Por Leonardo Parrini
Uno lleva sus muertos "vida adentro", dijimos alguna vez en conversación
con Pedro Jorge Vera, ese entrañable amigo y prominente intelectual
ecuatoriano. Y estábamos pensando en los muertos ilustres de Chile; aquellos que
son parte de la estadística de la dictadura militar de Pinochet. Entre ellos,
Pablo Neruda, el Premio Nobel de Literatura chileno, muerto el 23 de septiembre
de 1973, a sólo 12 días del golpe de Estado que depuso a Salvador Allende.
Se cumplen 40 años de los acontecimientos que rodearon la muerte de
Pablo Neruda; y, hasta hoy, el misterio merodea las circunstancias de su
deceso, bajo la sospecha de que se debió a un asesinato planificado en la dictadura
de Pinochet. La muerte de Neruda tuvo lugar en la Clínica Santa María de
Santiago, donde fue internado por su familia, afectado por una crisis producida
por un cáncer de próstata. En ese centro médico le fue aplicada una inyección
de dipirona para el dolor. Este hecho es confirmado por el testimonio de Manuel
Araya, su asistente y chofer personal que lo acompañó en los últimos momentos: "Estuve con él y sé que
alrededor de las cuatro de la tarde del día de su muerte, le pusieron una inyección
en el estómago. Me dijeron que era dipirona para el dolor", manifestó el testigo.
Como dato anecdótico se conoce que en ese centro asistencial fue
atendido -por el mismo equipo médico que asistió a Neruda-, el ex presidente
Eduardo Frei, quien murió en extrañas circunstancias, y en cuyos restos se
detectó restos de gas sarín, años más tarde. El momento del deceso de Neruda,
Chile era estremecido por la represión militar contra los opositores al golpe
de Estado. Entre los muertos ilustres de la dictadura estaban el propio
presidente Salvador Allende, quien se suicidó durante el ataque militar a La Moneda; y, el
cantautor Víctor Jara, acribillado por 44 disparos en el campo de concentración
instaurado en el Estadio Chile de Santiago.
Una investigación posterior estableció que las sospechas del asesinato del
poeta Pablo Neruda, cobraron fundamento cuando el juez Mario Carroza ordenó la exhumación
del cadáver que fue enviado a los EEUU y España donde se le realizaron peritajes
bioquímicos e histológicos. Los resultados de los análisis determinaron que “su
muerte se debió a una sobredosis de dipirona”, según una querella judicial interpuesta,
en el 2011, por el Partido Comunista al que perteneció el poeta. Durante el juicio
se estableció que hubo un “conjunto de indicios que hacen razonablemente presumible
una probable intervención de terceros en su muerte”, el mismo día que Neruda
iba a salir del país con destino a México. Como pruebas se mencionó la desaparición
de su ficha médica y de la lista de trabajadores de la clínica.
Neftalí
Reyes Basoalto, nacido en Parral, Chile, en 1904, se convirtió bajo el seudónimo
de Pablo Neruda, en un muerto ilustre que permanece vida a dentro en la
existencia de miles de chilenos, como un símbolo de la resistencia contra de la
dictadura pinochetista que impuso el terror en Chile entre los años 1973 y
1990. El viajero eterno que fue Neruda, emprendió su última travesía, sin los
reconocimientos merecidos en su condición de poeta universal; aunque su funeral
fue el primer acto público de masas opuesto al golpe militar. Hoy, su célebre cadáver
debe volver a Isla Negra, a yacer frente al mar que tanto amo Pablo Neruda y
que lo vio navegar, como marinero sin zarpar, con la vista perdida en el
horizonte.
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