Por Leonardo Parrini
Hace unos días mi buen amigo
Omar Ospina, hombre de ideas y sugestiones, colgó literalmente en su muro del
Facebook, un cartel con una idea ajena, que él suscribía: para ser viejo y sabio, primero hay que ser joven y estúpido, y
provocó un polémico mini foro acerca de la sabiduría y la estupidez, dos
conceptos diametralmente opuestos en la mente de las personas.
Esto me trajo a la memoria una
afirmación de Voltaire que dice que todos los que parecen estúpidos, lo son y,
además también lo son la mitad de los que no lo parecen. Afirmación que sugiere
que la estupidez es un fenómeno cuantitativamente significativo, sin contar
además su importancia cualitativa. Los
estúpidos son un peligro latente y potente en el mundo, pero además son más de
lo que se piensa, pero no todos son estúpidamente iguales, algunos son más
estúpidos que otros.
Es complicado intentar una
idea definitoria de cómo es la estupidez, sin posar de inteligente, pero como
preámbulo del tema digamos que acaso la estupidez se refiera a la dificultad de
establecer correctas interrelaciones entre las cosas. Percibir mal la realidad
y luego tergiversarla, producto de la mala percepción de sus leyes de
funcionamiento, nos hace actuar en sentido contrario a cierta lógica, lo que
empuja de bruces a cometer una tonta estupidez.
La noción de estupidez suele
ser ofensiva, degradante y agresiva; más que un calificativo, es un estigma.
Hay personas a las cuales la estupidez
define y estigmatiza más que a otras. Por ejemplo, un viejo estúpido es
doblemente afectado porque además de ser estúpido, no tiene más tiempo de
revertir esa condición que un hombre o una mujer joven. La estupidez se asimila
a una disfunción del comportamiento social, en ciertos casos: los niños y los
ancianos se los considera más torpes que la gente en plenitud de condiciones.
Los primeros por inmaduros, los segundos por senectud. Sin embargo, éstos son
más imperdonados por estupidez, puesto que la presteza de acción y pensamiento,
que permite que la vida fluya, es una cualidad consustancialmente atribuida a
la inteligencia o sabiduría normal de un ser maduro.
Carlos María Cipolla,
investigador italiano, intenta algunas variables bastante funcionales de la
estupidez. El grado de estupidez viene determinado genéticamente por la
naturaleza, pero no está asociado a ninguna otra característica de raza, sexo,
nacionalidad o profesión. Una persona estúpida es aquella que causa daño a
otra, o a un grupo de personas, sin que necesariamente obtenga alguna ganancia
e incluso incurriendo en pérdidas.
Cipolla clasifica cuatro
categorías humanas: el desgraciado, que se causa perjuicio a sí mismo,
beneficiando a los demás. El inteligente que se beneficia a sí mismo,
beneficiando los otros. El bandido, que
obtiene beneficios perjudicando a los demás. Y el estúpido que causa pérdidas a
otros, perjudicándose a sí mismo. Los estúpidos son peligrosos, puesto que no
alcanzamos a comprender, cabalmente, su comportamiento y las personas
no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de la gente estúpida. Es
obvio, que consideramos a la estupidez cualidad del otro, jamás de uno, salvo
que en un supremo acto de sabiduría aprendamos a ironizar sobre nosotros
mismos.
Los estúpidos en el poder
Las variantes
de Cipolla sitúan a la estupidez en el ámbito de lo colectivo, y es ahí que es
tanto, o más importante, la injerencia grupal de los estúpidos que su acción personal.
No deja de ser preocupante que entre los individuos que están en el
poder, exista una alarmante proliferación de bandidos con un elevado porcentaje
de estupidez. Esto explica la paradoja de que
en la llamada sociedad del conocimiento, se produzcan sonados fracasos
colectivos que tienen que ver con la toma errada de decisiones. Léase, a modo
de ejemplo, la actual crisis europea y la estúpida reiteración de sus errores.
En el Ecuador, ahora que enfrentamos elecciones presidenciales el
próximo febrero, debemos tomar en cuenta que no puede existir inteligencia
colectiva en aquellos pueblos que no aciertan a gobernar razonablemente su
futuro y viceversa. Al parecer, la retahíla de errores colectivos que
observamos en las decisiones de los gobernantes, se debe a la dificultad de
visualizar las consecuencias de sus acciones. Y si la inteligencia es también
la capacidad de interrelacionar situaciones; pues, en la sociedad actual, es
decisiva la interconexión social, más allá de los comportamientos individuales.
Precisamente este es, entre
otros, el mal de nuestros políticos: dificultad de correlacionar hechos,
abstraer situaciones y manejar correctamente las particularidades. Así se
enredan, estúpidamente, en defender
libertades que nadie les ha quitado, democracias que jamás han practicado a
cabalidad, o en reivindicar el consumo dominical de alcohol, como si fuera una
medida trascendente para el desarrollo del país. Como diría Martin Luther King:
todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez
que esté de moda.
El futuro es una construcción
que debe ser anticipada con cierta coherencia. Si el horizonte temporal se
estrecha y sólo es tomado en cuenta el interés más inmediato, lo más probable
es que las cosas evolucionen hacia una catástrofe inevitable. Esto deberían
tenerlo claro los políticos profesionales o aficionados que aspiran a cargos
públicos. Pero, acaso, sea tanto o más importante que lo tengamos claros los
electores, para no incurrir en la supina estupidez de encumbrarlos al poder. No
sea cosa que se cumpla el vaticinio de Francisco de Quevedo: contra la
estupidez, hasta los dioses luchan en vano.
Sr. Parrini
ResponderEliminarEs la primera vez que leo su blog, y he visto algunos artículos interesantes; en este caso me llamó la atención lo que escribió sobre la "estupidez", en lo que respecta a la primera parte tengo una discrepancia con respecto a las variables funcionales de Cipolla y en especial con aquella que dice que "la estupidez viene determinada genéticamente por la naturaleza", en lo personal no creo que alguien sea estúpido o inteligente por naturaleza, sin embargo algunas de sus teorías me parecieron relativamente graciosas.
La segunda parte fue la que mas captó mi atención y tal vez la que mas me agradó y me dejó reflexionando sobre las políticas y las politiquerías tanto de quienes gobiernan como de quienes aspiran a hacerlo.
Hay una idea que dice que el hombre es la naturaleza que toma conciencia de si misma. En ese sentido, todo lo que atañe al ser humano proviene de la naturaleza, tiene un caracter natural. Esto, claro está, no tiene que ser una determinante. Sabemos que las cosas ocurren o por un proceso natural o por una circunstancia histórico social. De alli que me inclino a pensar que la vida y sus avatares son un producto historico natural. Gracias por su comentario, pero me agradaria conocer su identidad.
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