Por Leonardo Parrini
“Un 8 de enero de 1988, cuando tenía 10 años de edad, mis padres
decidieron irse de vacaciones y dejarme al cuidado de mis hermanos Santiago de
17 años y Andrés de 14. Ese día yo tenía una fiesta infantil y ellos debían
buscarme por la tarde. Llegó la noche y el resto del amanecer estuve parada en
una ventana, esperando. Nunca llegaron. Luego de un año de desconocimiento y
angustia nos enteramos de que ese día mis hermanos fueron secuestrados,
torturados, asesinados y desaparecidos por la Policía ecuatoriana, sin razón
alguna. Sus cuerpos fueron arrojados en la laguna de Yambo, a dos horas de la
ciudad de Quito, sin embargo, nunca los encontramos”.
Con estas estremecedoras
palabras la autora del documental Con mi Corazón en Yambo, María Fernanda Restrepo Arismendi, describe el comienzo de una historia que este ocho de enero conmemora
25 años de haberse iniciado. El asesinato
de Carlos Santiago y Pedro Andrés Restrepo de 17 y 14 años, a manos de la policía
ecuatoriana, no tiene perdón ni olvido para Pedro Restrepo y Luz Helena
Arismendy, sus padres, para quienes la vida el ocho de enero de 1988 dio un
vuelco brutal.
Los hechos, según versiones de
la familia, ocurrieron así: En la madrugada del 8 de enero
de 1988, hermanos
Restrepo salieron a las 06h30, en el vehículo de propiedad de la familia con la
finalidad de dejar a su hermana en el Colegio ecuatoriano-suizo en el que ella
estudiaba. Luego de regresar a su casa volvieron a salir aproximadamente a las
10h00, con rumbo a la ciudad de Quito, sin que se vuelva a saber nada de ellos.
Según el padre de los menores, Pedro Restrepo, en horas de la mañana de ese día
se llevaba a cabo un operativo policial en Tumbaco, por lo que presumiblemente
fueron detenidos en ese momento, lo cual también es mencionado en las
declaraciones del ex agente del SIC-10 Hugo España Torres quien dice que
en esa mañana, los menores fueron detenidos ilegal y arbitrariamente por la
Policía Nacional y fueron puestos a órdenes del Servicio de Investigación
Criminal de Pichincha, donde él trabajaba, según el
mismo testigo los menores fueron torturados durante varios días por miembros
del SIC.10. En las declaraciones que Hugo
España publicó en su libro, El Testigo, dice que el hermano mayor Carlos Santiago Restrepo Arismendi falleció a causa de las torturas de las cuales fue
víctima, debido esto a que la policía le había puesto una funda plástica llena
de gas lacrimógeno en su cabeza, procediendo a
golpearle fuertemente en el estómago. Según Hugo España, esto habría agravado
el ataque de asma
que tenía en ese momento el menor. Según las
declaraciones del mismo testigo, el segundo menor Pedro Andrés fue asesinado
días más tarde para eliminar al único testigo del crimen.
La versión familiar del crimen
señala: En junio de 1995, la entonces Corte Suprema de Justicia dictó sentencia en el
caso Restrepo. Los policías en servicio activo cabo segundo Víctor Camilo
Badillo, subteniente Doris Morán, teniente Juan Sosa y teniente coronel Trajano
Barrionuevo, fueron sentenciados a 16 años de prisión, en el caso del primero
de ellos, y a 8 años los restantes. Fueron encontrados inocentes los coroneles
Gustavo Gallegos y Gustavo Zapata. A pesar de estas sentencias, aun se discute
la culpabilidad de muchos sindicados. La denuncia de número 11.868 presentada
ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
llegó a su fin el 14 de mayo de 1998, con una solución amistosa al conflicto, mediante el cual el
Estado ecuatoriano reconoce su responsabilidad del caso de los hermanos
Restrepo, comprometiéndose a pagar una indemnización de $2'000.000,00 (dos
millones de dólares) y de realizar la búsqueda de los cuerpos de los menores.
Tiempo de terror
Durante 25 años se ha querido
ver el crimen de los Restrepo como un despropósito institucional de la Policía ecuatoriana;
una pasada de mano, no quisieron
matarlos, se dijo, se les pasó la mano. Haya sido o no así, no debemos perder de vista
el fondo de la cuestión: las instituciones de un país son lo que son sus gobernantes que dictan la política, y los gobernantes son los que son
los grupos de poder que los ponen en el poder. Que no se diga que el crimen de los Restrepo fue un mero acto de negligencia policial. El clima de prepotencia y abuso, la atmosfera
de exclusión y represión que imperó en el Ecuador de los años ochenta, no podía
sino engendrar crímenes como el de los hermanos Restrepo, Consuelo Benavides o la
desaparición de miles de personas, cuyo paradero se desconoce hasta ahora en el
Ecuador, país que llamábamos, eufemísticamente entonces, una isla de paz. Era el Ecuador
de los ochenta, del neoliberalismo banquero y la represión estatal. Aquel país de Manuelito que por inocente, burlado
y reprimido, no perdió la inocencia, sino hasta que la sinceridad política nombró
las cosas por su nombre.
A un cuarto de siglo del crimen
del siglo, en memoria de esos dos niños secuestrados, torturados y asesinados
por la Policía ecuatoriana, bajo el régimen represivo del ex presidente León
Febres Cordero, amerita reflexionar acerca de la enseñanza aprendida sobre la
sangre inocente de los hermanos Carlos Santiago y Pedro Andrés Restrepo. Al mismo
tiempo, debemos poner en un exacto lugar de la memoria colectiva el nombre de los
autores, cómplices y gobiernos encubridores que hicieron de la mentada investigación
una grotesca burla a la familia Restrepo y una oprobiosa ofensa a la conciencia
y sensibilidad de los ecuatorianos. No se trata sólo de reconocer un crimen de Estado o de indemnizar con millones de dólares el costo de dos vidas que no tienen precio. No es del caso satanizar una época oscura
y aciaga del Ecuador, sin reconocer por lo menos que ese país de gobiernos represivos y banqueros delincuentes
ha cambiado radicalmente de sentido histórico.
Este ocho de enero, a 25 años del crimen de los hermanos Restrepo,
es preciso elevar una plegaria que empiece por un mea culpa ante el silencio cómplice,
por el credo de un país donde la impunidad sea delito. Para que el reino de la justicia terrenal, inconclusa, ponga fin al pecado social de la complicidad con un asesinato en el
que aún existen cuentas pendientes, mientras a Pedro Restrepo no le entreguen los restos de sus dos hijos asesinados. Crimen
y omisión que nos llena de vergüenza nacional, y frente al cual no cabe perdón ni olvido.
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