 2 dólares. Pero
también suele haber monigotes gigantes a un costo superior a los cien dólares.
La quemazón de muñecos
representando personajes de la vida pública del Ecuador encuentra su máxima expresión
en la quema de Presidentes, políticos o candidatos de oposición. Nadie que
tenga un cargo de representación popular pública se salva de ser quemado. La tradición
ecuatoriana de quemar un muñeco personalizado en un político que representa
todas las penurias del año que fenece, se ha convertido en tribuna popular del descontento
y la protesta cívica desde siempre. En este sentido, la costumbre de quemar el
año viejo es un barómetro que indica la presión política del país en forma de sarcasmo
popular, de protesta pacífica y masificada. La tradición no es exclusiva del Ecuador
ya que la quema de muñecos tiene expresión en México, Venezuela y Uruguay, aunque con menor popularidad que
en nuestro país.
Si bien el
ritual incluye la confección del muñeco, tanto o más importante es pensar qué
vamos a simbolizar en ese monigote que incineraremos a la vera de una calle. No
es difícil colegir que quemamos nuestras propias desdichas. Las promesas
incumplidas. Las veleidades recibidas. Los compromisos inconclusos. Los malos
negocios. Los amores traicioneros. Los hijos ingratos. Las ausencias. Las
muertes prematuras. Las decisiones erradas. Las ilusiones que no fueron
realidad. Los sueños abortados. Pero también realidades nefastas: los gobernantes
demagogos. Los candidatos falsetas. Los falsos profetas. Los curas pedófilos. Los inconformes. Los conformistas. Los
ex presidentes corruptos, fugados del país. Los que quieren volver, como si la
memoria colectiva fuera solo amnesia. Los banqueros atracadores que se afincaron
en Miami. Los malos ecuatorianos que se contentan con el fracaso del país. Los cómplices
de todos ellos.
Y deberíamos
quemar la mala leche de algunos. La contagiosa mala onda de otros. La recurrente
actitud de mal agüero de muchos. Quemar en la hoguera de fin de año la desazón estimulada
por los medios informativos. Los editorialistas en campaña de deshonra
permanente. Los opinadores asalariados del poder y de la oposición. Los odiadores
de pacotilla. Los irresponsables de siempre. Los malos empresarios. Los pésimos
vendedores. Los comerciantes inescrupulosos. Los taxistas abusivos. Los policías
coimeros. Los meretrices de la política.
Pero por sobre
todo incinerar ese otro yo que anda deambulando nuestra alma alicaída, nuestro espíritu
derrotado, nuestro sin sentido de la vida. Quemar ese otro ser que nos traiciona
a cada paso en la búsqueda de la plenitud y el encuentro con el ser humano. ¡Que
arda esta noche ese otro ser que no debemos ser!
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